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Tan importante y trascendente es esta idea, que los más grandes hombres de la humanidad la han explicado y defendido; personajes como Jesús de Nazaret, Buda, Krisna, Confucio, Lao-tse, Sócrates, Platón, Empédocles, Orígenes, Hermes, Ovidio, Cicerón, San Agustín, y tantos otros que ofrecieron al mundo la enseñanza de la Pluralidad de Existencias, como la clave de la misericordia divina que permite al hombre redimir sus faltas a través de nuevas oportunidades en la carne en próximas venidas a la Tierra.
Así pues, nos encontramos con una Ley espiritual que nos explica con lógica aplastante la realidad del espíritu encarnado, su misión y objetivos en la Tierra; nos hace comprender que nuestro paso por el mundo no es circunstancial ni debido al azar, sino que es un aspecto trascendente el que, impelido por el instinto de progreso hace al espíritu volver a la vida desde el plano espiritual con el único objetivo de evolucionar.
Evolucionar o progresar sin fin, esta es la ley para todos los espíritus creados por Dios y que en los estadios más primarios de la evolución necesitan de cuerpos físicos para asimilar y desarrollar las cualidades latentes que todos llevamos dentro. Es nuestra “chispa divina” la que progresa; aquella parte inmortal que es de naturaleza divina por su procedencia al ser energía emanada directamente del Creador.
Somos eternos en esencia desde que Dios nos envía por primera vez a la Tierra para progresar como humanos, tenemos latentes las cualidades de la divinidad, pero hemos de desarrollarlas por nosotros mismos, con nuestro propio esfuerzo, así se consigue la individualidad y la conciencia como seres en evolución; nadie es igual a otro, aunque las experiencias que se atraviesen sean parecidas.
Nuestras preguntas tienen la respuesta a la luz de la comprensión de la Ley de las vidas sucesivas; estamos aquí para progresar espiritualmente, y hemos venido a rescatar deudas del pasado en la mayoría de los casos, pues a través de las sucesivas existencias raro es el espíritu que no comete errores y debe venir en futuras vidas a resarcirlos a través del amor o del dolor.
La Reencarnación se comprende con mayor amplitud y claridad a la luz de la “Ley de Consecuencias” o “Ley de Causa y Efecto”, tan antigua como el propio hombre, y que se encarga de regular la evolución de todos los seres humanos devolviendo bien por bien y mal por mal, según nuestros actos. Esta es la llamada “Ley del Karma” de los orientales, aquella Ley explicada sabiamente por todos los grandes maestros de la espiritualidad a través de los siglos, como bien predicó Jesús: “Quien a hierro mata a hierro muere”, “Quien siembra vientos, recoge tempestades”.
Es la máxima expresión de la Justicia divina, donde no existen privilegios ni dádivas terrenales concedidas al amparo de una u otra religión. Aquí la Justicia es perfecta e igual para todos. Todo aquello que se siembra se recoge en la vida presente o en futuras vidas, de ahí que podamos empezar a entender mejor aquellos cuadros de dolor que observamos a nuestro alrededor y que tienen una explicación lógica y espiritual, por mucho que nuestro entendimiento no logre comprenderlo.
Así pues, la acción humana puesta al servicio del bien no sólo es beneficiosa para nuestro prójimo sino que es más beneficiosa para el que la practica, pues además de progresar espiritualmente y rebajar el egoísmo propio, sirve para labrarse un futuro feliz y venturoso que a no dudar nos repercutirá de forma extraordinaria en vidas posteriores; recordemos esta frase: “Dios devuelve ciento por uno todos los actos de bien que realizamos a favor de nuestro prójimo”.
Venimos pues a rescatar deudas del pasado y a forjar nuestro destino futuro; esta es la grandeza de Dios para con el hombre, crearle a su imagen y semejanza: ETERNO Y DUEÑO DE SU PROPIO DESTINO.
El entendimiento de esta Ley y de la
Ley de Consecuencias, nos permite AMAR A DIOS
SIN TEMOR, COMPRENDIENDO SU JUSTICIA Y LA NATURALEZA BONDADOSA DE SUS LEYES.