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Desde que el espíritu es creado por Dios y enviado con un cuerpo físico a iniciar su andadura espiritual como humano, son distintas las etapas y periodos que se han de recorrer hasta llegar a la meta de la felicidad y la perfección.
Al igual que los espíritus evolucionan, los mundos, los planetas que son las escuelas de aprendizaje de estos espíritus, también progresan y evolucionan, pasando por diferentes etapas que están perfectamente explicadas en la codificación espírita; sabido es que: de los mundos primitivos (donde la lucha por la supervivencia es la base de la existencia humana) se avanza hacia los mundos de expiación y prueba (expiación porque el espíritu va pagando los errores cometidos en el pasado y prueba porque se ve inclinado a probarse a sí mismo en aquellos principios básicos de la evolución como el perdón, la caridad, el altruismo, la solidaridad, etc.. superando el egoísmo, la vanidad, la envidia y todos aquellas imperfecciones morales que le condicionan), esta es la etapa en la que nos encontramos actualmente y que está llegando a su final.
De los mundos de expiación y prueba se evoluciona hacia los mundos de regeneración, donde las imperfecciones morales han sido superadas en su mayor parte y solamente existe el deseo de formar una gran familia espiritual que se rige por los principios crísticos del amor al prójimo y la verdad. Aquí el espíritu evoluciona de forma mucho más rápida que en las etapas anteriores pues ya no tiene los entorpecimientos de sus propios defectos y de las entidades negativas que tanto influencian la conducta de los humanos en los mundos de expiación y prueba.
De los mundos de regeneración se pasa a etapas de mundos felices y divinos donde el espíritu va alcanzando la perfección, va sutilizando sus cuerpos físicos y espirituales y va reencarnando cada vez menos y de forma diferente. Son etapas que quedan fuera de nuestro raciocinio y capacidad de comprensión actual, pues a partir de aquí los espíritus van perdiendo la necesidad de reencarnar dado que ya han vivido y superado todas las clases y experiencias necesarias que pueden tenerse mediante cuerpos físicos y por ende empiezan a no necesitar de la Ley de las Vidas Sucesivas para seguir progresando.
Es a partir de aquí cuando el espíritu, con un grado de perfección altísimo, abandona definitivamente la reencarnación y se convierte en un ser arcangélico, pleno de virtudes y de poder que sigue progresando de forma muy activa, espiritualmente, colaborando con el Creador en la Obra Divina, y ayudando con su experiencia, sabiduría y perfección a humanidades más atrasadas. Algunos ejemplos de estos espíritus hemos tenido en la Tierra, pero sin duda el más representativo fue Jesús de Nazaret, ser angélico, que liberado desde tiempo de la Reencarnación, asumió el compromiso ante el Creador de ayudar a la evolución del planeta Tierra, convirtiéndose en el paradigma del Amor de Dios para con los hombres y en el camino a seguir para todos aquellos que desean progresar espiritualmente.
Hemos recurrido a la comparación de la evolución de los planetas para entender mejor que el espíritu humano, en tanto que implicado en las escuelas de aprendizaje que son estos planetas, se ve condicionado a superar sus dificultades dentro de ellas, y su evolución va unida y pareja al mundo en el que se encuentra. Así pues, nunca un espíritu poco evolucionado puede formar parte de un mundo de regeneración pues su condición moral no se lo permite; a la inversa sí que es posible, ya que existen espíritus de mayor evolución que se sacrifican en diferentes existencias para bajar a mundos inferiores a ayudar a espíritus endeudados que han conocido en otras vidas y que precisan de urgente misericordia y ejemplo espiritual.
Los ciclos reencarnatorios se suelen producir de siete en siete existencias, aunque no hay una regla fija que determine esta circunstancia; así pues se da el caso de espíritus que aprovechan muy bien las oportunidades de progreso que se les presentan y con dos o tres existencias superan las pruebas y dificultades que todo un ciclo conlleva; esto les supone un gran avance evolutivo y les permite pasar a un nuevo ciclo o un nuevo mundo sin necesidad de agotar el resto de existencias del ciclo. Hay otros espíritus sin embargo que, se estancan en sus errores, en sus actitudes negativas sin querer avanzar en el camino del bien y se ven supeditados a reencarnar una y otra vez, necesitando de muchas experiencias y vidas de dolor para superar algunos ciclos de reencarnación.
Sea como fuere, la Justicia Divina es
perfecta y el libre albedrío de los espíritus en su evolución
condiciona que sus actuaciones sean la base de su felicidad o desgracia
futura; sabiendo que la evolución es permanente y eterna, de necios
es perseverar en el error pues suele suponer para el espíritu muchos
siglos de atraso evolutivo. En el Amor y en el Bien encontramos las guías
para el mayor avance del espíritu en su evolución, aprovechemos
el tiempo y las oportunidades que se nos han brindado en esta vida para
progresar espiritualmente pues como dijo Kardec: “Nacer, Morir, Renacer
y Progresar sin cesar, esta es la Ley”.