La voluntad de Dios, fuente de toda perfección
La gran lección de la historia
Al amor, el simple deseo le basta
Condiciones para merecer ese precio
Sumisión
a Dios en las pruebas
Señor, ¿qué quieres hacer de mí?
El
amor filial del Verbo por el Padre, fundado en la generación eterna y en la
anonadada adoración del Verbo encarnado y exigida por Dios por su condición de
creatura, se unen en una sumisión pronta, total, irrevocable para con el beneplácito
divino: aquí estoy, para hacer tu voluntad,
Fiat
Voluntas Dei. La voluntad de Dios estudiada, buscada, cumplida
sin demora, sin reserva, para siempre, por amor, fue siempre para san Miguel la
regla suprema y el único medio para llegar a la santidad Por eso, no dudó en
dejar a todos sus compañeros como principal lema las tres iniciales sagradas: F.V.D.
Fiat Voluntas Dei. Hágase la Voluntad
de Dios.
Ver
a Dios. Complacer a Dios. Ser agradable a Dios. Entre los que viven.
Eternamente. ¡Qué felicidad! ¡Qué felicidad! ¡Mi último fin!...
Dios
me quiere tanto que quiere ser amado por mí. Me creó. me conservó, me
conserva en cada momento. Me dio a su Hijo. me salvó entregando a la muerte más
cruel a su Hijo amado.
¡Dios
mío, me has amado tanto! ¡Dios mío, cuánto has hecho por yo te amara. ¡Tanto
y tanto has deseado que yo te quiera! Aquí estoy. que Dios mío, aquí estoy.
Mi corazón está dispuesto, no me rehúso a nada, para probarte mi amor. ¿Qué
quieres que haga? Aquí estoy (E).
La voluntad de Dios, fuente de toda perfección
Esto
es lo que se le reveló a santa Catalina de Siena y que ella escribió en sus
escritos que, según expresión de un Papa, redolent divinam doctrinam
(exhalan un divino perfume):
1º
Todo lo que nos ocurre, de la mañana a la noche, todos los acontecimientos de
la vida nos suceden por voluntad de Dios.
sabiduría.
2º
Todo lo que Dios quiere es lo mejor respecto a su poder y a su
3º
Todo lo que Dios quiere es lo mejor respecto a su bondad y, por consiguiente,
todo lo que hay de mejor para nosotros (I).
lº
Ten siempre delante de ti esto: Primero y ante todo Dios y su adorable voluntad;
luego, la forma de vida que expresa tan bien la voluntad divina para cada uno.
2º
Esfuérzate todo lo que puedas para alcanzar ese fin, en la medida de la gracia
y de tu situación, abarcando con una inmensa gracia todo el ámbito de la
gracia y de tu rango e, incluso, respetando los límites de ambos con una
delicadeza virginal.
La gran lección de la historia
Cuántos
se preguntan continuamente: ¿Qué diremos? ¿Qué haremos? Jesús quiere que
vivamos y muramos en paz. No os inquietéis-nos dice‑. Desde su
venida, la paz es la panacea de toda alma de buena voluntad. ¿No lo cantaron
los ángeles en el pesebre de Belén? Gloria a Dios V paz a los hombres de buena
voluntad. Para éstos, salvación asegurada.
Desgraciadamente,
entre los hombres, reina una enfermedad universal, la preocupación de lo que no
les importa. Ahí está el triste patrimonio, como mal inherente, de la
humanidad caída. Es puerta abierta al enemigo; por ende, causa en las almas los
peores estragos, se apropia de los espíritus para hacerlos a su imagen y, a
menudo, a través de ñoñerías, consigue derribar a los más fuertes.
¿Qué
hacer contra esta peligrosa tentación? ¿Despreciarla?-Muy bien. Contra
ciertas tentaciones, la huida a tiempo es necesaria. ¿Y si se trata de un
peligro para la fe o la pureza? Hay que huir a tiempo; la indolencia, la
inmovilidad es la ruina. Aquí también, aunque sea bueno despreciar las inútiles
preocupaciones, es ventajoso responder con una palabra a tiempo: "Sea lo
que Dios quiera".
Así
estamos dentro M orden. Fuera de todo esto, es el desorden: imaginaciones inútiles,
ideas vacías, vida de sueños inspirados por Satanás: es el puente por donde
pasa hasta el alma. En seguida cambia ese sueno en manía; y, por ende, tiene
como una cadena para arrastrar al infierno.
Más
inteligente era Perpetua a quien se le decía en la prisión: "SI los
dolores del parto, efecto de la naturaleza, te son tan insoportables, ¿cómo
vas a sufrir los exquisitos tormentos de los hombres?-Ahora-
responde la santa- sufro yo al sufrir la condición maternal de toda
mujer, mañana será Jesucristo quien sufrirá en mí y conmigo; y, entonces,
Jesucristo será mi fuerza":
Por
consiguiente, nada de preocupaciones: ayudémonos para que Dios nos ayude,
esperando de Él infinitamente más que de nosotros mismos; pero empleando con
cuidado todos los medios que están dentro del orden de la Providencia.
Así
hace el Santo Padre: ¡qué calma, qué paz en medio de todos esos leones que
rugen! (17) Él redobla en fervor por sus deberes diarios y.
luego, espera en paz: sea lo que Dios quiera.
¡Ah!
¡Si fuera reina esa disposición, si fuera rey ese sentimiento! Seríamos pacíficos,
felices en esta vida y por todas partes repartiríamos alegría. Beati
pacifici, quoniam filii Dei vocabuntur (bienaventurados los pacíficos,
porque se llamarán hijos de Dios) (Mt. 5, 9). Seríamos, en los brazos del
Padre celestial, como verdaderos niños que hacen su deber, en la medida y de la
manera que Él quiere...
Vosotros
que amontonáis ciencia sobre ciencia, ¿no os dais cuenta, pues, de la gran
lección escrita en las entrañas mismas de la historia, a saber, que sólo hay
una cosa que hacer: la voluntad de Dios, en todo, por todas partes, siempre,
pronto, con alegría; y que sólo ahí está la única fuente de paz y de bien? (V)
Para
que una acción sea buena y meritoria ante Dios, debe reunir varias condiciones.
En particular, debe empezar por un motivo sobrenatural.
Antes
de nuestros actos, la santa Madre Iglesia nos enseña a decir: In nomine
Patris et Filii et Spiritus Sancti (en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo). Quiere, por ahí, hacemos comprender bien, antes de cada acto,
quiénes somos, en nombre de quién actuamos. Quiere inspiramos sentimientos de
respeto, de dignidad, de modales que deben acompañar, tener los actos del que
es agente de Dios, embajador suyo, en el momento de proclamarse el hombre de
Dios que habla y actúa en nombre y en presencia de Dios. Pero, ¿quién piensa
en el carácter sagrado de nuestros actos? Decimos: En el nombre del Padre,
etc., y luego actuamos como verdaderos charlatanes, como verdaderas marionetas
de Satanás. Prometemos ante los altares ser hombres de Dios y apóstoles suyos
a través de una conducta toda ella santa y divina; y, luego. en la práctica,
damos los más estrepitosos desmentidos a nuestros deberes, a las más solemnes
proclamas. ¡Qué conducta más ridícula! Pura comedia, mas una triste
comedia...
¿Cuál
es el motivo más perfecto y que incluye a los demás motivos9 La adorable
voluntad de Dios. Ese fue el motivo de todos los actos de nuestro Señor
Jesucristo: "Mi alimento- decía- es cumplir la voluntad del
que me envió y sólo hago su beneplácito..." (Jn. 4, 34; 8, 29).
¡Si
lo pensáramos bien! La más pequeña de nuestras muchas acciones diarias valen,
ni más ni menos, Dios mismo. ¡Qué inestimable precio! ¿Nos damos cuenta?
Dios que se pone al precio de la menor acción... ¡Ay! ¡Si lo valoráramos, si
tuviéramos por Él una chispa de verdadero amor! ¡Qué ceguera no
comprenderlo!
La
incomparable felicidad es poder decir constantemente y de verdad: Dominus
regit me et nihil mihi deerit, el Señor es mi Pastor, nada me falta (Sal.
22, l). Estoy inmerso en el océano de los infinitos tesoros de Dios: In loco
pascuac ibi me collocavit...
¿Cómo
conocer la voluntad de Dios que debe ser el móvil de toda vida? Por los votos,
las reglas, la voluntad de los superiores, los deberes de nuestra situación y
también por todos los acontecimientos felices o malos que la divina Providencia
siembra delante de nosotros.
La
voluntad de Dios alcanza también a todos los actos que son cumplimientos de los
deberes de estado, por ejemplo. las prácticas de la vida religiosa que
abrazamos.
Estos
actos han recibido de parte de Dios una predestinación en virtud de la cual se
refieren de manera especial a Dios.
Este
pensamiento debe favorecer la mayor estima por los deberes de estado, por los
libros, los estudios, los diversos oficios, las personas con quienes nos
comunicamos a través de nuestro rango.
Lo
mismo ocurre con las oraciones, las ceremonias de la Iglesia, de la liturgia de
las horas, de toda liturgia predestinada por Dios para el culto que quiere que
se le tribute. Por consiguiente, respeto muy profundo por todo lo que viene de
Dios; y, todo lo contrario, desconfianza muy grande con las invenciones de la
voluntad propia. La voluntad propia es una escamoteadora que nos roba el mérito
de las acciones, que nos despoja de enormes riquezas.
¿No
dice el Señor, por boca del profeta Isaías, que desvía su mirada de los
ayunos y sacrificios de su pueblo porque están manchados por la voluntad
propia? In die jejunii vestri invenitur voluntas vestra ( .... ) (ls. 58,
3). Sacad la voluntad propia: ni el demonio, ni la concupiscencia no podrán
nada contra nosotros. Guerra, pues, a la voluntad propia. Seamos fieles a
nuestro lema: ante todo, la voluntad de Dios.
Caminemos
en ese sentido sin que nos detengan las impresiones contrarias. Nada de extraño
que las sintamos: ¡somos tan enfermos! Pero cuidado con enseñarlas afuera.
Verdaderamente hermosa mercancía a exponer, esta corrupción original
incrementada por la corrupción de pecados actuales y personales.
Escondamos
esta úlcera infecta, asquerosa, ulcus ex quo tanta sanies peccatorum (úlcera
de donde sale tanta podredumbre de pecado) siempre contagiosa, a veces culpable
y criminal (P).
Al amor, el simple deseo le basta
Para
merecer, no es necesario referir actualmente a Dios cada acto. Lo más seguro es
ofrecérselo con frecuencia. Por otro lado, es la conducta del verdadero amor
que no calcula diciendo: "¿Puedo ir hasta ahí sin una ofensa grave el,
incluso, sin pecado> ¿Hay acaso una orden o prohibición expresa de Dios? El
beneplácito, el simple deseo bastan al amor; va a lo más seguro para no
desagradar, para agradar perfectamente al único objeto de sus afectos.
Con
este espíritu, apliquémonos a lo pequeño como a lo más importante. Dios actúa
así y pone el mismo cuidado, la misma atención en todas esas operaciones, sea
cual fuere el objeto.
Hace
todo en grande; y, según palabras de san Agustín, no es menos sabio, bueno,
admirable en las pequeñas que en las grandes cosas...
Hagamos
en todo lo que Dios quiere y como lo quiere, sin correr aventuras ni
arbitrariedades. Lo arbitrario, no lo conoció el Señor; no ha hecho más que
lo previsto, lo pre‑ordenado por el Padre y lo señalado por las
Escrituras.
Actuemos
como hace falta, como es conveniente. En sí mismos, nuestros actos son poca
cosa ante Dios. No necesita nada. Lo que mira principalmente, lo que nos hace
sobre todo agradables a sus ojos, es la manera de actuar, la disposición del
corazón, el respeto, el abandono, el deseo de agradarle que acompaña a los
actos (P).
Desgraciadamente,
hay un desorden que caracteriza a la especie humana. Se complace en echar por
tierra el plan de Dios, en no tener ningún miramiento para con la voluntad de
Dios, con su palabra. Con ésta, por ejemplo: Quaerite primum regnum Dei et
haec omnia adjicientur vobis, buscad primero el reino de Dios, y se os dará
todo lo demás (Mt. 6, 33). Ahí está una orden deseada por Dios. Quaerite
primum. He ahí una promesa que tiene por garantía su palabra inefable. No
se tiene nada en cuenta, se desmiente completamente la palabra de Dios, no se
cuidan para nada sus promesas. Dice: "No os preocupéis más que del reino
celestial- en cuanto a lo demás, no os inquietéis, yo me encargo,
contad conmigo".
Y,
sin embargo, ¿de cuánto nos preocupamos? Y en toda conducta, ¿no estamos
acaso en contradicción con Jesucristo?
¿Hay,
acaso, más respeto por esta obra palabra del divino Maestro a los apóstoles?:
Tn este mundo, tristeza; en el cielo, alegría: este es el mensaje que yo he
querido compartir con vosotros; en cuanto al mundo, tendréis esa alegría‑error,
esa felicidad‑mentira con que se contenta".
¿Acaso
no hay quienes rechazan la herencia de los apóstoles, la santa tristeza, gracia
de nuestra vocación?
¿Por
qué ese Hermano es tan taciturno y por así decir replegado entre tantos
repliegues? Desea la alegría del mundo, es infiel a la vocación, no aprecia la
palabra y las promesas de Dios.
Busquemos,
ante todo, lo único necesario, el reino de Dios, el cumplimiento de su
voluntad, lo demás se nos dará como recompensa, pero por añadidura. La
recompensa vendrá después de la muerte, será magnífica, magna nimis
(Gen. 15, l). Lo que recibimos de más en la tierra, Dios lo ha dado siempre con
liberalidad, como lo prueba la historia.
Un
rey de Francia decía que san Benito había adquirido, con su libro de los
santos oficios- la regla-, más dominios que conquistó espada de
reyes.
San
Ignacio, durante una carestía extrema, en que los más ricos se vieron
obligados a despedir a varios servidores suyos, llegó a aumentar en el Colegio
Romano el número de religiosos. Le reprocharon su imprudencia. Pero Dios
bendijo su confianza. En medio de la comida, en el momento de ir al comedor, en
que iba a faltar el pan, aparecían abundantes provisiones... Un día, al abrir
la puerta para meter la leña, encontraron en el umbral sacos llenos de trigo,
dejados allí por hombres o ángeles. El mismo día, uno de los proveedores
recibía una limosna considerable y un desconocido entregaba a un Hermano una
bolsa con dinero. Uno de los religiosos llegó a decir a san Ignacio:
"Verdaderamente es un milagro". No- le responde el santo
‑, lo contrario sería un milagro; el milagro sería que Dios fuese infiel
a su palabra".
Con
ese espíritu busquemos todos el reino de Dios. Unos pocos. un solo Judas basta
para arruinar a toda una Comunidad. San Juan Crisóstomo, hablando del gran
peligro que corrió la barca de los apóstoles, dice que casi se hundió por la
presencia de Judas (P).
Estamos
en la tierra para santificamos y santificar a los demás. Pero el medio
importante de santificación es hacer bien los actos ordinarios, sin exceptuar
los menos importantes...
El
mérito de la más mínima acción es inapreciable: "La limosna de un vaso
de agua fría- dijo el Señor- se recompensará en el cielo".
Esta acción bien hecha vale más que todas las cosas creadas juntas. Dios vale
nada menos que Dios. Su precio es Dios, por supuesto sobreabundante, pero, al
fin y al cabo, Dios es su verdadero precio.
Así,
a cada acción santa corresponde un grado de gloria eterna.
Además,
todo acto verdaderamente bueno, sea cual fuere su objeto específico, aumenta,
al menos indirectamente, las demás virtudes.
Hay
virtudes cuya práctica exige, en cierto modo. una discreción singular. Es lo
que ocurre con las tentaciones contra la fe y la pureza. ¡Cuántas almas
piadosas las atizan y las hacen muy peligrosas con una resistencia demasiado
directa y con esfuerzos violentos! Un medio seguro y fácil de fortalecer esas
delicadas virtudes sería aplicarse continuamente a hacer bien las acciones
ordinarias (P).
Condiciones para merecer ese precio
Ahora
bien, toda acción, para ser buena, verdaderamente buena, debe reunir varias
condiciones: Bonum ex integra causa, malum ex quodcumque defectu (bueno,
si todos sus elementos son buenos, malo si tiene un solo elemento malo). A veces
decimos con aplomo: "Tengo buenas intenciones". Muy bien, aquí
tenemos una circunstancia requerida. ¿dónde están las demás? Si faltan,
nuestro acto es defectuoso...
Por
consiguiente: Vigilate et orate, velemos y oremos (Mt. 26, 41);
recuperemos el tiempo, porque los días son malos (Ef. 5, 16) (Mt. 26, 41) para
hacer bien las acciones ordinarias.
¡Cuántos
se han perdido porque en el ejercicio de los más santos ministerios no
cumplieron el mandato de la obediencia! ¿No habrá, pues, quien oiga estas
palabras de condena: Nescio vos, no os conozco? (Mt. 22,
No
seamos de los que, viviendo en medio de las riquezas, pasaron del sueño de la
negligencia al de la muerte y se han visto, al despertarse ante el tribunal de
Dios, con las manos vacías: Dormierunt somnum suum, nihil invenerunt omnes
viri divitiarum in manibus suis ... (Sal. 75, 6). Pensémoslo bien, nosotros
que tenemos en mano tantas gracias: la
misa,
la liturgia de las horas, el ministerio de la predicación y del confesionario
que nos sitúan por encima de los ángeles.
¡Qué
méritos tendríamos si nos desempeñáramos bien en todos esos ministerios! Hay
que aplicarse con ganas. Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum...
(Como busca la cierva corrientes de agua ... ) (Sal. 41, 2). Cor meum et caro
mea exsultaverunt, mi corazón y mi carne se alegran (Sal. 83, 2) Mihi
adhaerere Deo bonum est, mi bien es adherirme a Dios (Sal. 72, 27). Si tuviéramos
en las vetas de esas rocas una mina de oro, ¡qué trabajos no haríamos! (18)
Ya
sea que comamos, que bebamos, sea todo digno del Señor y así nos
santificaremos y al mismo tiempo seremos idonei, expediti et expositi:
hombres idóneos para todo, desprendidos de todo, y, totalmente abiertos a quien
corresponda (19). Tu autem, Domine, miscrere nobis. Y
Tú, Señor, ten piedad de nosotros (P).
Nadie
sabe si es digno de amor o de odio ni, por consiguiente, si lo que hace lo hace
en estado de gracia. Nadie sabe si lo que hace es digno de vida o de muerte. Hay
que entregarse en la acción presente como si de ella dependiera la salvación.
Y, en efecto, depende. Esta obra es un medio de santificación. Aunque todo se
pierda hasta entonces, nos sirve como tabla de salvación. Hay que agarrarla
tanto más que no sabemos si somos dignos de amor o de odio. Y cuanto menos
seguros estemos de alcanzar la meta, tanto más debemos esforzamos por
alcanzarla.
En
el mundo, ¡Cuántos cuidados, seguridades se toman por conseguir algo en la búsqueda
y conservación de los bienes temporales!
Viajé
con un señor que había ido a América con 42 años. Era viudo, cabeza de
familia numerosa y cargado de deudas. Cruzó el mar para intentar fortuna. En
Buenos Aires, empleado, trabaja en la cocina de día, por la noche en diversos
hoteles, luego abre un café. Y así llegó a satisfacer sus deseos. Vuelve a su
país natal. Tiene 40.000 francos Y lleva perfectamente sus 60 años. Lo saludan
por doquier es un perfecto Americano. Es religioso. Dios lo ha protegido-
dice-. En una ocasión le metieron un navajazo, pero se salvó de la
muerte. A decir verdad, en su alegría. está triste, pero es rico por unos días.
¡Cuántas fatigas. cuántos cuidados por bienes de un día!
¡Y
nosotros podemos adquirir tantos tesoros para el cielo! (P).
Sumisión a Dios en las pruebas
Está
en los planes de Dios que haya herejías y que los malos se mezclen con los
buenos, incluso dentro de la Iglesia. En la práctica. por desgracia, se pierde
de vista esta doctrina: nos exasperamos, nos irritamos. afectamos escándalo
cuando el Maestro dijo: "Es necesario que haya escándalos" (Mt. 18,
7). Como los servidores de celo indiscreto de que se habla en el Evangelio, se
quiere arrancar lo que parece inútil o nocivo pero que está en los designios
de Dios. A esos, Jesús les dice: "Dejad que crezca la cizaña, no siendo
que, al arrancarla, desenraicéis el grano bueno (Mt. 13,29‑30).
Sacar
bien del mal, esa es la característica de los predestinados. Es lo que tenemos
que hacer de las tentaciones, de las penas y de las tribulaciones que nos envía
Dios; pues Él es el autor de todo, excepto del pecado. Los castigos por el
pecado son obra suya y, en cuanto al pecado mismo. aunque no lo quiere, lo
permite positivamente: necesse est ut veniant scandala, es necesario que
haya escándalo; oportet hacreses esse, tiene que haber herejías (I Cor.
11, 19). El pecado entra, pues, en el cumplimiento de sus planes, para incitar a
los justos y formar a los novicios a que deben reinar en el cielo: Dios saca
bien del mal: ¿acaso no sacó gloria de la vergüenza de la Cruz y, del
deicidio, la salvación del género hurnano?
Santifiquémonos,
pues, no sólo con ocasión de las virtudes de los hermanos, sino también con
sus escándalos. Dios los permite; no digo bastante, los quiere, no en sí
mismos, sino respecto a nosotros, para santificamos; igualmente que el demonio
nos rodea como león devorador para tentamos.
Si
tenemos que mirar la voluntad de Dios hasta en la desgracia y el pecado, ¡qué
desorden rechazar lo que le desagrada, porque es desagradable! Samuel anuncia a
Elí su ruina, ¿qué responde? El Señor es el Dueño: hágase según su beneplácito
(I S. 3, 18). Admirable respuesta a una palabra de muerte. Así deberíamos
responder nosotros en todo momento, para ser y aparecer como se debe, y
arrastrar a otros al deber.
Por
cualquier desgracia que suceda, bendigamos al Señor: es un precepto: sit
nomen Domini benedictum (Jb. 1, 21). Pero el que no quiere cumplir el
precepto, no lo cumplirá nunca. Por consiguiente, hay que apuntar a la sumisión
amorosa y decir sí, al menos, con un comienzo de amor.
Cuántas
veces, en el día, tenemos a flor de labios: Paratum cor meum, Deus paratum
(Mi corazón está preparado, Señor, está preparado)! ¡Ay si lo tuviéramos
bien metido en el corazón y lo pudiéramos decir sin mentir: Estoy preparado,
Señor, y preparado a todo! ¡Qué felicidad! El piadoso David estaba en ésas.
En medio de todas las tribulaciones decía: Dominus regit me et nihil mihi
deerit; el Señor es mi Pastor, nada me falta (Sal. 22, 1) (V).
Domine, quid me vis facere? Señor, ¿qué quieres hacer de mí?
El
alma así dispuesta, está preparada para sacrificar todo, no sólo la voz, más
aún, el menor deseo del Creador; por ahí llega a ser imagen perfecta del Señor,
diciendo: Quae placita sunt ei facio semper, hago siempre el beneplácito
del Padre (Jn. 8, 29).
¡Cuántos
motivos para estar siempre con esa disposición! En la muerte, habrá, pues, que
ofrecerse a Dios sin reserva y para siempre. Pronto será. ¿Por qué no entrar
en ese sentimiento de todo corazón ya desde la vida? El medio para tener esa
disposición es penetrarse de ella desde hoy y perseverar en ella sin
desfallecer. Domine, quid me vis facere? (Hch. 9, 6)... Doce me facere
voluntatem tuam, quia Deus meus es tu (Señor, ¿qué quieres hacer de mí?
Enséñarne a cumplir tu voluntad), porque Tú eres mi Dios (Sal. 142, 10).
Hay
que gritar, gritar siempre para obtener esta disposición. Debería salir, como
con naturalidad, de la abundancia del corazón. Es raro a causa de nuestro egoísmo
y de nuestra ceguera (P).
Todo
el que se siente atraído hacia una obra, que con toda razón cree divina o que
debe asociarse a ella, debe entregarse a esa obra como Dios lo quiere y,
abstracción hecha de toda persona y toda cosa, es decir, por lo que es en sí,
sin demora, sin reserva, para siempre, única o al menos principalmente por
respeto o por amor a la obra, guardándose bien de querer o imponer nada
suyo.'Fuera de eso, no veo más que decepción y ninguna seguridad (L).
Decir:
"Estoy muy contento con la voluntad de Dios: nada ine falta". Vivir y
morir con ese sentimiento, diciendo: "¡Tu voluntad. Padre! ¡Aquí
estoy!" (L)
La
buena voluntad es un don de Dios puesto en nuestras manos (I).
El
primer toque de campana, es la llamada de Dios (I).
La
mínima negligencia en nuestros deberes debemos considerarla como un sacrilegio (C).
de
Satanás (I).
Las
luces y movimientos que nos lleven a desobedecer. proceden
¡Cuántos
se hacen un Dios a su fantasía, dejando de lado el verdadero Dios y su
voluntad!
Las
pequeñas cosas son grandes cosas: cada una de nuestras acciones actúa en toda
la comunidad, atrae sobre ella bendición o maldición.
Las
minas de California y del Perú no son ni mucho menos comparables a la que está
constantemente en nuestro poder. Es mil veces más rica y su materia mil veces más
cara ¡Qué vergüenza! Muy raros son los cristianos que comprenden la
importancia de las acciones presentes y que llenen con ellas su vida (C).
(1) Congregación fundada a principios del s. XIX por san Andrés Hubert Fourriet y santa Juana Isabel Bichier des Ages.
(2) Un santo vasco: el Beato Miguel Garicoits, de Gigord, 1936.
(3) Véase este relato en Bemoville, cap. IX: Triunfo del P. Garicoits.
(4) Correspondencia de San Miguel Garicoits 1 y 11, P. Eduardo Miéyaa (fuera de comercio).
(5) Charla dada en el seminario de Bayona. El texto completo fue publicado en el Echo de Betharram, enero-febrero de 1933.
(6) Vida y Cartas del P. Miguel Garicoits por el R.P. B. Bourdenne, 2' edición, 1889, p. 206-207.
(7) Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz
(8) Ver la continuación de este texto importante.
(9) Escrito del santo sobre la Forma de vida de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
(10) La biografía del P. Etchecopar, tercer Superior General de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram, se publicó en 1937 (Ediciones Spes) por el P. Pedro Femessole. Su beatificación ha sido iniciada ya en Roma y el proceso apostólico está terminado.
(11) Colección
de Pensamientos del R.P. Miguel Garicoits. Toulouse.
Privat, 540 pág. in 32, 1890.
(12) Lugar de ejercicios militares en Bayona.
(13) Alusión
a una conversación de Tauler, recogida por Surius. Tauler se encuentra con un
mendigo a la puerta de la Iglesia. Éste le dice cómo encontró la felicidad en
la renuncia a toda creatura para unirse sólo con Dios (Sermones de Tauler,
traducidos por Ch. Sainte-Foi,
Pousselgue, 1855, t, 1, p.65-67).
(14) San Miguel se sitúa aquí en el plano del destino eterno y no en el de la simple justicia conmutativa que regula las relaciones particulares entre los hombres.
(15) Estas notas son un resumen de una nueva meditación o el bosquejo de una charla. Encontramos muchos semejantes en los escritos.
(16) Alusión al golpe de Estado de Napoleón III.
(17) Alusión a los sufrimientos que marcaron el papado de Pío IX.
(18) Alusión a las rocas que dominan el santuario de Betharram.
(19) Estas palabras con que San Miguel gustaba resumir su ideal, están extraídas de Suárez (Rel. Soc. Jesu, Lib. 1, cap. 2, n. 8).
(20) El Uno. Leonide nació en Lestelle, cerca de Betharram. Entró como hermano lego y murió, como si fuera predestinado, a los 15 años. San Miguel, que lo conoció de pequeño, hablaba de él, luego de su muerte, así: "Amemos la Cruz, como el Hermanito Leorude, que todos conocisteis. ¡Qué maravilloso niño! A los 5 años, en lo más crudo del invierno, se hacía despertar, bajar de la cama, por su padre. Llamaba a nuestra puerta y se iba a la capilla. Tales felices disposiciones se multiplicaron con la edad. Admitido en la comunidad como Hermano, se convirtió, por su piedad y su amor a la Cruz, en modelo de los Hermanos. Niño como era, sabía la brillante filosoria del crucifijo, al punto de ser admirado por todos los que lo trataban (Vida, la Ed., p. 276).
(21) Secretario de Mons. Loyson, obispo de Bayona.
(22) "Lo
hice un ser espiritual, incluso en la carne... Y ahora se ha vuelto carnal,
incluso en el Espíritu" (Bossuet, Elevaciones, 7 a Sem., Y Elev. Cf. san
Agustín, La ciudad de Dios, Lib. XIV, Cap. 15. P.L. 61, 423).
(23) Vicario General de la diócesis de Poitiers y superior de las Hijas de la Cruz.
(24) Evaristo Etchecopar, tío del futuro P. Augusto Etchecopar.
(25) Alusión al desafortunado Sauzet, ejecutado el 27 de Febrero en Pradelles (Haute-Loire) y cuya muerte fue muy edificante.
(26) Se trata del P. Passaglia, salido de la Compañía de Jesús en 1859. La prueba, como intuyó san Miguel, le resultó favorable: murió en 1887. reconciliado con la Iglesia.
(27) Esta reprimenda de san Miguel apunta a las gestiones hechas por algunos misioneros de América ante la Santa Sede para obtener más amplios poderes a fin de ejercer el ministerio sacerdotal en otras provincias. fuera de la diócesis de Buenos Aires.
(28) Alude al suplicio de Sauzet. Según declaraciones del sacerdote que lo asistió, san Miguel creía en la inocencia del condenado quien, calumniado, aceptó con heroísmo la muerte antes que denunciar al verdadero culpable.
(29) Industrias para curar las enfermedades del alma: publicación del P. Claudio Aquaviva -finales del s. XVI-, Superior general de la Compañía de Jesús. San Miguel apreciaba mucho esta obra y la recomendaba mucho a los superiores.
(30) Obra publicada en los inicios de la Compañía y que contiene preciosas indicaciones para hacer con provecho los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.
(31) Mons. Lacroix, al no querer establecer la comunidad de Betharrani como Instituto religioso, permitió, con muchas restricciones, pronunciar los votos.
(32) Bossuet había dicho casi lo mismo: "Sin apenamos por rebosar de pensamientos ambiciosos, preocupémonos por alcanzar horizontes lejanos de bondad; y, en oficios delimitados, tengamos una caridad infinita (Sermón sobre La ambición, Ed. Lebarq, T. 4, p. 153 ».
(33) El venerable P. Luis Eduardo Cestac, fundador de las Siervas de María de Anglet (Bayona).
(34) El P. Rossigneux era catedrático de Universidad.
(35) Era el momento en que el P. Garicoits sometía a Mons. d'Astros el proyecto de fundar el Instituto.
(36) San Miguel recurre muchas veces al ejemplo del ferrocarril y saca diversas conclusiones. Su espíritu, muy sensible al progreso, estaba fuertemente conmocionado por el tipo de locomoción, nuevo entonces, que cambiaba considerablemente las condiciones de los viajes y facilitaba así los desplazamientos de los misioneros.
(37) San Alfonso Ligorio era hombre de experiencia. Encaraba las cuestiones, las verdades, del lado práctico. Era prácticamente práctico, practico practice. ¡Cuántas aberraciones en los que miran las cosas especulativamente! ¡Cuántas falsas decisiones! Jansenistas apartando a pueblos de la comunión y dejándolos vivir como animales. [ Apreciación valorativa del P. Garicoits ]
El
origen de los textos se indicará por las siguientes letras:
I: Cuaderno inédito de conferencias de san Miguel.
C: Cuaderno del Hno. Cachica, escolástico, que recogió preciosos
apuntes de las conferencias y de las clases de san Miguel en 1858 y 1859. S:
Sumario de testimonios en el proceso de beatificación.
V: Vida de san Miguel, por el P. B. Bourdenne