(pueblo1.htm; actualizado el 12.5.00 (Indice) TRES IMÁGENES BÍBLICAS DE LA IGLESIA:
"Pueblo de Dios" es un concepto referente a la Iglesia. Concepto que es importante en el Concilio Vaticano II. Ayuda a superar el individualismo y fortalecer la conciencia de que en la Iglesia todos son corresponsables. Es a la comunidad a la que se le otorga la salvación, y cada uno participa personalmente de la salvación. El individuo crece en una familia, comunidad, en la Iglesia, es aceptado en ella, y él a su vez, asume la responsabilidad de apoyarla. Todos (laicos, consagrados, ministros) son Iglesia, son Pueblo de Dios. Pero la Iglesia, no es un pueblo en sentido corriente de la palabra, sino que es una comunidad con un origen, historia y fin propia. La Iglesia es el Pueblo "de Dios", es decir un pueblo que Dios "elige" y llama de entre los pueblos, su propio pueblo, con el que establece una alianza. Es un pueblo universal abierto a todos los pueblos, razas y clases. Es también un pueblo santo. Por ello pertenecemos a la Iglesia por la fe y el bautismo (cf Jn 3,5). La Iglesia es la comunidad de los creyentes que celebra su fe en la acción de gracias (Eucaristía). La promesa más importante del Antiguo Testamento es: "Yo seré vuestro Dios y vosotros sois mi pueblo" (Lev 26,11-12; cf Ez 37,27; 2 Cor 6,16; Heb 8,10; Ap 21,3). San Pablo en Rom 9-11 vincula a la Iglesia con Israel. El Vaticano II reconoce esta historia común entre cristianismo y judaísmo. Al Pueblo de Dios de nuevo y verdadero Israel pertenecen también los gentiles, que originalmente no fueron Pueblo de Dios (cf 1 Pe 2,10). En Cristo ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús (Gál 3,28; 1 Cor 12,13; Col 3,11). La Iglesia no se ata a ninguna forma particular de cultura y a ningún sistema político, económico o social concreto, sino que abraza a todos los pueblos, culturas, razas y clases. Es signo e instrumento de unidad y de paz para la humanidad entera (cf GS 42). Ella es el Pueblo mesiánico de Dios, Pueblo de Dios en camino. Vive en la historia, y tiene su propia historia. Está de camino, no ha llegado aún a la meta. Por tanto es una realidad dinámica y no estática.
b) La Iglesia es el cuerpo de Cristo: San Pablo usa esta comparación. La Iglesia es un cuerpo con muchos miembros diferentes. Todos ellos se necesitan mutuamente. Deben mantenerse en armonía. Si un miembro sufre, todos sufren, y si uno está bien, todos gozan con él (cf. 1 Cor 12,26). Lo importante es la vinculación con Jesucristo. Sólo por Él y en Él somos miembros de su cuerpo. Por eso se dice que Jesucristo es la cabeza de la Iglesia (cf Ef 1,22-23; 4,15-16; Col 1,18; 2,19). La Iglesia esta subordinada a Jesucristo en la obediencia, la Iglesia es la esposa de Cristo (cf Ef 5,25; Ap 19,7; 21,2.9; 22,17; cf. Os 2,21-22). La Iglesia participa de Jesucristo de un modo triple: participa en su función profética, en su función sacerdotal y en su función pastoral. Así la Iglesia se edifica y crece como cuerpo de Cristo, por la predicación de la palabra de Dios (función profética), por la celebración de los sacramentos (función sacerdotal, especialmente por el bautismo y la eucaristía) y por el ministerio pastoral. Por tanto la Iglesia es el cuerpo de Cristo, la comunidad de los que oyen la palabra de Dios y dan testimonio de ella ante el mundo. Es la comunidad de los que creen. La Iglesia es comunión con Jesús. Tenemos la parábola de la vid y los sarmientos que refleja esta unidad (Jn 15). También el discurso del pan de vida (Jn 6). Los santos tienen conciencia de esta unidad. La palabra de Dios se encarna en los sacramentos. Por el bautismo todos somos en un Espíritu un solo cuerpo (cf 1 Cor 12,13). En la Eucaristía todos participamos de un solo pan. De un solo cuerpo eucarístico de Cristo, a así somos un solo cuerpo (cf. 1 Cor 10,16-17). La Eucaristía es la "fuente y la cumbre" de toda la vida cristiana y eclesial (cf. LG 11). La Iglesia es la Esposa de Cristo. La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica una relación personal entre ambos. Esta relación se expresa con frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la Esposa. El Señor se designó a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2,19; cf. Mt 22,1-14; 25,1-13). La Iglesia es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26).
c) La Iglesia es el templo de Dios en el Espíritu Santo. Es templo del Espíritu Santo: El templo significa el lugar de la presencia activa de Dios en el mundo. Israel por mucho tiempo no tuvo templo (40 años en el desierto). El Nuevo Testamento también Jesús nos dice: "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Por tanto la Iglesia es el edificio espiritual de piedras vivas, cuya piedra angular es Cristo (cf 1 Pe 2,4-5). ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros" (1 Cor 3,16-17; cf 2 Cor 6,16; Ef 2,21). El Espíritu Santo es como el alma del cuerpo, es el principio viviente de la Iglesia. Ella vive en el Espíritu Santo, y se renueva en Él. El es el que la rejuvenece, la renueva., fecunda y vitaliza. El la mantiene en la verdad (cf. Jn 14,26; 16,13-14; DV 7-9), la guía en el camino de la actividad misionera (cf AG 4) y la santifica, junto con todos sus miembros (cf. LG 39-40). El Espíritu Santo es el principio de la unidad de la Iglesia en la multiplicidad de sus carismas (cf 1 Cor 12,4-31; Ef 4,3; LG 12; UR 2). El Espíritu sopla donde quiere (cf Jn 3,8). De ahí que la renovación en la Iglesia no se puede"programar y organizar" simplemente. Lo decisivo en la Iglesia no está en nuestras manos. Por ello la Iglesia debe pedir constantemente el Espíritu Santo, que la vivifica, rejuvenece y la hece fecunda.
Los carismas: extraordinarios o sencillo y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tiene directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Los carismas se han de acoger con reconocimiento del que los recibe y por todos los miembros de la Iglesia. Vitalizan a la Iglesia cuando provienen del Espíritu Santo. Por ello es necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y de la comunión con los pastores de la Iglesia, a fin de que ayuden para el bien común (Lg 12; cf. 1 Co 12,7).
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