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(caída.htm; Hi 2a16; versión al 22.03.00)

XXVI) Expansión Asiria hasta la caída de Samaría

1) Los Asirios tenían  tres grados de dependencia en que sometían a sus estados vasallos:

El año 745, Teglatfalasar III, consiguió hacerse rey de Asiria, frente a los países vencidos creó tres grados de dependencia; puesto que no tenían la intención a priori de quitar a cualquier estado inmediatamente su autonomía y su vida propia:

  1. En la periferia exterior de su ámbito de influencia en los estados limítrofes del imperio, los asirios se contentaron con una declaración de lealtad, una actitud de vasallaje y el pago anual de tributos.
  2. Pero si dejaban de pagar (los tributos) o fomentaban planes revolucionarios. Si por ejemplo tomaban parte en coaliciones antiasirias, en tal caso los asirios daban un paso más en su política imperialista: se intervenía militarmente; convertían sus territorios en provincias con vasallos fieles; se sustituye al rey, se pone un vasallo asiriófilo, y se deja un estado marioneta, es decir un residuo de estado.
  3. Cuando el vasallo de ese residuo de estado, osaba conspirar contra Asiria, el rey Asirio daba el tercer y último paso: suprimía por completo el estado en cuestión; de ese último residuo hacía una provincia de Asiria, gobernada por oficiales de palacio, y se desterraban todos los dirigentes hacia lugares dispersos, introduciendo en el país nuevas poblaciones.

2) Los últimos años de Israel (743-722): 2 Re 15,17-17,41

En Judá reina Acaz, contemporáneo de Pecaj (en Israel). Damasco que estaba pagando tributos a Asiria, quiso independizarse. Entre sus aliados estaba Pecaj de Isarel que también estaba pagando tributos a Asiria. Ellos dos pidieron a Judá que se unieran para enfrentar a Asiria, pero Acaz se opuso.

Así el rey de Damasco y el de Israel se asociaron para atacar a Judá. Sitiaron Jerusalén, pero sin éxito (2 Re 15,37; 16,5). Buscan conquistar Judá, para instalar allí una dinastía amiga, y poder hacer frente a Asiria.

Acaz está en una situación difícil y busca ayuda. Acá interviene Isaías, para desaconsejarle todo tipo de alianzas y recordarle la palabra de Dios: Yahvé seguirá siendo fiel a la casa de David. Is 7 habla de la aparición de Isaías en una situación muy explosiva. Isaías le dice que podía estar tranquilo, si confía en Yahvé. El gran lema: "si no os afirmáis en mí, no seréis firmes" (Is 7,9)(1), tiene aquí su lugar histórico, donde se trata de no esperarlo todo de las defensas y alianzas humanas en un momento de grave peligro.

La motivación del profeta no es política ni de tácticas, él lo dice movido por la confianza en Yahvé. Acaz no escuchó al profeta y hace más caso a sus consejeros diplomáticos: se sometió voluntariamente al rey asirio, le envió un obsequio de pleitesía y así se hizo vasallo de Asiria. Acaz actuó por temor político y por evitar un mal menor paga un alto precio, perdiendo la propia libertad.

De todos modos, ya sea por atacar a Israel y Damasco, o porque Acaz le pide ayuda, Teglatfalasar se puso en camino hacia el sur. Despojó al reino del norte de Galilea y del país de Galaad, que pasaron a formar parte de las provincias de Asiria. Samaría sólo era un pequeño estado reducido.

Como consecuencia de esta derrota, Pecaj es asesinado por Oseas que sube al trono de Samaría, y paga inmediatamente tributos a Asiria para verse confirmado como rey de Israel. Un reino reducido a lo más mínimo tanto en territorio como en sus hombres más destacados que fueron desterrados.

Al morir Teglatfalasar, Asiria entró en una crisis temporal de sucesión. Oseas buscó alianzas con Egipto (2 Re 17,4), y dejó de pagar tributos.

Samaría fue sitiada por tres años. Salmanasar V (sucesor) no instaló allí permanentemente su ejército. Su hermano Sargón II tomó Samaría y la conquistó en el 721, la destruyó con gran crueldad, aplicando el tercer grado de imperialismo: asesinatos, violaciones, soldados empalados; se acabó el estado de Israel y la región de Samaría pasó a ser también provincia de Asiria; los líderes del país fueron deportados a Asiria (2 Re 17,6); Samaría fue repoblada con nuevas poblaciones que tenían otras costumbres y otros dioses. La población rural del campo, permaneció trabajando en sus lugares.

 

3) Anexo sobre la fe

El gran lema de Isaías I: : "si no os afirmais en mí, no sereís firmes" (Is 7,9)

"Si no creéis, no subsisteréis" (Is 7,9) (traducción de Luis ALONSO SCHÖKEL)

"Esta frase es una síntesis teológica... La palabra de Dios es el punto de apoyo de la salvación, la fe es el centro de gravedad. La fe funda y conserva la existencia del pueblo. La palabra de Dios se cumplirá, frente a los planes humanos, que no se cumplirán (cfr. Sal 33). Para el NT cfr. Ap. 3,14).(2)

"La fe, en los profetas, más que en la creencia abstracta de que Dios existe y que es el único, es la confianza en él fundada en su elección: Dios ha elegido a Israel, él es su Dios, Dt 7,6+, y sólo él puede salvarle. Esta confianza absoluta, prenda de la salvación, Is 28,16 excluye el recurso a cualquier otro apoyo de los hombres o, con mayor razón, de los falsos dioses, Is 30,15; Jr 17,5; Sal 52,9.(3)

" "Si no creéis, no permaneceréis"; a la letra podríamos traducirla así: "si no creéis (si no os apoyáis en Yavé), no tendréis apoyo" (Is 7,9). Una única raíz ‘mm (amén) tiene multiplicidad de significados que se entremezclan y diferencian , formando la magnífica grandeza de esta frase. La raíz citada expresa la idea de verdad, solidez, firmeza, fundamento; y también la de confiar, fiarse, abandonarse a algo, creer. La fe es un sujetarse a Dios, en quien tiene el hombre un firme apoyo para toda su vida. La fe se describe, pues,, como un agarrarse firmemente, como un permanecer en pie confiadamente sobre el suelo de la palabra de Dios."

[...]Creer cristianamente significa confiarse al Señor... que me lleva a mí y al mundo, considerarlo como "el fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo alguno...creer cristianamente significa comprender nuestra existencia como respuesta a la palabra, al logos que lleva y sostiene todo. Significa decir sí a la inteligencia que nosotros no podemos hacer, pero sí recibir, a la inteligencia que se nos da para que sólo tengamos que aceptarla y fiarnos de ella. Según eso, la fe cristiana es una opción en pro de que lo recibido precede al hacer. Esto no quiere decir que el hacer se desprecie o se considere superfluo. Sólo porque hemos recibido, podemos "hacer". La fe cristiana significa también...una opción en pro de que lo invisible es más real que lo visible. Es afirmación de la supremacía de lo invisible como propiamente real, lo cual nos lleva y autoriza a colocarnos ante lo visible con tranquilidad impertérrita y en la responsabilidad que dimana del verdadero fundamento de todo, de lo invisible.

Por eso no puede negarse que la fe cristiana se oponga a la actitud a la que parece inclinarnos la orientación actual del mundo. Como positivismo y fenomenologismo nos invita a limitarnos a lo "visible", a lo aparente" en el más amplio sentido de la palabra; nos invita a hacer extensiva la actitud metódica fundamental, a la que las ciencias naturales deben sus resultados, al todo de nuestra relación con la realidad. Y como techne nos exige contar con lo factible y hacer de eso el suelo que nos soporte. El primado de lo invisible sobre lo visible, el de lo recibido sobre el hacer, corre en sentido totalmente opuesto a esta orientación. Aquí radica la dificultad del salto por el que nos confiamos a lo invisible. Y con todo, la libertad de hacer y de aceptar lo visible por la investigación metódica se hacen posibles en primer lugar por la fe cristiana porque la fe cristiana los califica de provisionales y por la jerarquía que así se inicia.

[...] Todavía no hemos hablado del rasgo más fundamental de la fe cristiana su carácter personal. La fe cristiana es mucho más que una opción a favor del fundamento espiritual del mundo. Su fórmula central reza así: "creo en ti", "no creo en algo". Es encuentro con el hombre Jesús; en tal encuentro siente la inteligencia como persona. En su vivir mediante el Padre, en la inmediación y fuerza de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien lo lejano se hace cercano. Más aún, no es puro testigo al que creamos lo que ha visto en una existencia en la que se realiza el paso de la limitación a lo aparente a la profundidad de toda la verdad. No. Él mismo es la presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser a los hombres, la inteligencia del mundo se hace actualidad, se nos brinda como amor que ama y que hace la vida digna de vivirse mediante el don incomprensible de un amor que no está amenazado por el ofuscamiento egoísta. La inteligencia del mundo es el tú, ese tú que no es problema abierto, sino fundamento de todo, fundamento que no necesita a su vez ningún otro fundamento.

La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo solicita la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana vive de esto: de que no existe la pura inteligencia, sino que la inteligencia que me conoce y que me ama, de que puedo confiarme a ella con la seguridad de un niño que en el tú de su madre ve resueltos todos sus problemas. Por eso la fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa, y todos los contenidos alrededor de los que gira la fe, no son sino concretizaciones del cambio radical, del "yo creo en ti", del descubrimiento de Dios en la faz de Jesús de Nazaret, hombre.

Como hemos visto anteriormente, esto no elimina la reflexión. Al que sus discípulos llamaban rabí de Nazaret, al más grande, a aquel de quien era mensajero, preguntó Juan Bautista en una hora oscura, angustiosa: ¿eres tú el profeta? ¿lo era realmente? El creyente vivirá siempre en esa oscuridad en la que le rodea, como prisión de la que no puede huir, la oposición del no-creyente. La indiferencia del mundo que continúa como si nada hubiese sucedido, parece ser sólo una burla de sus esperanzas. ¿Lo eres realmente? A hacernos estas preguntas nos obligan la honradez del pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también la ley interna del amor que quisiera conocer más y más de aquel a quien han dado su sí para amarle más y más, ¿lo eres realmente? Todas las reflexiones de este libro están subordinadas a esta pregunta y giran en torno a la forma fundamental de la confesión: yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como inteligencia ("Logos") del mundo y de mi vida.(4)

 


(1)Ver anexo al final de este capítulo.

(2)ALONSO SCHÖKEL, Luis, Biblia del Peregrino. Comentario a cita de Is 7,9b.

(3)Biblia de Jersualén, nota a cita de Is 7,9.

(4)RAZTINGER, Joseph, Introducción al Cristianismo, Madrid 1969, 48-58.


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