LA MEDITACIÓN, UN INICIO

SUA SANTIDADE DALAI LAMA
 

A lo largo de este capítulo exploraremos las técnicas para cambiar
nuestros hábitos mentales por otros más virtuosos. En este empeño podemos
usar dos métodos de meditación: por un lado, la meditación analítica, la vía
mediante la cual nos familiarizamos con nuevas ideas y actitudes mentales, y,
por otro, la meditación contemplativa, que centra la mente en el objeto
elegido.
Aunque todos aspiramos de forma natural a ser felices y deseamos
superar nuestra desdicha, el dolor y el sufrimiento siguen ahí. ¿Por qué?. El
budismo enseña que, en realidad, somos nosotros quienes influimos en las
causas y circunstancias que generan nuestra infelicidad, resistiéndonos a
menudo a realizar actividades que podrían conllevar una felicidad más
duradera. ¿Cómo puede ser?. En nuestra vida diaria nos dejamos llevar por
poderosos pensamientos y emociones, lo que, a su vez, da pie a estados
mentales negativos. Este círculo vicioso se encarga de perpetuar no solo
nuestra infelicidad sino también la de los demás. Tenemos que hacernos el
firme propósito de modificar esas tendencias y reemplazarlas por otras. Como
una rama joven de un árbol viejo que acabará absorbiendo la vida de ese árbol
y creando un nuevo ser, debemos nutrir nuestras inclinaciones cultivando
deliberadamente prácticas virtuosas. Este es el verdadero significado y
objetivo de la meditación.
Contemplar la dolorosa naturaleza de la vida, estudiar los métodos con
los que poner fin a nuestra desdicha constituye una forma de meditación. Este
libro es una forma de meditación. Cuando hablamos de meditación nos
referimos al proceso mediante el cual transformamos nuestra actitud más
instintiva, ese estado mental que solo pretende satisfacer el deseo y evitar el
malestar. Tendemos a dejar que la mente nos controle y nos conduzca por su
egocéntrico camino. La meditación es el proceso que nos permite aumentar
nuestro control sobre la mente y guiarla en una dirección más virtuosa.
Podemos considerarla una técnica por la que disminuimos la fuerza de los
antiguos hábitos de pensamiento y desarrollamos otros nuevos. Gracias a ella
nos protegemos de aquellas actitudes de pensamiento, palabra o acción que
nos provocan el sufrimiento. La meditación constituye la base de nuestra
práctica espiritual.
Esta técnica no es exclusiva del budismo. De la misma forma que un
músico entrena las manos, un atleta los reflejos, un lingüista el oído y un
filósofo la percepción, nosotros dirigimos nuestra mente y nuestro corazón.
Por tanto, familiarizarnos con los distintos aspectos de la práctica
espiritual es ya una forma de meditación, aunque para obtener algún beneficio
es necesario ir más allá de una simple lectura. Si está interesado en ello,
recuerde lo que hicimos en el capítulo anterior con las consecuencias
negativas derivadas de hablar sin pensar: primero vimos el abanico de
conductas que implicaba y luego las investigamos más a fondo para
comprenderlas mejor. Cuanto más explore un tema sometiéndolo a un
exhaustivo escrutinio mental, más profundamente llegará a comprenderlo.
Esto le permitirá juzgar su validez. Si a través del análisis concluye que algo
no le resulta válido, apártelo de usted. Sin embargo, si llega a la conclusión
objetiva de que es cierto, notará que la fe en esa verdad toma una dimensión
mucho más sólida. Este proceso de búsqueda y escrutinio debe tomarse como
una forma de meditación.
El propio Buda dijo: «Oh monjes y sabios, no aceptéis mis palabras
únicamente por respeto hacia mí. Debéis someterlas a un análisis crítico y
aceptarlas solo cuando vuestro entendimiento os aconseje hacerlo». Esta
excelente frase posee múltiples implicaciones. Está claro que el Buda nos está
diciendo que cuando leemos un texto no debemos confiar solo en la fama de
su autor sino en el contenido. Y que, al tratar de captar ese contenido,
deberíamos atender más al significado que al estilo literario. Por lo que
respecta al tema en cuestión, debemos fiarnos más de nuestra comprensión
empírica que de nuestra capacidad intelectual. En otras palabras, debemos
desarrollar un conocimiento del dharma que trascienda al puramente
académico. Debemos integrar las verdades de las enseñanzas del Buda en las
profundidades de nuestro ser de manera que queden reflejadas en nuestras
vidas. La compasión sirve de bien poco si permanece solo como una idea y no
se convierte en una actitud hacia los otros que imprime su huella en todos
nuestros pensamientos y acciones. Del mismo modo, el simple concepto de
humildad no hace que la arrogancia disminuya, sino que debe convertirse en el
estado habitual del ser.

Familiarizarse con el Objeto Elegido

La palabra tibetana que designa a la meditación es gom, que significa
«familiarizarse». Cuando usamos la meditación en nuestro camino espiritual,
lo que hacemos es familiarizarnos con un objeto elegido; un objeto que no
tiene por qué ser una cosa física, ni una imagen del Buda o de Jesús en la cruz.
Puede tratarse de una cualidad mental, como la paciencia, que queremos
cultivar mediante la meditación contemplativa, o el movimiento rítmico de la
respiración en el que nos concentramos para serenar nuestra mente inquieta o
simplemente la claridad y el conocimiento ? la conciencia ?, con la
intención de comprender su verdadera naturaleza. Todas estas técnicas, que
nos permiten ampliar el conocimiento del objeto elegido, están descritas con
detalle en las páginas siguientes.
Por ejemplo, cuando estamos decidiendo qué coche comprar, leyendo
sobre los pros y los contras de distintas marcas, acabamos desarrollando un
cierto apego por las cualidades de un modelo determinado. A medida que
contemplamos estas cualidades, se intensifica el aprecio que sentimos por ese
coche y aumenta el deseo de poseerlo. Virtudes como la paciencia y la
tolerancia pueden cultivarse de forma parecida: contemplamos las cualidades
que forman la paciencia, la paz mental que nos genera, el entorno armónico
que se crea y el respeto que engendra en los otros. También podemos trabajar
para reconocerlos efectos negativos de la impaciencia, la ira y la falta de
satisfacción que sufrimos a causa de ella, el temor y la hostilidad que provoca
en quienes nos rodean. Si nos esforzamos en seguir esas líneas de
pensamiento, nuestra paciencia evoluciona de forma natural, haciéndose más y
más fuerte cada día, cada mes, cada año. Controlar la mente es un proceso
lento, sin embargo, una vez hemos dominado la paciencia, la satisfacción que
se deriva de ello supera con creces a la que puede proporcionarnos el mejor
coche del mundo.
En realidad, desarrollamos ese tipo de meditación con bastante
frecuencia en nuestra vida cotidiana, aunque somos especialmente hábiles a la
hora de familiarizarnos con las tendencias negativas. Cuando alguien nos
disgusta, somos capaces de fijar nuestra atención en los defectos de esa
persona hasta llegar a formarnos una firme opinión de su cuestionable
naturaleza. Nuestra mente permanece centrada en el «objeto» de la meditación
y nuestra aversión hacia esa persona se intensifica. El proceso se repite cuando
nos concentramos en algo o alguien que nos atrae especialmente: hace falta
muy poco para mantener nuestra concentración. Resulta más difícil
concentrarse en el cultivo de una virtud, lo que constituye una indicación
certera del abrumador peso que ejercen en nosotros emociones como el apego
y el deseo.
Existen muchas formas de meditación. Algunas no requieren un lugar
especial o una postura física concreta: podemos meditar mientras conducimos
o paseamos, cuando vamos en autobús o en tren, e incluso mientras nos
duchamos. Si deseamos dedicar cierto tiempo a una práctica espiritual más
concentrada, es aconsejable aprovechar las primeras horas del día, ya que es
entonces cuando la mente está en estado de máxima alerta y claridad. Resulta
útil sentarse en un entorno tranquilo con la espalda recta, ya que dicha postura
ayuda a permanecer concentrado. Sin embargo, es muy importante recordar
que debemos cultivar hábitos mentales virtuosos en cualquier momento y
lugar, extendiendo la meditación más allá de las sesiones puramente formales.
Meditación Analítica
Como ya he dicho, hay dos tipos de meditación que pueden usarse a la
hora de contemplar e interiorizar los temas de que trato en este libro. Primero
tenemos la meditación analítica, en la que la familiaridad con un objeto
elegido ? ya sea el coche deseado o la compasión y paciencia que
pretendemos alcanzar ? se cultiva mediante un proceso de análisis racional.
No nos limitamos a concentrarnos en un tema, sino que cultivamos un sentido
de proximidad o empatía con el objeto elegido aplicando en ello nuestras
facultades críticas. Se trata de la forma de meditación que enfatizo cuando
exploramos los diferentes temas que necesitan ser cultivados en la práctica
espiritual. Algunos de esos temas son específicos de la práctica budista y otros
no. En cualquier caso, una vez nos hemos familiarizado con un tema mediante
este tipo de análisis, es importante mantener la concentración en él mediante la
meditación contemplativa con el fin de interiorizarlo con más profundidad.

Meditación Contemplativa

El segundo tipo es la meditación contemplativa. Se produce cuando
concentramos la mente en un objeto sin tratar de analizarlo o reflexionar sobre
él. Cuando meditamos sobre la compasión, por ejemplo, desarrollamos
empatía hacia los otros y nos esforzamos por reconocer el sufrimiento por el
que están pasando. De esto se ocupa la meditación analítica. Sin embargo, una
vez el sentimiento de compasión se ha alojado en nuestros corazones, una vez
la meditación ha cambiado positivamente nuestra actitud hacia los otros,
permanecemos absortos en ese sentimiento, sin dedicarle reflexión. Esto
ayuda a hacer más honda esa compasión. Cuando sentimos que el sentimiento
se debilita, podemos recurrir de nuevo a la meditación analítica con el fin de
revitalizarlo antes de volver a la meditación contemplativa.
Con el tiempo y la práctica constante aumentará nuestra habilidad de
alternar las dos formas de meditación para intensificar la cualidad deseada. En
el capítulo XI, «La inmanencia serena», examinaremos más a fondo la técnica
para desarrollar la meditación contemplativa hasta el punto de que podamos
mantenernos concentrados en el objeto deseado durante todo el tiempo que
queramos. Como ya he dicho, este «objeto de meditación» no tiene que ser
necesariamente algo que podamos «ver». En cierto sentido, uno funde su
mente con el objeto con el fin de familiarizarse con él. La meditación
contemplativa, como sucede con otras formas de meditación, no es una
práctica virtuosa en sí misma. Es el objeto en el que nos concentramos y la
motivación que nos lleva a hacerlo lo que determina la dimensión espiritual de
este proceso. Si nuestra mente se centra en la compasión, la meditación es
virtuosa; si el esfuerzo se dedica a la ira, no hay en él la menor virtud.
Debemos meditar de forma sistemática, cultivando la familiaridad con
el objeto elegido de forma gradual. Estudiar y atender a los consejos de
maestros cualificados constituye una parte importante de este proceso, ya que
nos permite una reflexión posterior sobre lo que hemos leído o escuchado
encaminada a aclarar cualquier duda, confusión o malentendido. Este mismo
proceso sacude nuestra mente y más tarde, cuando nos concentramos en el
objeto, conseguimos fundirla con él tal y como deseábamos que sucediera.
Es importante que seamos capaces de concentrarnos en temas simples
antes de intentar meditar sobre los aspectos más sutiles de la filosofía budista.
La práctica previa nos ayuda a desarrollar la habilidad necesaria para analizar
y permanecer centrados en temas complejos como antídoto a todo nuestro
sufrimiento, al vacío inherente a la existencia.
Tenemos ante nosotros un largo viaje espiritual. Debemos ser
cuidadosos a la hora de elegir el camino, cerciorarnos de que contiene los
métodos que nos conducen a nuestro objetivo. En ocasiones, el trayecto se
convierte en una escarpada cuesta y debemos saber cómo reducir la velocidad
hasta alcanzar el paso del caracol, mientras nos aseguramos de no olvidar los
problemas del vecino o de ese pez que nada en aguas contaminadas a miles de
kilómetros de distancia.
 

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