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(maria1.htm; versión al 16.10.2000)
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Textos de Hans Urs von Balthasar
MARÍA Y LAS CUATRO TRADICIONES
"María es cabalmente cristiforme y cristófora, ser y vida identificados en la santidad cristiana. María es el arquetipo de la Iglesia, que conformada a Cristo, lleva a Cristo. En la medida en que la Iglesia es mariana, forma pura, es legible y comprensible sin más. En la medida en que el creyente es mariano, cristiforme y cristóforo, su cristianía, por así decirlo, es igualmente legible y comprensible. En el modelo mariano puede hacerse patente tanto la transferibilidad de la forma de Cristo como el modo de la transferencia. ...es posible calibrar más la importancia de la mariología dentro de un estética teológica, que la exime de las objeciones protestantes, porque ni la forma de María reemplaza a la de Cristo (al contrario, la pone de manifiesto como la imagen al arquetipo, en su forma y en su fuerza configuradora divina), ni se aparta de los demás cristianos y de de los otros hombres, siendo precisamente el modelo de nuestra "conformidad con Cristo" (Rm 8,29; Flp 3,10.21). Por eso, , cuando se trata de examinar las condiciones de esta configuración, su imagen interior está y ha de estar ante los ojos de los cristianos. Estas condiciones que, naturalmente, son de la "santidad" cristiana, nos conducen al misterio de la "cooperación" posible y necesaria entre Dios y la criatura, entre Cristo y los suyos. Ningún hombre puede imprimir en sí la imagen de Cristo por sus propias fuerzas, pero en ninguno puede imprimirse tampoco al margen de su voluntad y cooperación. Ahora bien, esta voluntad y cooperación no consisiten en el trabajo de dos yuxtapuestos, a la manera, por ejemplo, en que un maestro proyecta un cuadro y da las pinceladas fundamentales, encargando a los discípulos lo secundario, para, una vez terminada la labor de éstos, examinarla y rematarla, si es preciso. La labor de Dios y la del hombre jamás se sitúan en el mismo plano. El Ecce ancilla Domini de María remite a la distancia entre el Señor y la sierva, como se ve en que el Señor manda en todo y la sierva obedece en todo. La obediencia creatural y criatiana caracteriza toda la existencia: llega hasta la muerte, más aún, hasta la muerte en la cruz, y renuncia a todas las ideas y objeciones propias, para aceptar íntegramente todo el plan de trabajo del Señor y poner sus fuerzas corporales y espirituales a disposición de este plan. Es, pues, todo lo contrario de una pasividad que renuncia a colaborar y deja que "Dios haga lo que quiera". La sierva está en una actitud de atención constante al menor gesto de su señora (Sal 122,2). Con todas las fuerzas de que dispone, está pronta a hacer lo que se le ordena, incluso, si tal fuese la voluntad del Señor, a ser postergada, olvidada, abandonada. Su actitud es un "aguardar al Señor", que de acuerdo con las últimas parábolas de Cristo es la actitud cristiana auténtica. El "aguardar despierto", la "disponibilidad activa" es la arcilla húmeda en la cual y sólo en la cual puede imprimirse la forma de Cristo. Esta actitud que no impone ningún plan, ningún proyecto, ninguna idea propia y bien intencionada que puedan constituir un obstáculo, es el supuesto indispensable para que la materia humana (donde se incluyen todas las fuerzas activas del espíritu, de la voluntad y de la fantasía) pueda recibir verdaderamente la impronta de la forma. La vida de María ha de ser el prototipo de lo que el ars Dei puede formar a partir de una materia humana que no le oponga resistencia. Es vida femenina que en todo caso espera, más que la masculina, ser configurada por el hombre, por el esposo, por Cristo y por Dios. Es vida virginal, que no quiere conocer más ley configuradora que Dios mismo y el fruto que Dios le da para llevarlo, alumbrarlo, nutrirlo y criarlo. Es a la vez vida maternal y esponsal, cuya capacidad de entrega abarca desde lo físico hasta la cima de lo espiritual. Es vida definitivamente puesta-a-disposición. En ella esculpe Cristo la forma que necesita, sirviéndose de ella sin miramientos, utilizándola y derrochándola hasta extremos incomprensibles, y luego haciéndola objeto de su más alta consideración glorificánola. Las situaciones de esta vida son inimitables, inolvidables, y, a la vez que irrepetibles, universalmente válidas y significativas. Los tres ciclos del Rosario las hacen presnetes en la anámnesis de la Iglesia y de los cristianos, en la más estrecha conexión formal con la vida de Cristo. Y, en realidad, la vida de María no posee ninguna forma propia y autónoma, sino que acompaña estrechísimamente a la forma de Cristo, discurre a la sombra y a la luz de su forma única, que no la ofusca, sino que, al ser utilizada por Cristo, al llevar la cruz junto a él, viene bañada en la luz que irradia de él."(BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. La percepción de la forma, Madrid 1985, 501-502).
"...desde una perspectiva eclesial no hay que asombrarse de que los creyentes posean a través de María experiencias que no han hecho personalmente, sino que les han sido comunicadas de un modo gratuito. Si esto es válido para todos los bautizados, lo es de un modo especial para los que a imitación de la Madre del Señor ponen su vida a disposición de la Palabra de Dios. La experiencia de Dios hecha por María tiene como fundamento su virginidad, su disponibilidad exclusiva para Dios en cuerpo y alma. Por consiguiente, se trata de una experiencia de Dios basada en un despojo previo de la experiencia humana fundamental. Si éste es el fundamento, también ha de ser la condición para la participación de la experiencia mariana en la Iglesia. Nos situamos aquí por encima del plano de los criterios psicológicos: el cristiano no será juzgado en su experiencia cristiana de acuerdo con lo que ha sufrido y soportado, sino (más allá de ello) de acuerdo con el espacio que ha otorgado en sí a las experiencias arquetípicas, entre las cuales ocupa un puesto importante la experiencia de la maternidad de María." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. La percepción de la forma, Madrid 1985, 301-302).
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