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APÓSTOLES DEL SAGRADO CORAZÓN
Llevar las almas a la perfección
No desnaturalizar los ministerios
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APÓSTOLES DEL SAGRADO CORAZÓN
De
no aportar un espíritu ardoroso para cumplirla, los de Dios serían indignos de
su misión.
El
Fundador de Betharram nos previene al querer agrupar a su alrededor a un puñado
de operarios cuyo programa sea mismamente el del Corazón de Jesús. Y, para que
sean aptos a reali1ar ese programa, los lleva hasta la fuente viva del espíritu
de Jesús.
Refiriéndose
ala voluntad del fundador, escribía el P. Etchecopar: "Está claro que
tenemos el imperioso y sublime deber de justificar unte Dios y los hombres
nuestro nombre de SACERDOTES Y APÓSTOLES DEL SAGRADO CORAZÓN, luchando siempre
contra lodo espíritu antagónico, sobre todo el espíritu de independencia y de
egoísmo que campea e invade todo, sustituyéndolo por el ECCE VENIO humilde,
obediente y caritativo que un día salvó al mundo y que actualmente tiene que
regenerarlo " (Carta Circular del 12 de abril de 1889).
¿Cómo
desempeñarse en este apostolado? Los próximos párrafos nos lo dirán.
Como mi Padre me envió, así os envío yo, sicut misit me Pater, et ego mitto vos (Jn. 20, 21). Somos, pues, como nuestro Señor, encargados de ejecutar la voluntad divina.
Pero, -a qué somos enviados? A la cruz. como nuestro Señor, a la cruz de nuestra situación, para sacarle provecho. Así debéis encarar cada cual vuestros oficios y ministerios: el profesorado. las misiones, etc., y, dentro de esta óptica, abrazar las cruces de la situación.
¿Acaso no hay cruces perjudiciales que hay que descartar? - Sí. pero hay que descartarlas con esta disposición de espíritu: "Me gustaría soportarlas bien y todavía otras, para participar en las humillaciones en la pobreza. en los sufrimientos,, en una palabra. en la cruz de nuestro divino Maestro".
Amigos míos, ¡qué buena disposición de espíritu! (Con ella), ¡qué grandes podemos ser! ¡Qué felices en las peores situaciones, aunque hayamos sido echados por nuestra culpa! El que sabe aprovechar las cruces de su estado actual, aunque desborde de crímenes, llega a ser pronto santo y gran santo. Testigo de ello, el buen ladrón, condenado a muerte, crucificado por sus crímenes: primero, blasfema contra nuestro Señor; luego, conmovido por la gracia, se somete a Dios, proclamando su justicia y su misericordia. Finalmente, descubre, saborea la gloria y la felicidad de la cruz y confiesa en voz alta la indignidad de un tal honor y alegría.
Testigo, aquel condenado a muerte. Subiendo al cadalso, descubre una misión que cumplir: sube, muere como apóstol, como mártir.
Don Barbaste [cura de Garris, en donde san Miguel hizo su Primera Comunión 1, vio de este modo lo que la Providencia deparó a las víctimas de 1793. Estaba narrando, a trece niños de la Primera Comunión de Garris, entre los cuales me encontraba yo, el relato de Don Dassance, cura de Cambó. Los gendarmes lo detienen cuando lleva consigo la Santa Hostia. La pisotean, lo agarran y lo llevan prisionero. Con la ayuda de uno de los gendarmes, don Dassance consigue escapar. En seguida lo descubre en su escondite un labrador provisto de una orden rápida de detención. lo llevan a Bayona y lo guillotinan. Don Barbaste terminaba su trágico relato con esta reflexión: "Nosotros, niños, no éramos tan santos para tratarnos como a ese confesor de la fe: no éramos dignos de morir, como él, por la santa religión... " ¡Vaya reflexión! ¡Qué magnífica visión ... ! (P)
El estado religioso no se opone al estado de perfección a ejercer. Al contrario, es un excelente medio para procurar la perfección y para formar hombres perfectos, hombres idóneos, expeditos et expósitos, verdaderos auxiliares de los obispos en el inmenso campo de la santificación y perfección de las almas.
Vemos, pues, en la historia, a la Iglesia buscar en lo recóndito de los claustros a obispos e, incluso, a Sumos Pontífices que necesita. Así demuestra que la vida religiosa es escuela de la más alta perfección.
En nuestro Instituto, los medios con que trabajamos en nuestra perfección se combinan con los ministerios que propenden a la santificación del prójimo. Se combinan para formar hombres idóneos, expeditos, expósitos en todos los ministerios que quieran los obispos confiarnos.
Nuestra santificación y la del prójimo, ambas juntas: son, pues, nuestro principal y propio fin; la meta a alcanzar, en todas partes, en el noviciado, en los trabajos manuales, en las oraciones, las conversaciones. etc. Hay que empeñarse, en cualquier sitio y siempre, en llegar a ser idonei, expediti, expositi, sin inmiscuirnos, por nosotros mismos, en ningún oficio.
¿Qué medios existen para adquirir nuestra propia perfección? 1º El cumplimiento de los mandamientos; 2º la práctica de los consejos; 3º la obediencia; 4º la castidad; 5º los ejercicios espirituales y la recepción de los sacramentos; 6º las correcciones en nuestra casa para adquirir humildad, caridad, etc.
¿Cuáles son los medios para santificar al prójimo? 1º, El estudio. 2º, la predicación; 3º, la confesión, etc. (P).
Santificarse, procurar su propia perfección, ese es el fin de toda vida religiosa.
Santificar a los demás sin dejar de santificamos, es nuestra característica propia. Esto por dos motivos:
1º Porque nunca separamos la santificación del prójimo de la nuestra; y todos los medios empleados para el bien espiritual del prójimo los utilizamos para nuestro propio avance espiritual.
2º Porque todos los medios al servicio de los demás, sólo los utilizamos bajo la ley de la obediencia.
La obediencia es tan útil y necesaria en el ministerio de las almas por doble razón.
Primero, para obrar el bien, es indispensable unir el instrumento al autor de la gracia. Pero la obediencia une el alma a Dios y recibe el impulso de Dios: movetur a Deo.
En segundo lugar, el ministerio de las almas es penoso y difícil. Para llevarlo a cabo eficazmente, se necesita generosidad, constancia, que sólo genera la obediencia perfecta, Por eso, el fin del Instituto es dedicarse a formar hombres capaces, desprendidos, siempre bajo la mirada y a disposición del superior, idóneos, expeditos, expósitos, para trabajar en la santificación de las almas. Su meta forma instrumentos auxiliares que están a la espera de la misión, en el momento y en el lugar señalado. Luego, trabajando en el campo de la obediencia, con energía impense (sin contar), y, después, terminada la misión, volver en paz y feliz, y prepararse para nuevos trabajos. ¡Qué desgracia salirse de esta senda, encomendarse a sí mismo una misión!
¿Bajo quién estamos, pues? ¿Del Espíritu Santo? -No. ¿Del Obispo? - No. Seguimos nuestra voluntad. Plagiamos al Espíritu Santo. Somos una carga para los que nosotros mismos nos impusimos y que se quejan bien fuerte de nosotros. Quizás volvamos llenos de pecados.
Seamos, pues, auxiliares, no estorbos. A este efecto, existe una doble preparación: una material, la de redactar instrucciones sólidas. notas con sustancia, etc.; el Obispo se queja a este respecto. La otra, Interior, estar bajo la inspiración del Espíritu Santo y de su ley de amor (P).
Llevar
las almas a la perfección
En nuestro Instituto, los misioneros estudian. predican, confiesan, observan la regla con el doble fin de superarse a sí mismos y de llevar a los demás a la perfección. No debemos creer que nuestro trabajo consista en dar una absolución; hay que orientar a las almas, ayudarlas a escalar virtud tras virtud, ascensiones in corde suo disponentes (Sal. 83, 6). ¡Cuántas almas, aun llamadas a la perfección, permanecen estancadas en el mundo! Esta rutina no satisface el celo de un apóstol que quiere corazones encendidos en amor divino.
Habría que tener, en el confesionario, palabras breves, luminosas, de la Biblia y, de paso, sembrarlas bajo el impulso y la protección de Dios.
¡Cuántos efectos producen a veces palabras lanzadas como al azar! Se ven nacer, con el recuerdo de alguna palabra oída en el pasado, vocaciones religiosas. Aquella religiosa de Champagne, se acordaba en Alejandría de estas palabras oídas en Betharram: Aquí estoy, ecce venio.
Incluso en el púlpito, el predicador propone al auditorio el estandarte de la perfección que enarbolaba el divino Maestro. Lo sé, hay quien se atreve a decir que el predicador no debe predicar la perfección. No estoy de acuerdo con él. Dios mismo propone a todos los hombres el modelo acabado de toda santidad, su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Este es el estandarte que el predicador debe mostrar a su auditorio, invitando a seguir, de lo más cerca posible, al Jefe divino. Luego, toca a cada uno ocupar el rango en la medida de la gracia; y ejercer, dentro de los límites de su situación, la inmensidad de la caridad.
El confesor, en cuanto a él, se identifica de alguna manera con el penitente. Le aclara los deberes de su estado y le muestra los medios apropiados a su carácter y a sus necesidades personales. Es la actitud del Señor con la samaritana: le habla a solas, le pide un poco de agua para sacarla del mal y, luego, hace de ella un apóstol. Convierte a la mujer adúltera por el mismo procedimiento (P).
Sin la ley del amor, somos como los apóstoles antes de Pentecostés: hombres con ideas cortas, llenos de susceptibilidades, etc., aunque, en el fondo, buena gente.
¿Quiénes producen los grandes y sólidos frutos de la predicación? Las instrucciones sencillas, llenas de doctrina y piedad de nuestro Obispo. Tanto peor si las desprecian; pero se adecuan para realizar el mejor bien.
Después de un retiro predicado por Don Jaureche, escuché a gente venida de dos leguas a la redonda exclamar, con lágrimas en los ojos: "Nunca pensé en esas verdades; ¡cuidado que es feo el pecado! etc."
No había halagado los oídos con frases elegantes, pero los corazones habían sido conmovidos por verdades sencillas y fuertes proclamadas por un hombre de Dios (P).
El santo Evangelio ofrece aplicaciones adecuadas a cualquier estado, remedios para todas las miserias.
La costumbre de las aplicaciones prácticas en la oración ayuda a predicar con fruto y a toda clase de personas (P).
[Pregunta un misionero si los días desbordantes de trabajo es mejor dejar la oración material para dedicarse al trabajo de la misión ] Antes de ser misionero, hay que ser hombre de oración: por lo demás, una u otra vez, de paso, hacemos un esfuerzo para no dejar la meditación. En ciertas circunstancias, nuestro Señor sabía pasar las noches orando. [Alguien objeta que se deterioraría la salud] Entonces, es un asunto de prudencia: pero. cuidado, evitemos siempre los arreglos personales (P).
El misionero tiene que estar preparado para sufrir todas las pruebas, inevitables en su sublime ministerio. Le darán ropa semiseca, comida mal preparada. Debe, pues, decirse: "Profeso seguimiento al divino Maestro hasta la muerte de Cruz".
Nos molestamos por cortesías completamente humanas. La gente nos espía. El defecto de generosidad es a menudo escándalo para los demás y causa de ruina en nosotros mismos. No lo olvidemos: como religioSOS, estamos consagrados a la piedad, a la caridad, a la obediencia, es decir, a una total y constante mortificación. Como apóstoles, hemos abrazado una vida de sacrificio. Con todo eso, estamos mucho mejor que muchos curas. Que los misioneros lo adviertan. Que los veteranos no bromeen con estas cosas. Los jóvenes religiosos captan estas conversaciones para cometer grandes incorrecciones; de ahí, los grandes escándalos en las comunidades (P).
No
desnaturalizar los ministerios
No confundir ni desnaturalizar los diversos ministerios.
Existen misiones propiamente dichas, retiros. predicaciones del mes de María, ejercicios preparatorios a la Primera Comunión. Cada uno de ellos tiene su fin especial. Hay que procurar ante todo alcanzarlo. Es lo principal. Lo demás, es sólo accesorio e, incluso, nada, porque no es la obra de Dios. No recibimos misión para eso; y, aunque ganáramos el mundo entero, ¿qué provecho sacaríamos, si no hacemos la voluntad de Dios?
[Existe una discusión. Se pretende, durante los retiros de Primera Comunión, que sería bueno predicar a todos Actuar así - responde el P. Garicoits - sería confundir los distintos trabajos... Consagramos a las personas adultas un tiempo precioso para los niños. Todo se hace de prisa... Se descuida la preparación de los niños.
¡Cuántos niños necesitan al misionero para rehacer su confesión general!
¿De qué sirve convertir a toda una parroquia en detrimento de una Primera Comunión?
El Sr. Obispo ha dicho claramente que no hay que desvirtuar las cosas. Es verdad que se le atribuye a su Excelencia palabras que estarían en contradicción con él mismo...
Yo reconozco que otorga a algunos dispensas, toda clase de dispensas, porque son gente ingobernable (P).
[Alguien propone el siguiente caso: se predica una misión en una parroquia. Un cura vecino quiere aprovechar la presencia de los misioneros para favorecer igualmente a su feligresía... ¿Hay que exigir los gastos del viaje si el señor cura no lo hace? - El P. Garicoits responde:] Antes que nada, hay que ir a donde esperamos más frutos para las almas, lo demás, es accesorio (P).
Al partir, el misionero no tendría que preocuparse por lo que debe llevar. ¡Qué bajeza verlos recorrer los talleres! Avise con tiempo al superior y encontrará todo a punto.
Admirable el orden en los ferrocarriles. Una vez registrados los equipajes, no hay que preocuparse más, aunque cambie uno de vagón en camino. Cuando llega la hora, todo está en orden, ni un segundo de retraso. ¡Pobre del que no está en su puesto! Así sucede con el tiempo de la Providencia. ¿Volverá la hora si dejarnos pasarla una vez? Dios mío, ¡qué delicadeza se necesita para atraparla a su paso! El orden es algo hen-noso, solo, no basta; no siempre es señal de virtud.
Sin embargo, el orden material establecido por los hombres máquinas con fines humanos nos enseña a poner orden en la Comunidad y en los asuntos de Dios por amor a Él (36) (P).
¿Hay abusos que combatir y castigar? -¡Cuántos abusos nos conciernen, cuya responsabilidad, examen y castigo debemos dejar a quien corresponde, sin dejamos llevar por un celo de enredos! Cuando fui empleado doméstico, descubrí uno de esos abusos. Como acostumbramos en el País Vasco, al tener dificultades, yo fui raudo a consultar con mi confesor. El hombre, sabio y lleno de experiencia, me recomendó absoluto silencio: "No digas nada, no te importa nada, no es tu asunto, sigue siendo un buen empleado, eso es todo".
Para otros muchos abusos, no hay más que un remedio: paciencia. Sólo se puede y se debe combatir rezando, diciendo sin cesar: Dios mío. pronto, ven en mi ayuda. Deus, in adiutorium meum intende. Domine, ad adiuvandum me festina (Dios mío. ven en mi ayuda. Señor. date prisa en socorrerme); con mucho sacrificio y caridad; esperando meses y meses el socorro, la liberación, el cambio de los corazones. Imitemos la tolerancia de la Santa Sede. Es verdad que el tiempo está a su favor. Tiene, como decía Don Luis Veuillot, tiempo y siglos hasta para echarlos por las ventanas". Pero bueno, ¡qué magnanimidad, durante años y siglos, por ejemplo. para con la Iglesia galicana!
Esta pobre Iglesia galicana, tan buena en el fondo, tan bien intencionada, sin embargo, ¡cuántas impertinencias cometió con el Sumo Pontífice! últimamente todavía, escribía al cardenal Gregorio cartas poco respetuosas para la persona del Vicario de Cristo, para a continuación dar muestras de perfecta deferencia al consultarlo, al seguir sus consejos en pequeños detalles administrativos. ¿Cómo responde Roma a tales despropósitos, mofas y contradicciones? Con paciencia, con muestras de la más alta estima, con la promoción a la eminente dignidad del cardenalato.
Pero también, tarde o temprano, con tal paciencia, la Iglesia triunfa. Lo que decretó en el Concilio de Trento, lo está poniendo en vigor hoy. esperando trescientos años para ejecutarlo. ¡En cuántos obstáculos triunfaríamos de sabemos callar y esperar la hora de la Providencia. ¡Dios mío. haznos apreciar estas verdades tan importantes! Da nobis recta sapere. ¡Señor, ten piedad de nuestra poca fe, danos tu luz y el amor a tu divina cruz! Tu autem. Domine miscrere nostri (P).
Evitar las simplezas: en el confesionario, en el púlpito, en todas partes (I).
Los sacerdotes, si se descuidan, pierden fácilmente la delicadeza del Seminario Mayor, llegan hasta no ver daño alguno allí donde se pierden las almas (I).
(1) Congregación fundada a principios del s. XIX por san Andrés Hubert Fourriet y santa Juana Isabel Bichier des Ages.
(2) Un santo vasco: el Beato Miguel Garicoits, de Gigord, 1936.
(3) Véase este relato en Bemoville, cap. IX: Triunfo del P. Garicoits.
(4) Correspondencia de San Miguel Garicoits 1 y 11, P. Eduardo Miéyaa (fuera de comercio).
(5) Charla dada en el seminario de Bayona. El texto completo fue publicado en el Echo de Betharram, enero-febrero de 1933.
(6) Vida y Cartas del P. Miguel Garicoits por el R.P. B. Bourdenne, 2' edición, 1889, p. 206-207.
(7) Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz
(8) Ver la continuación de este texto importante.
(9) Escrito del santo sobre la Forma de vida de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
(10) La biografía del P. Etchecopar, tercer Superior General de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram, se publicó en 1937 (Ediciones Spes) por el P. Pedro Femessole. Su beatificación ha sido iniciada ya en Roma y el proceso apostólico está terminado.
(11) Colección
de Pensamientos del R.P. Miguel Garicoits. Toulouse.
Privat, 540 pág. in 32, 1890.
(12) Lugar de ejercicios militares en Bayona.
(13) Alusión
a una conversación de Tauler, recogida por Surius. Tauler se encuentra con un
mendigo a la puerta de la Iglesia. Éste le dice cómo encontró la felicidad en
la renuncia a toda creatura para unirse sólo con Dios (Sermones de Tauler,
traducidos por Ch. Sainte-Foi,
Pousselgue, 1855, t, 1, p.65-67).
(14) San Miguel se sitúa aquí en el plano del destino eterno y no en el de la simple justicia conmutativa que regula las relaciones particulares entre los hombres.
(15) Estas notas son un resumen de una nueva meditación o el bosquejo de una charla. Encontramos muchos semejantes en los escritos.
(16) Alusión al golpe de Estado de Napoleón III.
(17) Alusión a los sufrimientos que marcaron el papado de Pío IX.
(18) Alusión a las rocas que dominan el santuario de Betharram.
(19) Estas palabras con que San Miguel gustaba resumir su ideal, están extraídas de Suárez (Rel. Soc. Jesu, Lib. 1, cap. 2, n. 8).
(20) El Uno. Leonide nació en Lestelle, cerca de Betharram. Entró como hermano lego y murió, como si fuera predestinado, a los 15 años. San Miguel, que lo conoció de pequeño, hablaba de él, luego de su muerte, así: "Amemos la Cruz, como el Hermanito Leorude, que todos conocisteis. ¡Qué maravilloso niño! A los 5 años, en lo más crudo del invierno, se hacía despertar, bajar de la cama, por su padre. Llamaba a nuestra puerta y se iba a la capilla. Tales felices disposiciones se multiplicaron con la edad. Admitido en la comunidad como Hermano, se convirtió, por su piedad y su amor a la Cruz, en modelo de los Hermanos. Niño como era, sabía la brillante filosoria del crucifijo, al punto de ser admirado por todos los que lo trataban (Vida, la Ed., p. 276).
(21) Secretario de Mons. Loyson, obispo de Bayona.
(22) "Lo
hice un ser espiritual, incluso en la carne... Y ahora se ha vuelto carnal,
incluso en el Espíritu" (Bossuet, Elevaciones, 7 a Sem., Y Elev. Cf. san
Agustín, La ciudad de Dios, Lib. XIV, Cap. 15. P.L. 61, 423).
(23) Vicario General de la diócesis de Poitiers y superior de las Hijas de la Cruz.
(24) Evaristo Etchecopar, tío del futuro P. Augusto Etchecopar.
(25) Alusión al desafortunado Sauzet, ejecutado el 27 de Febrero en Pradelles (Haute-Loire) y cuya muerte fue muy edificante.
(26) Se trata del P. Passaglia, salido de la Compañía de Jesús en 1859. La prueba, como intuyó san Miguel, le resultó favorable: murió en 1887. reconciliado con la Iglesia.
(27) Esta reprimenda de san Miguel apunta a las gestiones hechas por algunos misioneros de América ante la Santa Sede para obtener más amplios poderes a fin de ejercer el ministerio sacerdotal en otras provincias. fuera de la diócesis de Buenos Aires.
(28) Alude al suplicio de Sauzet. Según declaraciones del sacerdote que lo asistió, san Miguel creía en la inocencia del condenado quien, calumniado, aceptó con heroísmo la muerte antes que denunciar al verdadero culpable.
(29) Industrias para curar las enfermedades del alma: publicación del P. Claudio Aquaviva -finales del s. XVI-, Superior general de la Compañía de Jesús. San Miguel apreciaba mucho esta obra y la recomendaba mucho a los superiores.
(30) Obra publicada en los inicios de la Compañía y que contiene preciosas indicaciones para hacer con provecho los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.
(31) Mons. Lacroix, al no querer establecer la comunidad de Betharrani como Instituto religioso, permitió, con muchas restricciones, pronunciar los votos.
(32) Bossuet había dicho casi lo mismo: "Sin apenamos por rebosar de pensamientos ambiciosos, preocupémonos por alcanzar horizontes lejanos de bondad; y, en oficios delimitados, tengamos una caridad infinita (Sermón sobre La ambición, Ed. Lebarq, T. 4, p. 153 ».
(33) El venerable P. Luis Eduardo Cestac, fundador de las Siervas de María de Anglet (Bayona).
(34) El P. Rossigneux era catedrático de Universidad.
(35) Era el momento en que el P. Garicoits sometía a Mons. d'Astros el proyecto de fundar el Instituto.
(36) San Miguel recurre muchas veces al ejemplo del ferrocarril y saca diversas conclusiones. Su espíritu, muy sensible al progreso, estaba fuertemente conmocionado por el tipo de locomoción, nuevo entonces, que cambiaba considerablemente las condiciones de los viajes y facilitaba así los desplazamientos de los misioneros.
(37) San Alfonso Ligorio era hombre de experiencia. Encaraba las cuestiones, las verdades, del lado práctico. Era prácticamente práctico, practico practice. ¡Cuántas aberraciones en los que miran las cosas especulativamente! ¡Cuántas falsas decisiones! Jansenistas apartando a pueblos de la comunión y dejándolos vivir como animales. [ Apreciación valorativa del P. Garicoits ]
El
origen de los textos se indicará por las siguientes letras:
I: Cuaderno inédito de conferencias de san Miguel.
C: Cuaderno del Hno. Cachica, escolástico, que recogió preciosos
apuntes de las conferencias y de las clases de san Miguel en 1858 y 1859. S:
Sumario de testimonios en el proceso de beatificación.
V: Vida de san Miguel, por el P. B. Bourdenne