(dogma1.htm; Actualizado el 9.6.02      (Indice)

 

RESUMEN   DE  LA  CRISTOLOGÍA   DOGMÁTICA

 

I) Hitos importantes:

1) Concilio de Nicea, año 325.

2) Concilio de Éfeso, año 431.

3) Concilio de Calcedonia, año 451.

4) Tercer concilio  de Constantinopla, año 680.

5) Primer  concilio de Constantinopla, año 381, y la divinidad del Espíritu Santo.

6) La teología trinitaria en Oriente y en Occidente en el Medioevo, el “Filioque”

7) Concilio Vaticano II (GS; 1965).

8) Encíclica Redemptor Hominis (1979).

9) Declaración Dominus Iesus (2000).   y  su explicación.

 

 

II) Concilio de Nicea, año 325:

Este concilio responde a los errores de Arrio, y sus seguidores que afirmaban que respecto al Hijo de Dios: “hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, que es de otra hipóstasis o de otra sustancia que la del Padre, que es cambiable o mudable”[1].

Arrio se preguntaba por el contenido ontológico de las fórmulas de fe. Se preguntaba sobre qué es el Logos en sí mismo. Y partiendo de una noción dialéctica de Dios Padre (el inoriginado), concluía que el Hijo que es originado, no es Dios en sí. Es decir no es Dios ontológicamente hablando[2].

Nicea afirma que: “Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo.”[3]

Nicea define que “el Hijo de Dios es sustancialmente igual al Padre. Es Dios y no creatura”[4].

Los apologistas, siguiendo el Evangelio de Juan hablan del Logos. Esta era una palabra clave en el mundo helenístico, que afirmaba que el cosmos tenía un logos (sentido), que era como su alma. Así el Hijo pasa a tener una estrecha vinculación con la creación, pero  puede pasar a ser visto como  un dios de segunda categoría, como un mediador en la escala descendente (demiurgo). ASÍ Arrio Llega a afirmar que el Logos era creatura. Ciertamente la primera creatura y por cuyo intermedio fue creado el resto, pero creatura al fin. La conciencia cristiana reacciona en el Concilio de Nicea (año 325) declarando que el Hijo es consubstancial con el padre). La declaración de divinidad del espíritu no se hará esperar (concilio de Constantinopla I del año 381)[5].

Nicea afirmará claramente la existencia de tres personas divinas, pero de una misma naturaleza (esencia o substancia). Las personas en Dios dicen relación entre sí: el Padre al Hijo; el Hijo al padre; el Espíritu Santo a los que lo espiran (como un solo principio de espiración y viceversa). Por eso Santo Tomás definirá la persona en Dios como la relación en cuanto subsistente y el concilio de Florencia (año 1442) dirá que en Dios todo es uno, salvo que haya oposición de relación. Esta oposición de relaciones distingue realmente a las personas.[6]

Si el Hijo es verdadero Dios (consubstancial según Nicea) ¿cómo puede encarnarse? La pregunta se agudiza. Desde el siglo I habían existido dos tendencias opuestas y que eran heréticas respecto a la encarnación:

a) Por un lado, una de corte más judía: Jesús es un hombre (el más grande de los hombres o profetas) que fue adoptado por Dios. Entre Jesús y nosotros sólo hay una diferencia cuantitativa (de más y menos) en la adopción en la inhabitación divina. Esta herejía fue llamada “adopcionismo”. En esta línea vino después el nestorianismo, negando que María fuera madre de Dios, sólo era madre de Jesús o de Cristo. Fue condenado en el concilio de Éfeso del 431.

La herejía del adopcionismo es un extremo de la “cristología de la separación” que busca respetar la trascendencia e inmutabilidad de Dios y fue sostenida por la escuela de Antioquia. Frente a esta herejía del adopcionismo podemos preguntarnos: ¿nos puede salvar ese Jesús de Nazareth, si fuera diferente  del Hijo de Dios?.

b) Por otro lado y contrariamente a lo anterior, tenemos, desde el siglo III la “cristología de la unión”, propugnada por la escuela de Alejandría. Uno y el mismo es el Hijo de Dios y Jesús de Nazareth. El Logos sin carne pasó a estar encarnado (Jn 1,14). Según el hereje Apolinar de Laodicea (condenado el 381), no es consustancial a nosotros, porque no tiene alma humana, haciendo el Logos las veces de alma. Pero si no asume un alma, ¿cómo salva nuestra alma y libertad? Según las herejías posteriores, en Jesucristo: hay una sola naturaleza (mono-fisismo), la divinidad encarnada; o una sola voluntad (mono-teletismo); o una sola operación (mono-energetismo): la divina. La carne es vista como un instrumento sólo pasivo[7].

Entre estas dos escuelas y estas dos tendencias (de separación y de unión) ha oscilado, hasta ahora, la imagen de Cristo que tienen los creyentes y su teología. Actualmente se habla a veces de “cristología de abajo” ( a partir de Jesús de Nazareth) o de arriba (a partir del Logos que se encarna), pero este dilema debe superarse. Una fe que parte de la resurrección tiende a no coincidir con una cristología “de abajo” o “de arriba”. La fe nos dice que es uno y el mismo, consubstancial al padre (perfecto en la divinidad) y consubstancial a nosotros (perfecto en la humanidad): Dios y hombre. El concilio fundamental fue el de Calcedonia en el año 451, que definió que: en Cristo hay una persona con dos naturalezas, sin confusión (contra la herejía de la unión), sin separación (contra la herejía de la separación). Así va a quedar establecida la unidad al nivel del “quién es” (sujeto), y la distinción al nivel del “qué es” (naturaleza)[8].

 

III) Concilio de Éfeso, año 431:  

III, 1) Contexto de la época:

Superado a nivel conciliar el arrianismo y acogida la enseñanza de Nicea, las preocupaciones del siglo V fueron respecto a la unión de la divinidad y de la humanidad en Cristo. ¿Cómo entender la unidad de  Cristo en dos naturalezas? ¿Cómo afirmar que el único Hijo de Dios es al mismo tiempo hijo de María?[9]

En la explicación del misterio se esbozan dos tendencias: la alejandrina y la antioquena. La primera acentúa lo unitario, contempla primero la unidad del Verbo, para estudiar a continuación como esa unidad se prolonga en la encarnación. La visión antioquena procede en sentido inverso: parte de la realidad de Cristo como hijo de María por su naturaleza humana e Hijo de Dios por su naturaleza divina, para estudiar a continuación cómo estas dos naturalezas se unen[10].

Considerando que para ese entonces no se habían delimitado con nitidez los conceptos tales como naturaleza (Phycis), persona (hypóstasis), sujeto (prosopon), ambas cristologías tenían un riesgo común: el de identificar la naturaleza completa con la persona[11].

“Así, la escuela antioquena, que partía de la dualidad de naturalezas complatas en Cristo, podría deslizarse fácilmente hacia la afirmación de una doble personalidad en Cristo, es decir, un doble sujeto último de atribución (Teodoro de Mopsuestia; Nestorio) con el consiguiente deslizamiento hacia un adopcionismo de la persona humana”[12].

“Por el contrario, la escuela alejandrina, que partía de la unidad de persona divina en Cristo, podría deslizarse hacia el olvido o, cuando menos, mutilación de la naturaleza human, en aras de la única personalidad divina, haciendo una mezcla difícil de comprender, en la que lo humano quedaba absorbido por lo divino (monofisismo). Una postura lógicamente intermedia, aunque históricamente anterior, es la de Apolinar de Laodicea (310-390), perteneciente a la escuela de Alejandría. Incapaz de comprender la unidad personal entre dos naturalezas completas, imaginaba en Cristo una naturaleza completa, a semejanza del compuesto humano, en la que el Verbo hacía las veces del alma. Con esto creía salvar la unidad de persona a costa de una naturaleza humana de Cristo, una naturaleza mutilada, en la que el Verbo haría las veces del alma.”[13]

El Concilio de Éfeso (431) trató de corregir las desviaciones de algunos antioquenos, definiendo la unidad de persona divina en Cristo como último sujeto de sus acciones[14]

 

III,2) El Concilio de Éfeso concretamente:

El Concilio de Éfeso responde a los errores de los nestorianos que aplicaban al reconocer en el Hijo de Dios dos naturalezas, concluían que debía de tener dos sujetos. También decían que el verbo no sufre, y que María no es la Teotokos (Madre de Dios), sino solamente la Cristotokos (Madre de Cristo). Decían erróneamente que Dios y hombre sólo se unen “moralmente”.

Éfeso definirá claramente que en el Hijo de Dios hay dos naturalezas que se juntan en verdadera unidad. Las dos naturalezas son distintas, pero de ambas resulta un solo Cristo e Hijo. Hay unidad. La santa Virgen es la Madre de Dios. No hay dos personas en Jesucristo, hay una persona, el mismo es juntamente Dios y hombre[15].


En Jesucristo tanto la naturaleza divina como la humana son completas, íntegras, si bien desde la encarnación están inseparablemente unidas en una sola persona[16].

 

III) Concilio de Calcedonia, año 451:

  Calcedonia responde a los errores de los monifisitas, que hablaban de que en el Hijo de Dios había sólo una naturaleza.

  Calcedonia corrigió las desviaciones de algunos alejandrinos, definiendo la integridad de las dos naturalezas completas, unidas en la unidad de persona divina[17].

El Concilio de Calcedonia define claramente que en el Hijo de Dios hay dos naturalezas; que es uno sólo y el mismo Hijo; perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, Dios verdadero y el mismo verdaderamente hombre; consustancial al Padre, engendrado de María; dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación. Una sola persona, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo[18].

Lo divino y lo humano en Cristo no pueden a causa de la unión ni confundirse, ni mudarse, ni dividirse, ni separarse. Y así su naturaleza divina actúa las obras divinas, y su naturaleza humana las obras humanas.

El concilio de Calcedonia tuvo una enorme repercusión en la cultura occidental, porque permitió unir lo divino con lo humano (problema religioso por excelencia) “sin mezclar”, por tanto manteniendo la trascendencia divina (deja que Dios sea Dios) y la integridad de lo humano, y por otro lado, se encuentra a Dios en el hombre y en el mundo, y no al margen de ellos en una huida espiritualista (sin separar). En Cristo Jesús, el universal concreto, lo divino y lo humano se unen en el Misterio de la encarnación.[19]

No podemos definir al hombre sin conocer quién es Jesús, ni definir a Dios sino a la luz de este hombre Jesús. Este sin mezcla y sin separación de Calcedonia, es constante con el Dios de la historia y con la desacralización bíblica y permitirá el estudio del mundo según sus leyes. La correcta concepción de la encarnación, supera las erróneas concepciones de la inmanencia y trascendencia divina. También la distinción entre persona y naturaleza será importante. Finalmente en teología, el Misterio cristológico de la unión de lo divino y lo humano se refleja en la Iglesia, en los sacramentos, en el cristianismo y en su actuar.[20]

“A pesar del Concilio de Calcedonia (451) pervivirá un apolinarismo mitigado con el monoteletismo y monoergismo del siglo VII, que de tal modo sometían la voluntad humana de Cristo (monoteletismo) o su actividad humana (monoergetismo) a la acción del Verbo, que más que sometida parecía destruida”[21].

 

IV) Tercer Concilio de Constantinopla, año 680-681:

  Ya en el Concilio de Calcedonia se afirmaba que lo divino y lo humano en Cristo no pueden a causa de la unión ni confundirse, ni mudarse, ni dividirse, ni separarse. Y así su naturaleza divina actúa las obras divinas, y su naturaleza humana las obras humanas.

  Y de acuerdo a lo anterior en el Concilio III de Constantinopla (año 680) se concluía que por lo mismo deben afirmarse en Jesucristo dos  operaciones o dos voluntades: la divina y la humana, sin división, sin cambio, sin separación, sin confusión. Dos voluntades, no contrarias que concurren en una sola persona el Hijo de Dios. Se responde así al error de los monoteletitas que hablaban de una sola voluntad en el Hijo de Dios, sólo la divina. Pero el Hijo es verdaderamente hombre y por tanto tiene una voluntad humana que no puede quedar absorbida en la voluntad divina. La voluntad humana y la divina se unen sin dualismos y sin mezcla.

 

  V) Primer concilio de Constantinopla (381) y la divinidad del Espíritu Santo:

  Nicea ayudó a superar el error de la “subordinación” del Hijo al Padre. Pero quedaba por superar la “subordinación” del Espíritu. En la Biblia la divinidad del Espíritu santo es afirmada. Frente al error de no reconocer plenamente la divinidad del Espíritu Santo el primer concilio de Constantinopla (año 381) junto con defender la divinidad del Hijo (recogiendo Nicea), defiende la divinidad del Espíritu Santo: “creemos en el Espíritu santo, Señor y vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas”[22]:

-(creemos) en el espíritu, el Santo;

- el Señor (to Kýrion, al mismo nivel que el Hijo y el Padre);

- dador de la vida (no sólo de la divina);

- que procede del padre (origen del Espíritu, tomado de Jn 15,26); no se dice nada sobre la relación con el Hijo;

- con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado (actos que sólo se tributan a la divinidad).

En síntesis, los concilios de Nicea y primero de Constantinopla afirman trinitariamente: Padre, Hijo y Espíritu santo son Dios, son de la misma sustancia; y son distintos: el Hijo es engendrado por el Padre; el Espíritu Santo procede del padre (generación y procesión: esos son los dos términos técnicos, de origen bíblico, con que se expresan las dos relaciones que vinculan al Hijo y al Espíritu con el Padre).

 

VI) La teología trinitaria en Oriente y en Occidente en el Medioevo, el “Filioque

  “Para comprender  la génesis de la controversia sobre la procesión del Espíritu o, más precisamente, sobre el papel del Hijo en la procesión del Espíritu, hay que recordar ante todo que este misterio no había sido precisado por el Constantinopolitano I. Éste había afirmado la divinidad del Espíritu santo y que Él “procede” del padre, pero no había dicho nada sobre la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo.. La teología trinitaria oriental y occidental se venía desarrollando, en los siglos posteriores, con sensibilidades y perspectivas distintas.”[23]

“La teología oriental parte de las Personas: el Dios Uno es el Padre que da la divinidad al Hijo, mientras que el Espíritu recibe su divinidad del padre por medio (día) del Hijo. Se subraya la “monarquía” del Padre y la taxis (el proceder ordenado) del Hijo y del Espíritu.”[24]

“En cambio, la teología occidental parte de la única naturaleza divina que se actúa en las tres Personas: en el conocimiento que Dios tiene de sí, el Padre engendra al Verbo; del amor recíproco entre el Padre y el Verbo procede el Espíritu”[25].

“En la perspectiva oriental es, pues, evidente que el Espíritu procede del Padre por medio del Hijo. En la occidental, que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque), aunque la fuente primera sigue siendo el Padre”[26].

“Siguiendo el esquema lineal (P-H-E), los orientales subrayan que el Espíritu Santo es el extremo de Dios, el desbordarse del amor del padre y del Hijo en la historia del hombre; y, al mismo tiempo, subrayan la distinción de las Personas y su “orden” (taxis, jerarquía) en la vida divina. Además, siguiendo  la línea de los Capadocios, mantienen decididamente la trascendencia del misterio, privilegiando la vía “negativa” (apófasis).”[27]

“En cambio, con e esquema circular, los occidentales subrayan que el Espíritu Santo es lo íntimo de Dios, el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo; y privilegian la unidad y la equi-divinidad de los Tres.”[28]

“La figura clásica que ilustra la perspectiva oriental es el ícono de la Trinidad de Rublev, con las tres Personas divinas representadas bajo la forma de los tres ángeles aparecidos a Abraham (cf. Gn  18).

   En Occidente se afirmará la representaciónb del padre que, sentado en su trono, sostiene la cruz del Hijo, mientras que sobre ellos aletea el Espíritu bajo la forma de paloma.”[29]

 

VII) El concilio Vaticano II:

  VII,1) la dignidad de la persona humana:

GS valora la dignidad de la persona humana como creatura de Dios. GS ilumina el misterio del ser humano a la luz del Verbo encarnado. En Cristo nace un hombre nuevo que vive como hijo en el Hijo. Y esto no sólo a nivel individual, sino también a nivel social, ya que todos los hombres están llamados, incluso los no creyentes, a formar un solo cuerpo en Cristo. GS 22: ...

  VII,2) La comunidad humana:

El Verbo y la solidaridad humana. GS 32.

  VII,3) La actividad humana en el universo. La actividad humana llevada a su perfección en el misterio pascual.

VII,4) Misión de la Iglesia en el mundo actual: Cristo, alfa y omega.

 

  VIII) Encíclica “Redemptor hominis”, de Juan Pablo II (4.3.1978).

  Une orgánicamente la cristología con la eclesiología y la antropología en los tres movimientos que son los ejes de este documento. Cristología y antropología en primer  lugar; porque únicamente a la luz de la encarnación del Verbo se revela al hombre lo que es el hombre mismo en su dimensión humana y trascendente.  Con este primer eje principal se vincula el segundo: antropología y eclesiología. Porque la Iglesia es el instrumento de Cristo para buscar al hombre y ayudarle a unirse a Dios y con los demás hermanos. Cfr. RH 8: el misterio de Cristo descubre el misterio del hombre.

 

  IX) Dominus Iesus:...



[1] DENZINGER, Enrique, El magisterio de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 1963, Nº 54. En adelante citado como Dz.

[2] Cfr. COLLANTES, Justo, s.j., La fe de la Iglesia Católica, BAC 446, Madrid 1986, 199. n adelante citado como “La fe de la Iglesia...”

[3] Dz 54.

[4] GONZÁLEZ, Carlos Ignacio, s.j., El es nuestra Salvación. Cristología y Soteriología. Colección de textos básicos para Seminarios Latinoamericanos. Vol III, Bogotá 1987, 392. En adelante citado como “El es nuestra Salvación...”.

[5] ZAÑARTU, Sergio, s.j., Pautas de las lecciones de cristología para laicos. Stgo 1995, 40. En adelante citado como “Lecciones...”.

[6] Cfr. Lecciones, 41.

[7] Cfr. Lecciones, 41.

[8] Cfr. Lecciones, 42.

[9] La fe de la Iglesia...,200.

[10] La fe de la Iglesia...,200-201.

[11] La fe de la Iglesia...,201.

[12] La fe de la Iglesia...,201.

[13] La fe de la Iglesia...,201.

[14] Cfr. La fe de la Iglesia...,201.

[15] Cfr. Dz 111-124.

[16] Cfr. El es nuestra Salvación..., 392.

[17] Cfr. La fe de la Iglesia...,201.

[18] Cfr. Dz 148.

[19] Cfr. Lecciones, 42.

[20] Cfr. Lecciones, 43.

[21] La fe de la Iglesia...,201.

[22] Dz 86 (DS 150).

[23] CODA, Piero, Dios, libertad del hombre. Encontrar y conocer a Dios-Trinidad. Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1996, 112. En adelante citado como “Dios, libertad...”.

[24] Dios, libertad, 113.

[25] Dios, libertad, 113.

[26] Dios, libertad, 113.

[27] Dios, libertad, 114.

[28] Dios, libertad, 114.

[29] Dios, libertad, 114.

 

 

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