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Si bien es cierto que la Justicia Humana tiene diversas formas de interpretación según la cultura, la moral, civilización o sociedad que la ponga en práctica; la Justicia Divina, por ser perfecta y de carácter espiritual es igual para todos y rige en todo el Universo bajo los mismos parámetros, sin distinciones, puesto que solamente juzga las actuaciones bajo la luz de las leyes universales que rigen el proceso evolutivo del ser humano.
Aquí no se contemplan privilegios ni dádivas concedidas por ninguna religión humana o jerarquía eclesiástica. La Justicia Divina actúa de forma inexorable y nadie en la Tierra es capaz de cambiar el curso de sus actuaciones o correcciones porque es una ley universal instituida por Dios que permite al espíritu recoger los frutos de su propio esfuerzo cuando actúa bien y enderezar su rumbo con pruebas y situaciones de dolor cuando siembra el mal. La ley encargada de ello es la Ley de Consecuencias o de Causa y efecto: "La siembra es voluntaria, la cosecha obligatoria".
A través de la comprensión de la Reencarnación y de la Ley de Causa y Efecto, interpretada como una ley que corrige y no como un castigo divino, el concepto de la Justicia Divina empieza a tomar forma y a coincidir plenamente con la idea suprema de un Dios de Amor y de Justicia y no con un Ser colérico y vengativo al que hay que temer.
Cuando entendemos todo esto, nuestro conocimiento de Dios y la comprensión de sus leyes es mayor y comenzamos a amarle en vez de a temerle. Dios se nos presenta como un Padre creador, perfecto, todo amor, que quiere lo mejor para sus hijos y que los crea para la felicidad, intentando que lleguen a ella por su propio esfuerzo y facilitando su camino mediante leyes que les ayuden a progresar y evolucionar más rápidamente.
Comprender la Justicia Divina no es fácil pero estas leyes nos ayudan a entenderla y a razonar que nunca debemos rebelarnos ante situaciones difíciles o que atenten contra la idea de un Dios justo y bondadoso. El que no entendamos una situación, no quiere decir que ésta no sea justa, ni que estemos desamparados. Con toda seguridad, las causas que motivan las situaciones aparentemente injustas se encuentran en el pasado del ser humano, en vidas anteriores de error y oscurecimiento.
De aquí se desprende que, la comprensión de las desigualdades humanas no va contra la idea de un Dios-Amor, sino que todas las causas que las motivan tienen su porqué y la mayoría de ellas se producen debido a los grandes errores cometidos en vidas anteriores. Errores que es necesario vivir en propias carnes para que nunca más nuestra conciencia nos permita caer en ellos.
Así pues, cuando observamos el sufrimiento de las gentes, las incomprensiones, las hambrunas, las taras físicas o psíquicas, y tantos episodios de dolor que se nos presentan, nuestro pensamiento no ha de ser de rebeldía en contra de Dios o la Justicia de sus leyes, sino de entendimiento; comprender que podemos ayudar a solucionar en nuestra capacidad parte de ese dolor, ganando así la caridad necesaria, el sacrificio en bien de los demás que nos elevará en nuestro progreso espiritual.
No podemos adivinar la causa del sufrimiento particular de cada persona, lo que sí sabemos es que no se trata de un capricho del destino, sino que cada espíritu sufre las consecuencias de sus errores del pasado y por ende toda repercusión es coherente con su situación. O bien son expiaciones que se deben y hemos de sufrir, o bien son pruebas espirituales que el espíritu planifica antes de encarnar para alcanzar un mayor progreso y evolución, fortaleciéndose así mismo ante las dificultades.
Sea como fuere, tanto las desigualdades humanas como la Justicia Divina adquieren una dimensión extraordinaria a la luz de la comprensión de las leyes universales y de las vidas sucesivas. Una dimensión que nos facilita entender mejor el mundo y las miserias que nos rodean, una dimensión que nos permite amar a Dios y comprenderle con mayor claridad, una dimensión que nos ofrece la realidad de nuestro sentido evolutivo aquí en la Tierra: la necesidad de progresar espiritualmente para forjar un destino feliz que nos libere del error, la ignorancia y el dolor.