EL GORRIÓN
Este gorrión que viene a posarse en mi ventana
más que una verdad natural es una verdad poética.
Su voz, sus movimientos, sus hábitos –el modo
en que le encanta agitar las alas en el polvo–
todo lo atestigua; concedido, lo hace para despulgarse
pero el alivio que siente hace que chille con vehemencia
–característica más relacionada con la música
que con otra cosa.
Bien sea que se halle al comenzar la primavera
en pobres callejas o junto a los palacios
prosigue sin afectación sus amoríos.
Eso comienza en el huevo, su sexo lo produce:
¿Qué es más pretenciosamente inútil
y sobre lo que más nos vanagloriemos?
con frecuencia nos lleva a la ruina.
¡El gallo, el cuervo con sus voces retadoras
no pueden superar la insistencia de su chillido!
Una vez en el paso hacia el anochecer
vi ¡– y oí! – a miles de gorriones
que habían llegado del desierto a pernoctar.
Llenaban los árboles de un pequeño parque.
Las gentes (los oídos zumbándoles)
huían de sus rilas dejando el lugar
a los caimanes que viven en la fuente.
Su imágen es familiar como la del aristocrático unicornio,
una lástima que no se coma más avena
en nuestros días para hacerle la vida más fácil.
Por su tamaño pequeño el ojo agudo
el útil pico además de sus muchos trucos
es segura su supervivencia –para no decir nada
de su innumerable prole.
También los japoneses lo conocen
y lo han pintado con simpatía y profunda
comprensión de sus menores características.
Nada sutil ni siquiera remotamente
en su modo de cortejar.
Se acurruca delante de la hembra,
arrastra las alas como bailando,
echa atrás la cabeza y simplemente chilla.
El estrépido es tremendo
su modo de golpear un tablón con el pico para limpiarlo
es decisivo.
Y así con cada cosa que hace,
las cejas cobrizas le dan el aire de un triunfador
–y sin embargo una vez vi a una hembra
que colgando resuelta del borde de un canal
lo tenía agarrado de las plumas de la cabeza
y lo sostenía callado
sometido colgando de la ciudad
hasta que saldó cuentas con él.
¿Qué utilidad tenía todo aquello?
también ella colgaba allí intrigada por su éxito.
Yo me reí de buen grado.
Práctico hasta el final es el poema de su existencia
que triunfos al cabo;
un manojo de plumas aplastado contra el pavimento,
las alas simétricamente desplegadas como en vuelo,
descabezado, el negro escudo del pecho indescifrable,
la efigie de un gorrión plana y seca,
dejada ahí para decir
y dice sin ofensa alguna,
bellamente;
Esto fui yo, un gorrión.
Intenté lo que estuvo a mi alcance.
Adiós.
William Carlos Williams
Correo: abernalm@starmedia.com Mis favoritos