Un llamado a la creatividad
moral
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Nuevos horrores requieren una nueva creatividad moral. Los trágicos eventos del 11 de septiembre del 2001 desafían a las personas de buena voluntad, especialmente a las personas religiosas, a encontrar nuevas maneras de manejar los conflictos y enfrentar las diferencias. Afortunadamente, las feministas y otros pensadores progresistas hemos estado trabajando en estas líneas durante algún tiempo, así que no estamos empezando de cero. |
Mary
E. Hunt
Women’s Alliance for Theology, Ethics and Ritual (WATER) Silver Spring, Maryland 18 de septiembre del 2001 Nuevos horrores requieren una nueva creatividad moral. Los trágicos eventos del 11 de septiembre del 2001 desafían a las personas de buena voluntad, especialmente a las personas religiosas, a encontrar nuevas maneras de manejar los conflictos y enfrentar las diferencias. Afortunadamente, las feministas y otros pensadores progresistas hemos estado trabajando en estas líneas durante algún tiempo, así que no estamos empezando de cero. La creatividad moral requiere de los recursos más profundos de nuestras diversas tradiciones religiosas y de las más profundas reflexiones humanas de las que seamos capaces. Es un proceso que prioriza una escucha cuidadosa por encima del discurso reactivo. Podría no bastar para desviar la oleada de palabras duras y planes de retribución. Pero es un paso para alejarnos de las dinámicas que generaron esta catástrofe. Involucrarnos junt@s en esto es un paso hacia la paz. Nuestra primera obligación moral es hacia aquellas vidas que se han perdido, cuyos cuerpos han sido dañados. Buscamos, rescatamos, enterramos, entramos en duelo. Sus seres queridos y el resto de nosotr@s en la familia humana vivimos con el dolor de sus muertes, con la futilidad de su sufrimiento. No juramos venganza sino poner fin a esa maldad como la forma más apropiada de honrar su memoria. El trabajo duro continúa conforme discernimos pasos moralmente apropiados para hacer posible una nueva paz. Nadie pretende que esto sea fácil. Está errada cualquier persona que tenga una respuesta sencilla. Pero es una tarea tan esencial y patriótica como buscar entre los escombros o donar sangre. Es una inversión en el mercado del amor y de las ideas, no en el del dinero y las ganancias. Este análisis ético no puede llevarse a cabo en el viejo e inadecuado lenguaje de “sólo guerra” y “daño colateral”. Si ha de ser exitoso, requiere de nuevas categorías tales como “preocupación global” y “la vida es preciosa”. De lo contrario, actuamos como si las armas nucleares, biológicas, químicas y otras no fueran capaces de destruirnos a tod@s y a la Tierra que habitamos. Éste es un nuevo momento para el cual las viejas palabras resultan anticuadas. Dejémoslas ir, que de ese silencio podría venir la visión profunda. El peligro de responder al terrorismo con fuerza militar, dañando a personas inocentes aun cuando ésta erradicara el terrorismo, es simplemente demasiado grande. El potencial de desencadenar aun más violencia alrededor del mundo es enorme. Tal violencia sancionará, aun implícitamente, las múltiples formas de militarismo y odio que contribuyen a generar las condiciones para los inenarrables actos en Nueva York, Washington y Pennsylvania. Esto será una mortal falla de la imaginación moral. Se necesita creatividad moral para generar respuestas que detengan a los terroristas sin sucumbir a su lógica. Ésa es la tarea en la que requerimos poner nuestros corazones y nuestras mentes. Que toda la gente de buena voluntad, especialmente la gente religiosa, ejerza su imaginación moral para crear alternativas sostenibles y factibles al despliegue de sables y a la guerra. Si podemos enviar personas al espacio y crear la Internet, seguramente podemos juntar nuestra inteligencia de muchos tipos y encontrar una solución. No será fácil ni obvia, pero se puede hacer. Éste es el momento para plantear preguntas críticas a nuestros países y a nosotr@s mism@s. Es tiempo de aprender de religiones y naciones que, hasta ahora, sólo han sido palabras para nosotr@s. Por ejemplo, el Islam no enseña a sus seguidores a buscar el martirio matando gente, como tampoco lo hace el cristianismo o el judaísmo. Es tiempo para una franca revisión de nuestro lugar como nación rica, que consume demasiado, en un mundo donde tantas personas tienen tan poco que perder. Sólo entonces podemos empezar a considerar cuáles estrategias podrían llegar a las raíces del problema. La paz requiere una cierta humildad. Ciudadanas y ciudadanos comunes estadounidenses podemos involucrarnos en este proceso en formas muy prácticas, repensando nuestras propias reacciones aun cuando estemos sufriendo y temblemos. La paz y el patriotismo están entrelazados. Podemos empezar con los símbolos comunes a los que la gente se aferra durante esta crisis. Cada vez que cantemos el himno nacional o “Dios bendiga a América”, [sic] agreguemos una canción por la paz, como “Que haya paz en la Tierra”, para recordarnos a nosotr@s mism@s que somos ciudadanas y ciudadanos del mundo, y no solamente de Estados Unidos. Esto nos hará recordar que nuestra meta es el bienestar mundial y no sólo la seguridad en nuestras playas. Cada vez que despleguemos nuestra bandera, acompañemos eso con un símbolo de paz — una flor, una paloma blanca, cualquier otro signo de paz. Ello mostrará que si bien amamos a nuestro país, lo amamos porque es parte de una comunidad global comprometida con la paz, y no porque sea más grande o mejor. Estos gestos aparentemente insignificantes son ejercicios preliminares de la creatividad moral; significan ir más allá de las categorías aceptadas, buscar una inclusión mayor y más amplia. De los pequeños esfuerzos pueden surgir grandes resultados. Más adelante, este terrible capítulo en la historia mundial será lo que nuestr@s hij@s y sus hij@s llamen el tiempo en que nacieron una nueva justicia y una nueva paz. Seamos comadronas.
Mary E. Hunt, Ph.D. Traducción:
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