EL MUNDO MATERIAL Y EL MUNDO
INMATERIAL
SUA SANTIDADE DALAI LAMA
Hasta el momento hemos discutido sobre lo que
el budismo entiende
por práctica espiritual y sobre cómo
trabajar para transformar los viejos
hábitos mentales en otros nuevos y más
virtuosos. Esto se consigue a través de
la meditación, el proceso de familiarización
con las virtudes que causan la
felicidad, que nos permite abrazar dichas virtudes
y ver con claridad las
profundas certezas que se mantienen ocultas
en nuestra vida cotidiana. Ahora
examinaremos cómo esos estados mentales
se generan de forma muy parecida
a la génesis de los objetos del mundo
físico.
En el mundo material, las cosas llegan a ser
gracias a la acción conjunta
de causas y condiciones. Un brote crece gracias
a la semilla, el agua, la luz del
sol y la riqueza del suelo. Sin estos elementos,
no se darían las condiciones
necesarias para que la planta germinara y surgiera
de la tierra. De la misma
forma, las cosas dejan de existir cuando se
dan las circunstancias que
condicionan su fin. Si la materia pudiera evolucionar
libre de causas, entonces
o todo se mantendría igual eternamente,
ya que las cosas no necesitarían de
causas ni condiciones, o bien nada llegaría
jamás a cobrar existencia, pues no
habría modo de que eso pudiera ocurrir.
En otras palabras, o bien la planta
existiría sin necesidad de semilla o
bien jamás llegaría a existir. Por tanto,
podemos apreciar que la causa es un principio
universal.
En el budismo se señalan dos tipos de
causas. Primero, las causas
sustanciales. Siguiendo con la misma metáfora,
consistirían en la semilla que,
con la cooperación de ciertas condiciones
ambientales, genera un efecto que
constituye su continuación natural, es
decir, la planta. Las condiciones que
posibilitan que la semilla germine ? agua, luz,
suelo y abono ? serían
consideradas causas cooperantes. Que el surgimiento
de las cosas depende de
causas y condiciones, ya sean sustanciales o
cooperantes, no se debe a la
fuerza de las acciones de la gente ni a las
extraordinarias cualidades del Buda.
Las cosas son así, eso es todo.
En el budismo creemos que las cosas inmateriales
se comportan de
forma muy parecida a las materiales. Al mismo
tiempo, desde un punto de
vista budista, la habilidad para percibir la
materia física no puede constituir la
única base de nuestro conocimiento del
mundo. Un ejemplo de cosa inmaterial
sería el concepto de tiempo, que es concomitante
con el mundo físico pero al
que no puede dotarse de forma material. También
está la conciencia, el medio
por el que percibimos las cosas y experimentamos
dolor y placer. La
conciencia no posee una naturaleza física.
Aunque carentes de naturaleza física,
nuestros estados mentales también
son el resultado de un conjunto de causas y
condiciones, de forma muy
parecida a los objetos que forman el mundo material.
Por lo tanto resulta
importante familiarizarse con la mecánica
que rige la relación causa efecto. La
causa sustancial de nuestro estado mental actual
es el momento mental previo.
Así pues, cada momento de conciencia
sirve de causa sustancial para el
momento de conciencia subsiguiente. Los estímulos
que percibimos, las
formas visuales de que disfrutamos o los recuerdos
a los que reaccionamos,
son las causas cooperantes que contribuyen a
conformar la naturaleza de un
estado de la mente. Como sucede con la materia,
mediante el control de las
condiciones influimos en el producto: la mente.
La meditación sería un
método hábil para ejercer esa
influencia aplicando determinadas condiciones a
nuestra mente con el fin de provocar el efecto
deseado, alcanzar la virtud.
Eso funciona básicamente de dos formas
distintas. Una de ellas se
produce cuando un estímulo o condición
cooperante da lugar a un estado
mental de características parecidas.
Tendríamos un ejemplo de esta dinámica
cuando la desconfianza que albergamos hacia
alguien nos provoca
sentimientos negativos cada vez que pensamos
en esa persona. Por otro lado, a
veces un estado mental causa un efecto opuesto:
cuando cultivamos la
confianza en nosotros mismos, minimizamos la
depresión o la pérdida de la fe
en nuestras capacidades. A medida que reconocemos
los efectos de cultivar
distintas cualidades mentales vemos cómo
se producen los cambios en nuestro
estado mental. Debemos recordar que es simplemente
el modo en que
funciona la mente y podemos utilizar ese mecanismo
para incrementar nuestro
crecimiento espiritual.
Como veíamos en el capítulo anterior,
la meditación analítica es el
proceso mediante el cual aplicamos y cultivamos
determinados pensamientos,
provocando estados mentales positivos que minimizan,
y finalmente eliminan,
los negativos. Así es como se usa de
forma constructiva el mecanismo causaefecto.
Estoy profundamente convencido de que el cambio
espiritual real no
surge solo de la oración o del deseo
de que desaparezcan todos los aspectos
negativos de la mente y florezcan los positivos.
Es mediante el esfuerzo
constante, basado en la comprensión de
la mente y en cómo interactúan sus
distintos estados emocionales y psicológicos,
como conseguimos el progreso
espiritual. Si deseamos disminuir el poder de
las emociones negativas, lo que
debemos hacer es localizar las causas que las
provocan. Debemos trabajar para
cambiar o arrancar esas causas. Al mismo tiempo,
debemos reforzar las
fuerzas mentales que las contrarrestan: sus
antídotos. Es así como alguien
consigue la transformación mental mediante
la meditación.
¿Cómo lograrlo?. Primero debemos
identificar los factores opuestos a
una virtud en concreto. El factor opuesto a
la humildad sería el orgullo o la
vanidad, el opuesto a la generosidad sería
la mezquindad. Después de
identificar dichos factores, debemos esforzarnos
por debilitarlos hasta
reducirlos al mínimo, sin dejar de avivar
las llamas de la cualidad virtuosa que
deseamos interiorizar. Cuando nos sentimos más
mezquinos es cuando
debemos hacer un mayor esfuerzo para ser generosos;
cuando nos sentimos
críticos o impacientes, debemos hacer
todo lo posible para ser pacientes.
Cuando reconocemos qué efectos provoca
el pensamiento sobre
nuestros estados psicológicos, podemos
prepararnos para actuar sobre ellos.
Entonces sabremos cómo equilibrar un
determinado estado mental, cómo
reaccionar apropiadamente cuando surge. Cuando
percibimos que nuestra
mente deriva hacia la ira cuando pensamos en
alguien que nos disgusta,
debemos detenernos y cambiar de estado mental
a través de una variación en
el tema. Resulta difícil dejar a un lado
la ira a no ser que hayamos entrenado
nuestra mente para reconocer los efectos negativos
que esa emoción nos
causará. Es por tanto esencial que empecemos
nuestro entrenamiento de la
paciencia en un momento de serenidad, no cuando
estamos dominados por la
ira. Debemos recordar en detalle cómo,
cuando nos enfadamos, perdemos la
paz mental y la concentración en el trabajo,
volviéndonos desagradables para
aquellos que nos rodean. Solo después
de una reflexión prolongada y
constante sobre todo ello podremos frenar el
sentimiento de la ira.
Un conocido ermitaño tibetano que limitó
su práctica a la observación
de la mente dibujaba una marca negra en la pared
de su habitación siempre
que se le ocurría un pensamiento poco
virtuoso. Tardó poco en tener las
paredes completamente negras; sin embargo, poco
a poco, a medida que su
actitud cambiaba, sus pensamientos se volvieron
más virtuosos y las marcas
blancas comenzaron a ocupar el lugar de las
negras. Esta misma actitud es la
que debemos aplicar en nuestra vida diaria.
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