¡Todo esto es mío! -Se dijo-. Como el campesino rico de la parábola bíblica. El también había hecho provisión de todo, menos para su alma inmortal. Carecía de los tesoros eternos y verdaderos, mientras gozaba de abundancia de riquezas terrestres. Para él, el mundo del más allá era lo de menos.
Mientras pensaba alegre que era dueño de posesiones tan hermosas, apareció un siervo suyo con su caballo de monta. El joven saltó a la silla y se alejó al galope. A poca distancia, por el camino, trabajaba un empleado de la finca, el viejo Hans. El patrón se detuvo para charlar un rato con él. Hans sacó su merienda y se quitó el sombrero, daba gracias al dador de todo bien cuando escuchó la voz del patrón.
-Hola Hans, ¿cómo estás hoy?
-¡Es usted, señor!, contestó el viejecito. No le sentí acercarse. Es que últimamente estoy un poco sordo y también me falla un poco la vista.
-Sin embargo, pareces estar muy feliz, Hans.
-¿Feliz? ¡Claro que sí! Tengo motivos más que suficientes para sentirme feliz. Mi Padre celestial me da abrigo y alimento diario. Además, tengo cobijo y una buena cama donde descansar, mi buen amo, ésto es más de lo que gozaba mi precioso Salvador cuando él vivía aquí. Estaba dando gracias a Dios por todas sus misericordias cuando Ud. llegó.
El joven rico miraba hacia el pobre almuerzo de Hans, que consistía en unos mendrugos de pan y un pedazo frío de cerdo frito.
-¿Y por ese bocado miserable dabas gracias a Dios? Pobrecillo... Yo me sentiría defraudado si eso fuera todo lo que yo tuviera para almorzar.
-¿Verdad?, preguntó Hans admirado. Pero, quizá Ud. no sabe lo que a mí me endulza la vida... Es la presencia de Cristo, mi Salvador en mi corazón. ¿Me permite Ud. mi buen amo, relatarle un sueño que tuve anoche?
-Por supuesto Hans. Cuéntame tu sueño, quisiera conocerlo...
-Pues cuando adormecía, pensaba yo mucho en la patria celestial y en todas las mansiones allá que están preparadas para los que aman en verdad al Señor. De repente me sentí trasladado a las puertas de la gloria; me estaban abiertas de par en par y pude contemplar la bendita ciudad. Oh señor, ¡la gloria y hermosura que vi, jamás se podría describir! Por supuesto no fue más que un sueño, pero había una cosa que en particular tengo que decirle a Ud.
-El patrón se sentía incómodo, como si quisiera alejarse, pero Hans, sin darse cuenta de ello, continuaba...
-Yo oí una voz de decía: "El hombre más rico del valle, morirá esta noche", y después de aquello, una música maravillosa, un verdadero coro de "Aleluyas", me deleitaba los oídos. Entonces me desperté.
-Mi buen amo, siguió Hans, aquellas palabras fueron dichas tan claras que no se me han olvidado y me sentí obligado a decírselas. ¡Quizá constituyan un aviso!
El patrón se puso pálido, pero quiso disimular los temores que se apoderaban de él... ¡locura! -exclamó. Quizá tu creas en lo sueños, pero yo no creo en eso. ¡Hasta luego!
Un par de horas más tarde, el joven volvió, y al pasar el portal de su patio, su criado se acercó para ocuparse del caballo. Entrando apurado al salón de su casa, se echó sobre el sofá, agotado y agitado.
-¡Qué necio soy por permitir que la charla simple de ese viejecito ignorante me preocupe! "El hombre más rico del valle...", por supuesto, ese soy yo; pero eso de morir esta noche... jamás en mi vida me he sentido tan bien. Por lo menos esta mañana me sentía muy bien, aunque ahora mismo tengo un dolor de cabeza algo raro, y el corazón me parece que no funciona muy bien. ¡Tal vez debo mandar a avisar al médico!
A la tarde llegó el médico. El campesino, debido a su agitación tenía fiebre, mas no sabía explicar su malestar. El médico, después de examinarlo, de detuvo unas horas con él, empleando toda su habilidad con el fin de distraerle y disipar sus lúgubres pensamientos. Sonaban las diez de la noche cuando el médico decidió irse, pero de repente, el timbre de la puerta sonó. Su sonido agudo asustó a todo el mundo en casa.
-¿Quién era el que venía a estas horas de la noche? preguntó el joven ansioso.
-Perdóneme por haberle molestado, señor -le dijo un empleado de la hacienda. Vine nada más para decirle que el viejo Hans murió de repente esta noche, y le suplicamos a Ud. que tenga a bien atender el asunto del entierro.
¡El sueño del viejecito se había cumplido! Pero no fue el poseedor de losvastos terrenos fértiles, sino el pobre siervo que vivía en la humilde choza y daba gracias a su Padre celestial por su cuidado diario. ¡El viejecito era el hombre más rico del valle! Su alma redimida por la sangre de Cristo había entrado triunfante por las puertas de la ciudad celestial. Así fue como él entró en las riquezas eternas.
¿Qué sucederá con Ud. querido lector? ¿Posee Ud. tesoros celestiales como los que gozaba Hans? ¿Es su Salvador también el Salvador de Hans? Dice la Santa Biblia: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" Mt 16:26.
Asegúrese Ud. de poseer lo que es de más valor, sabiendo que "las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven, son eternas", como afirma la Palabra divina. Hay quien atesora aquí para sí lo que por necesidad tiene que ceder en el momento de dejar este mundo y entrar en el venidero. Es porque, como dice la Biblia, "no son ricos en Dios". Nuestro Salvador habló de los "tesoros en el cielo". ¿Será Ud. de estos herederos? Solo los que tienen la salvación, que son los hijos de Dios, tendrán estos tesoros. Esto lo somos solo y exclusivamente por la fe en Cristo como nuestro Salvador personal. El Señor dijo "El que cree en mí, tiene vida eterna" 1Jn 5:12. Además, la Palabra dice: "Sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" Gal 3:26.
Entréguese a Jesucristo
su Salvador ahora mismo.