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Las voces del desierto (Mt 4,1-11)
1) Introducción: "Una vez bautizado, Jesús no permaneció más tiempo con Juan. Impulsado por el Espíritu se dirigió hacia las áridas colinas del Mar Muerto. Absorto por completo en la revelación con que acababa de ser agraciado, sentía la necesidad de estar solo durante un tiempo. Solo como el músico o el poeta con su inspiración...El inmenso y solitario desierto era lo más apropiado para la emoción que sentía. Allí podía caminar duarnte horas, en medio del silencio..." (LECLERC, Éloi, El Reino escondido, Santander, 1997, 34. En adelante citado como ERE). "Al adentrarse en el desierto para orar y ayunar, Jesús seguía los pasos de los grandes antepasados de Israel: Abraham, Moisés, Elías..."El desierto es monoteísta", decía Renan; pero no lo es espontáneamente. En él, los israelitas adoraron al becerro que habían fabricado con el oro que habían conseguido sacar de Egipto. El desierto es ismepre un lugar de prueba y tentación, antes que de adoración del Único. Lugar de hambre y de sed, es también lugar de todos los espejismos, desde los más materiales hasta los más espirituales. Todos los deseos y todos los sueños del hombre se ven amplificados y exacerbados en el desierto, cuya voz dice: "Si me adoras, te daré todos los reinos de la tierra, con todo su poder y su riqueza". Quien entra en el desierto, cargado su corazón con el botín de Egipto e invadido de ocultos deseos, más tarde o más temprano acabará adorando al becerro de oro: la riqueza y el poder." (ERE, 34-35).
2) Las tentaciones: "Después de 40 días de ayuno, Jesús tiene hambre. Satanás le suguiere: manda que las piedras se conviertan en pan. El responde: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (BIGÓ, Pierre, La Iglesia y el tercer mundo, Salamanca, Ed. Sígueme, 1975, 81. En adelante citado como BIGÓ). "La segunda tentación es más insidiosa. Trasnportado a lo alto del templo, Jesús es invitado a lanzarse al vacío. No le pasará nada, porque él es aquel de quien se dijo: los ángeles te llevarán sobre sus manos. Jesús responde: "No tentarás al Señor tu Dios". Tentar a Dios es poner a Dios a prueba, es exigir de él un signo, es poner una condición al amor de aquél que ama sin condiciones. El pueblo lo sabe bien, ya que ha puesto a prueba a Dios en el desierto." (BIGÓ, 82). "Es la tercera tentación la que interesa más para nuestro propósito (el tema de Jesús frente al poder, el tema de la política a la luz del Evangelio). Jesús se encuentra esta vez sobre una montaña muy elevada: el demonio le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, para decirle luego: "Te daré todo esto si, postrándote me adoras". Jesús responde: "Retírate Satanás, porque está escrito: adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás"." (BIGÓ, 82).
3) Las grandes contestaciones bíblicas (resumido de BIGÓ, 87-106): 3,a) Frente al eros: 3,a,1) En Gen 1,27 y 2,21 se nos dice: hombre y mujer los creó. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza...De lo cual se ve que no hay primacía de un sexo sobre el otro. Hay dos sexos, pero no hay un segundo sexo. Sí hay complementariedad y reciprocidad en el ser. "Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos, exclama Adán" (Gen 2,23). Se excluye la posesividad, para abbrir paso a la reciprocidad, proyección del uno al otro en libertad, que se plenifica en la unidad: "deja el hombre a su padre y a su mujer y llegan a ser una sola carne" (Gen 2,24). En esta unidad en plenitud los seres no se absorben sino al contrario, se realizan dándose, a imagen de la Trinidad en una perijoresis. Están llamados a reflejar en sus vidas el amor trinitario, y el amor de Dios a los hombres en Jesucristo.
3,a,2) Pero resulta que este don de Dios, entre los mejores, esclaviza, cuando el hombre transforma en posesión y rapiña lo que primitivamente era entrega y libertad. Si el eros es la forma más primitiva de la relación con el otro, es también el lugar más primitivo de la iniquidad por la que el hombre se cierra al otro. Entonces se hace realidad el reino del más fuerte y de la esclavitud del más débil: "Tu codicia te llevará hacia tu marido, dice Dios, y él dominarará sobre tí" (Gen 3,16). Esta alienación sólo es posible porque el hombre encuentra en la mujer y la mujer en el hombre un objeto de posesión, una cosa que captar...la relación se vuelve servidumbre.
3,a,3) Para liberar toda la energía contenida en el eros, para devolver su sentido al amor y para conocerse verdaderamente, el hombre y la mujer deberán pasar, en adelante por la muerte: muerte a todo lo que significa rapiña, servidumbre, iniquidad en la relación para renacer al don, a la libertad, a la reciprocidad. No se trata de abolir el vínculo carnal: se trata de llegar a través de ésta necesidad a la libertad y gratuidad de la relación.
Es necesario renunciar a la poseión para acceder a la libertad y gratuidad del amor. Les es necesario morir a todo lo que amenaza el amor. Para que el amor sea de nuevo un don de la plenitud, es necesario que él se entregue todo, en una especie de muerte para resucitar. Esta "continencia" en el amor, si es auténtica, no es represión, sino libertad. La pareja debe ir descubriendo los "tiempos de continencia" (1 Cor 7,5), el ritmo más conveniente para que su relación crezca cada día en el don mutuo, en comunión, respeto y libertad. Esta continencia llevará a algunas personas a renunciar a la unión carnal, no por menos-valorala, ni menos por verla pecaminosa, sino para devolverle su significación de don. Son los consagrados (Mt 19,12) por el Evangelio. Este don, al cual no todos son llamados, restituye su verdad a la relación hombre-mujer. Así, se puede comprender cómo se sitúa Jesús en relación a este misterio, presente en toda existencia de hombre y mujer. Jesús vivió virginalmente y castamente. Se desposa con la Iglesia y anunció: "Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). Este misterio nupcial está implicando en este amor una gran fecundidad. Pablo enseñará (Ef 5,32), que la unión del hombre y la mujer es símbolo de la unión de Cristo y de la Iglesia. La relación del hombre y la mujer en el matrimonio no podía reencontrar su significación primitiva de libertad, sino a través de ésta dialéctica de muerte y vida. Era necesaria una experiencia nueva, la de la continencia, no como negación, sino al contrario como plenitud, del amor y de la fecundidad. Así el en el matrimonio se supera la relación de esclavitud, para llegar a una vinculación de reciprocidad, libertad y humanidad, para lo cual es necesario una espiritualidad del misterio pascual.
3,b) Frente al poder: 3,b,1) En sentido estricto, la política apunta a la conquista del poder. Históricamente el cristianismo se ha enfrentado a la mitología del poder, en una lucha larga y sangrienta. No es casual que los cristianos y el mismo Jesús hayan dado su primer testimonio y conocido el martirio en este combate. El rechazo histórico de rendir culto a los césares no era fanatismo. Lo que cuestionaba esta adoración era nada menos que lo esencial de la fe en Cristo, único hijo de Dios. Jesús hace la experiencia que harán después de él numerosos mártires: la experiencia de enfrentar una fuerza coercitiva que se cree dueña de la vida y de la muerte, exigiendo que se la endiose. Sin embargo, Jesús no niega la necesidad del poder. Para comprender bien la palabra de Jesús a Pilato, es necesario relacionarla con la respuesta a propósito del impuesto pagado al César. En presencia del denario que se hace traer, Jesús niega inmediatamente la divinidad del César. respuesta sacrílega, que desacraliza y laiciza radicalmente el poder, que no es obra divina, es obra humana. Son los hombres quienes tienen que construirlo, es una obra propiamente humana y no divina, según modelos culturales que pueden modificarse con el tiempo. La afirmación de Jesús, desechando definitivamente la mitología de una generación divina, descarta también la idea de que un hombre o un grupo de hombres puedan tener (en la sociedad) el poder como propiedad: la autoridad proviene del conjunto del pueblo. La desacralización del poder implica su despersonalización, su desapropiación, su demacratización. La institucionalidad es una construcción humana que no puede ser sino construcción del pueblo entero. 3,b,2) En todas partes donde ha podido entrar la predicación cristiana, directa o indirectamente, desaparecen poco a poco las últimas formas de teocracia en un proceso sin vuelta, en el cual el poder, desacralizándose y laicizándose, se despersonaliza y se democratiza. Si la institución de poder nace de la mecedidad de poder aparte a los hombres cuya función particular sea el bien general, es inevitable que tienda a sacralizarse (lo sagrado el lo puesto aparte). Esta es su tentación permanente. Es el misterio de la iniquidad (pecado) bajo lo forma propiamente política. 3,b,3) Para contarrestar esta tendencia y vencer esta tentación, para devolverle al poder su verdad, era necesario algo más que el ejemplo de un jefe político capaz de entender y realizar el poder en la perspectiva nueva, era necesario el testimonio de un hombre capaz de conquistar el poder y de renunciar absolutamente a él por la libertad del reino. Jesús es verdaderamente rey, es decir, hijo de Dios, tiene soberanía sobre la naturaleza, los demonios y la enfermedad. Pero expresa su poder en servidumbre y humildad frente a la detención, la tortura y la muerte. Invierte radicalmente el sentido de la realeza. Cristo no duda en declararse rey. Pero reina desde el servicio, desde la cruz, en la desapropiación total. En su abajamiento (kénosis) debe enfrentar a satanás que le ofrece la posesión de todos los reinos de la tierra. Pero para aceptar dicha posesión debía aceptar la condición satánica: hacerse como César, "el hijo adorable del Dios adorable". Adoración demoníaca, en contradicción radical con la adoración del Dios único. Esta tentación no fue propuesta sólo en el desierto: siguió a Jesús toda su vida. Cada vez que la muchedumbre quiso hacerlo rey, cada vez que sus apóstoles quisieron apartale de la misión que le conducía a la muerte, Jesús tuvo que rechazar la tentación: "¡Apártate Satanás!, no te interpongas en mi camino" (Mt 16,23). Jesús será un rey al estilo del siervo sufriente profetizado en Is 50 y 53. Invierte el sentido del poder. El hijo de Dios, será un rey perseguido hasta la muerte, una muerte infamante pero que será redentora. Igual que la experiencia de la continencia de algunos es necesaria para restituir a la relación hombre -mujer su autenticidad, la experiencia de esta "obediencia hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2,8), es necesaria, para devolver al poder su carácter primitivo de realidad humana al servicio de la libertad, para quitarle al poder su endiosamiento. Esta renuncia al poder en la sociedad es elegida libremente por algunos. Y ese testimonio vivo, es una invitación hecha a todos los que tienen el poder a usarlo para el servicio de la libertad. Cristo, eligiendo el último lugar, eligiendo el camino de la cruz está abriendo un camino a todos los poderes. "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros que se haga vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo" (Mt 20,26-27). Su testimonio, ha abierto la vía de la democracia, cuestionando todas las formas de monarquía o de anarquía y también todas las formas del poder que se ejerce en nombre del pueblo, cuendo pretende, de una manera u otra, la totalidad. Como Cristo, la comunidad de sus discípulos renuncia al poder. Principio esencial de la laicización y de la autonomía de la sociedad civil. Esta renuncia es también negación del absolutismo del poder. Funda una sociedad nueva.
3,c) La riqueza: La sociedad política es inseparable de la sociedad económica. 3,c,1) Jesús, el Hijo de Dios se nos acerca como el pobre despojado. Igual que no se puede adorar a Dios y al César, no se puede servir a Dios y al dinero: "Ningún siervo puede servir a dos señores: porque amará a uno y odiará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13). El hombre hace de la riqueza un dios, por haber rehusado a adorar al único adorable. La salvación del rico es distribuir su riqueza y su perdición será la avaricia. Haced amigos distribuyendo a los pobres las riquezas que no os pertenecen, a fin de que ellos os reciban en las moradas definitivas cuando estas riquezas os falten: tal es el sentido de la parábola del mayordomo infiel (Lc 16,9). El pobre ayuda a humanizar y a "naturalizar" al rico (Bossuet, Sermon sur l'eminente dignité des pouvres, 1659). El evangelio supera completamente a la doctrina socialista en el puento referente a la acumulación. No se trata solamente de una riqueza que aplasta al hombre y a la sociedad misma, acumulándose sin límite. En Lc 112 el rico se pierde bruscamente acumulando avaramente en graneros su riqueza. Jesús nos invita a tener confianza en la Providencia: "No os inquietéis por lo que comeréis o por aquello con que se vestirán...". Jesús no dice que no hay que trabajar. Pero dice que la producción material tiene un sentido relativo y no absoluto. Cierta abundancia del tener puede significar un desgaste del ser no sólo para el individuo, sino para la sociedad. El evangelio va a la raíz: es el rechazo de adorar al Dios único y esclavizarse por las cosas. 3,c,2) Jesucristo viene a anunciar la Buena Nueva, la libertad. La liberación viene de un testimonio existencial. Es el sentido de la pobreza evangélica. "Anda, vende todo lo que posees, dálo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme" (Mt 19,21). Jesús mismo vivió este despojamiento. "El hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Lc 9,58). Es pobre. Los pobres de espíritu son los que se despojan, no por coacción, sino por la fuerza del Espíritu. Los primeros cristianos (Hech 4,32) ponían sus bienes en común, anunciando "con mucha fuerza la resurrección del Señor Jesús" (Hech 4,33). Entre ellos nadie pasaba necesidad, porque se ayudaban unos a otros.
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