EL KARMA

SUA SANTIDADE DALAI LAMA

Nuestro fin último como practicantes del budismo es alcanzar el
iluminado y omnisciente estado de un buda. Para ello necesitamos un cuerpo
humano provisto de una mente sana.
La mayoría de nosotros no damos demasiada importancia al hecho de
ser seres humanos relativamente sanos. En cambio, los textos budistas se
refieren a la existencia humana como algo extraordinario y precioso, el
resultado de una enorme cantidad de virtud, acumulada a lo largo de un
infinito número de vidas. Todo ser humano ha necesitado hacer un gran
esfuerzo hasta conseguir este estado físico. ¿Por qué tiene tanto valor?. Porque
nos ofrece la mayor oportunidad de crecimiento espiritual: la búsqueda de la
felicidad, la propia y la de los otros. Los animales, a diferencia de los
humanos, simplemente carecen de la habilidad de ir en pos de la virtud: son
víctimas de su ignorancia. Por lo tanto, deberíamos valorar este valioso
vehículo humano y hacer todo lo que esté en nuestras manos para asegurarnos
de renacer en forma de seres humanos en la próxima vida. Aunque
continuemos aspirando a alcanzar la iluminación absoluta, deberíamos
reconocer que el camino hacia el estado del buda es largo e implica una
preparación conveniente en tramos más cortos.
Como ya hemos visto, para asegurarnos el renacimiento como seres
humanos con el potencial para desarrollar la práctica espiritual, primero
debemos seguir el camino de la ética. Eso, de acuerdo con la doctrina del
Buda, se traduce en evitar las diez acciones no virtuosas. Cada una de estas
acciones provoca sufrimiento en mayor o menor grado. Para reforzar aún más
nuestro propósito de no caer en ellas, debemos comprender el funcionamiento
de la ley de causa y efecto, también conocida como karma.
El concepto de karma, que significa «acción», se refiere a un acto que
realizamos pero también a sus repercusiones. Cuando hablamos del karma de
matar, el acto en sí mismo sería arrebatar la vida de otro. Las consecuencias de
este acto, también parte del karma de matar, son el sufrimiento que causa a la
víctima así como a los que aman a ese ser y dependen de él. El karma de este
acto también incluye ciertos efectos sobre el propio asesino, que no se limitan
a esta vida. En realidad, el efecto de un acto no virtuoso crece con el tiempo,
de manera que el impulso de un asesino despiadado que no duda en acabar con
la vida de otro ser humano comenzó en una vida pasada en forma de un simple
desprecio por las vidas de otros, que le llevaba a considerarlos meros insectos.
Es improbable que la reencarnación inmediata de un asesino sea en
forma de ser humano. Las circunstancias bajo las cuales un ser humano mata a
otro determinan la severidad de las consecuencias. Un asesino despiadado que
cometa su crimen con alevosía, probablemente renacerá para sufrir
enormemente en un reino de la existencia al cual llamamos infierno. Un caso
menos grave ? pongamos, por ejemplo, un homicidio perpetrado en defensa
propia ? podría significar renacer en un infierno de sufrimiento menor. Otras
acciones no virtuosas de menor alcance podrían llevar a renacer en forma de
animal, incapaz de mejorar mental o espiritualmente.
Cuando alguien renace finalmente como ser humano, las consecuencias
de varias acciones no virtuosas determinan las circunstancias que rodearán
esta nueva vida. Haber matado en una existencia previa da lugar a una vida
corta y llena de enfermedades, y a una tendencia a volver a matar que
garantiza más sufrimientos en vidas futuras. De la misma forma, el robo
provoca falta de recursos y la posibilidad de ser robado, además de establecer
la tendencia a robar en el futuro. Una conducta sexual inapropiada, como
puede ser el adulterio, da como resultado una vida en la que no se podrá
confiar en la pareja y se sufrirán infidelidades y traiciones. Estos son algunos
de los efectos de las tres acciones no virtuosas que cometemos con el cuerpo.
Por lo que se refiere a las cuatro acciones no virtuosas del habla, la
mentira conduce a una vida en la que los demás hablarán mal del mentiroso;
mentir también establece una tendencia a seguir mintiendo en vidas futuras,
además de la posibilidad de que los demás le mientan y no le crean cuando
dice la verdad. Las consecuencias futuras de hablar mal con la intención de
desunir a los demás incluyen la soledad y una tendencia a perjudicar al
prójimo. El discurso autoritario provoca el abuso de los demás y conduce a
una actitud de enfado. La murmuración da lugar a que los demás no escuchen
y a hablar incesantemente.
Por último, ¿Cuáles son las consecuencias kármicas de las tres acciones
no virtuosas de la mente, las tendencias no virtuosas más comunes?. La
codicia, que condena a un estado de perpetua insatisfacción; la malicia, que
conduce al miedo y a la tendencia a herir al prójimo, y los prejuicios, que
sostienen creencias falsas, lo cual provoca dificultades en la comprensión y
aceptación de la verdad, además de llevar al sujeto a aferrarse tozudamente a
sus valoraciones erróneas.
No he expuesto más que unos pocos ejemplos de las ramificaciones de
la falta de virtud. Nuestra vida actual es el resultado de nuestro karma, de las
acciones cometidas en el pasado. La situación que nos aguarda en el futuro,
las condiciones en que naceremos, las oportunidades que tendremos o no
tendremos para mejorar nuestro estado en la vida, dependerán de nuestro
karma en esta vida, de nuestros presentes actos. Aunque nuestra situación
actual ha sido determinada por conductas pasadas, seguimos siendo
responsables de nuestras acciones presentes y, por tanto, tenemos la capacidad
y la obligación de dirigir nuestras acciones hacia el camino de la virtud.
Cuando valoramos un acto determinado con el fin de decidir si es moral
o espiritual, el criterio debería ser la calidad de la motivación que lo impulsa.
Si alguien toma deliberadamente la opción de no robar porque tiene miedo de
ser atrapado y castigado, no podemos decir que su resolución sea un acto
moral, ya que no son las consideraciones morales las que le han dictado esta
elección.
La decisión de no robar puede proceder también del miedo a la opinión
pública: «¿Qué pensarán mis amigos y vecinos? Me dejarán de lado. Me
convertiré en un marginado». Aunque nadie niega que la decisión sea positiva,
de nuevo resulta dudoso calificar la motivación de este acto como moral.
La misma decisión puede tomarse debido al siguiente pensamiento:
«Robar significa actuar en contra de la ley de Dios». Otro podría pensar:
«Robar es un acto nocivo porque causa sufrimiento en los otros». Cuando
tales consideraciones se hallan detrás de la decisión, sí podemos decir que la
resolución es de índole moral o ética. En la práctica de la doctrina del Buda, si
la motivación subyacente que evita la acción negativa tiene en cuenta que con
ello impedirá la adquisición de un estado de pena trascendente, ese freno se
convierte en un acto moral.
Se dice que conocer los aspectos detallados de las obras del karma está
solo al alcance de una mente omnisciente. Los mecanismos sutiles del karma
están más allá de nuestra percepción ordinaria. Para nosotros, vivir de acuerdo
a los dictados del karma tal como es concebido por el Buda Shakyamuni
requiere un grado de fe en sus enseñanzas. No tenemos manera de comprobar
que matar lleva a una corta vida, tal y como él nos asegura, o que robar te
condena a la pobreza. No obstante, tampoco debemos aceptar esas
afirmaciones mediante una fe ciega. Antes debemos establecer la validez de
nuestro objeto de fe: el Buda y su doctrina, el dharma. Es imprescindible
analizar sus enseñanzas de forma razonada y completa. Al profundizar en
algunos temas del dharma que pueden establecerse por inferencia lógica 
tales como las enseñanzas del Buda sobre la transitoriedad y el vacío de las
que hablaremos con mayor detalle en el capítulo XIII, «La sabiduría» ? y ver
que son correctos, nuestra creencia en otras enseñanzas menos evidentes,
como pueden ser las obras del karma, crecerá de forma natural. Cuando
buscamos consejo, vamos a alguien que consideramos capacitado para
ofrecernos esa guía. Cuanto más evidente nos resulta el buen juicio de ese
amigo sabio, más deseosos estamos de seguir sus consejos. Nuestro desarrollo
de lo que yo llamaría «fe sabia» en el consejo del Buda debería producirse de
forma parecida.
Creo que la fe profunda y verdadera requiere cierta experiencia, cierta
práctica previa. Existen dos tipos de experiencia: por un lado tenemos aquella
reservada a seres muy santos que poseen cualidades en apariencia
inalcanzables, y por otro las experiencias más mundanas que podemos
conseguir a través de nuestra vida cotidiana. Podemos desarrollar cierto
reconocimiento de la naturaleza transitoria de la vida, así como de la
capacidad destructora que subyace en las emociones aflictivas. Podemos
albergar un mayor sentimiento de compasión hacia los demás o más paciencia
cuando nos vemos obligados a hacer cola.
Estas experiencias tangibles comportan una sensación de plenitud y
alegría, y crece la fe en el proceso por el que llegamos a ellas. La fe en nuestro
maestro, la persona que nos conduce hacia ellas, también se hace más intensa,
al igual que nuestra convicción sobre su doctrina. Y de esas experiencias
tangibles podemos intuir que la práctica continuada podría conducirnos a
logros más extraordinarios, como los que inmortalizaron los santos en el
pasado.
Esa fe razonada, que va surgiendo de la práctica espiritual, también
ayuda a fortalecer nuestra confianza en esas obras del karma de las que el
Buda nos habla, lo que, a su vez, nos lleva a desistir de las acciones no
virtuosas que acabarían hundiendo nuestra vida en la desdicha. Por lo tanto,
resulta útil que en la meditación, aunque solo hayamos alcanzado un pequeño
avance en la comprensión del objeto que hemos estudiado, dediquemos
tiempo a reconocer nuestro avance y cómo se ha producido. Tales reflexiones
deberían formar parte de nuestra meditación, ya que contribuyen a fortalecer
la base de nuestra fe en las tres joyas del refugio ? Buda, el dharma y el
sangha ? a la vez que nos ayudan a progresar en nuestra práctica. Nos dan
valor para continuar.

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