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El espíritu Capitalista

El sistema capitalista, que hunde sus raíces en el quiebre de la sociedad feudal y en la llegada de la manufactura, se engrandeció con la revolución industrial, en el siglo 19. Se expandió, aceleró la investigación científica y el progreso técnico. Aumentó la producción y agravó la desigualdad en la distribución de bienes. De su vientre contradictorio surgió el socialismo, que priorizó la distribución sin conseguir desarrollar la producción. La onda neoliberal derribó el socialismo europeo como un castillo de naipes.

     Frei Betto

            Hoy el capitalismo se encuentra triunfante en las naciones de la Unión Europea y de América del Norte (exceptuado México). En el resto del  mundo deja un rastro de miseria y pobreza, conflictos y muertes, salvándose las élites que, en sus respectivos países, manejan los negocios según el viejo recetario colonial, de nuevo prescrito por el FMI: todo para el beneficio de la metrópoli.

            En plena globocolonización el capitalismo está victorioso también en mentes y corazones. Aunque no en todos. Hay ricos, medianos y pobres que no tienen espíritu capitalista. Son personas generosas, altruistas, capaces de abajarse al sufrimiento ajeno y de extender la mano de la solidaridad a las causas colectivas.

             La tendencia del espíritu capitalista es agudizar el egoísmo, ampliar las ambiciones de consumo, activar las energías narcisistas, volvernos competitivos y sedientos de lucro. Crear personas menos solidarias, más insensibles a las cuestiones sociales, indiferentes a la miseria, ajenas al drama de indios y negros, distantes de cualquier iniciativa que trate de defender los derechos de los pobres. Poco a poco el espíritu capitalista va moldeando en nosotros ese extraño ser que acepta, sin dolor, la desigualdad social; asume la cultura de la 'glamourización' de lo fútil; se divierte con entretenimientos que exaltan la violencia, banalizan la pornografía y ridiculizan a los pobres y a las mujeres, como sirven de ejemplos ciertos programas humorísticos de la TV.

            El capitalismo promueve tamaña inversión de valores en nuestra conciencia, de modo que defectos tenidos por el cristianismo como 'pecados capitales' son tenidos como virtudes: la avaricia, el orgullo, la lujuria, la envidia y la codicia.

             El capitalismo es hermano gemelo  del individualismo. Al exaltar como valores la competitividad. La riqueza personal, la acumulación de bienes, interioriza en nosotros ambiciones que nos apartan del esfuerzo colectivo de la conquista de derechos, para zambullirnos en la ilusión personal de que, un día, también ascenderemos, cual alpinistas sociales, el pico de la fortuna y del éxito.

             La magia capitalista diluye, mediante el calor de su seducción, todo concepto gregario, como los de nación o pueblo. Lo que hay son individuos atomizados, premiados por la lotería biológica que les alejó de haber nacido entre los pobres, o por la rueda de la fortuna, que los hace ascender milagrosamente hacia el universo en que los sufrimientos morales son camuflados bajo el brillo de la opulencia.

             El espíritu capitalista no hace distinción de clase: se inocula en el habitante de la favela y en la empleada doméstica, en el jornalero y en el busero. E induce a ricos, medianos y pobres a la apropiación privada, no sólo de los bienes materiales, sino también de bienes simbólicos: oro para alivio de mis problemas y la cura de mis dolencias; voto al candidato que mejor corresponde a mis ambiciones; adopto un comportamiento que realza mi  figura y mi prestigio.

             Ese fantasma de ser humano no conoce la cooperación ni la gratuidad; considera una humillación la generosidad; encara la pobreza insumisa como un caso de policía ; hace de la función de mando una segunda piel; trata a los subalternos con desdén. El mundo se centra en su ombligo. Aunque no se tape los oídos al oír hablar de 'amor al prójimo', se hace próximo del otro cuando están en juego sus intereses. Pero prefiere la distancia si el otro sufre, baja socialmente o termina en fracaso. Su espejo parece ser el de aquella bruja que preguntaba: "Hay alguien tan hermoso como yo?" Si la respuesta es positiva, entonces intenta querer conocerlo, adularlo, idolatrarlo, como a un icono religioso del que se esperan gracias y provechos.

             Capitalista no es sólo el banquero, el tío Patinhas. Es también Donald, que se somete a sus caprichos. El mundo es para él un juego de espejos, en el que se ve proyectado en las más variadas dimensiones. Envidia a quienes están por encima de él y odia a quien lo amenaza como competidor. Cuando se vuelve religioso es para ganar el cielo, ya que la tierra le pertenece. Da limosnas, pero no derechos; enciende velas, nunca esperanzas; reza por un cambio del corazón, no de la sociedad; es capaz de reconocer a Cristo en la eucaristía, jamás en el rostro de quien padece hambre, está sin tierra o sin techo.

             Nos horroriza pensar que, antes, la sociedad practicó el canibalismo. Quizá alimentarse con carne de un semejante, en vez de entregarla en alimento a los gusanos, sea más saludable y ético que, como pasa hoy, excluirlo del derecho de ser, simplemente, humano.

 (Frei Betto es escrito. Autor de "Cotidiano y Misterio", entre otros libros)

 

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