La cruz que salva y la cruz que condena
Verdaderos discípulos de Jesús
La cruz de honor de Jesucristo
Llevar con amor las cruces providenciales
Sufrir con alegría todo lo que Dios envía
Oposición criminal del discípulo al Maestro
La
Pasión domina toda la vida de Cristo y marca en este mundo el punto culminante
de su amor. Videbunt in quem transfixerunt (mirarán al que traspasaron): el
Corazón traspasado de Jesús es el gran libro en el que cada uno puede leer la
redención.
Por
eso, la Cruz domina la vida de los hombres y, la Cruz revela la actitud ante el
sufrimiento de los verdaderos discípulos del Salvador. San Miguel fue de éstos:
supo discernir perfectamente el rol de la Cruz que divide ti los hombres en
amigos o enemigos de Jesús y separa a los elegidos de los condenados. A todos
se ofrece la salvación y, se realiza por la Cruz. Nadie se escapa, pues, de la
Cruz: pero, nos salvamos o perdemos
según
la acogida que le reservamos y las disposiciones con que la llevamos.
El
que quiere entrar al servicio del Señor debe, antes que nada. persuadirse de
esta verdad: hay que sufrir en todas las situaciones. y que todo se reduce a
saber si queremos sufrir en pos de Satanás o en pos de nuestro Señor
Jesucristo.
Mucho
y mucho se sufre al servicio, en pos del demonio: esta verdad es repetida sin
cesar en el infierno: Lassati sumus in via iniquitatis et perditionis
(Nos cansamos en el camino de la iniquidad y de la perdición) (Sab. 5, 7).
Nuestro
Señor Jesucristo quiso someterse a la ley común y llegar a la gloria por el
dolor. Nonne
oportuit pati Christum et ita intrare in gloriam suam?
(¿No era
necesario que sufriera Cristo y así poder entrar en la gloria?) (Le. 24, 25).
Como si dijera: la ley es sencilla para mí como para los demás. Por eso no se
queja en medio de los combates necesarios: no se las toma ni con los judíos ni
con Judas. Nadie- dice- me quita la vida Nemo tollit eam a me
(Jn. 10, 18). Nos invita a seguirlo, ¿pero adónde? ¿a las bodas de Caná? ¿al
Tabor? No, al calvario. llevando la cruz, cada uno la suya, no la de los demás;
llevándola todos los días de la vida. Tollat crucem suam quotidie (Le.
9, 23). Cuando llamó a los apóstoles, les predijo lo que sufrirían en su
seguimiento. El profeta había dicho antes: Hay que pasar por el agua y por el
fuego, transivimus per ignem et per aquam; luego, viene la recompensa, et
eduxit nos in refrigerium (Sal. 65, 12). ¿De qué refrigerio se trata? La
recompensa en la gloria, satiabor cum apparuerit gloria tua (Sal. 16,
15).
¿Queremos
seguir la ley común? Sí, de palabra. Y, luego, en la práctica, somos
verdaderos comediantes; de manera que, los que escuchan nuestras palabras y ven
nuestros actos, podrían afirmar que lejos de estar bajo la guía del Espíritu
del Señor, no somos más que marionetas de Satanás.
Llevemos
la cruz con orgullo y felices cuando vemos que la merecemos. Pero más
orgullosos y felices aún si fuéramos condenados a pesar de nuestra inocencia.
A ello nos exhortan el Evangelio. el ejemplo del Señor y de los santos. Maledicimur
et benedicimus (Nos maldicen y bendecimos) (1 Cor. 4, 12). Cum
malediceretur, non maledicebat (Cuando se lo maldecía, El no maldecía) (1
Pe. 2, 23). Nemo patiatur ut homicida aut fur; si autem ut christianus, non
crubescat, glorificet auten Deum (Nadie tenga que sufrir por homicida o por
robo. pero si es por ser cristiano, no se sonroje, que glorifique a Dios) (1 Pe.
4. 15, 16).
En
cuanto llevamos la cruz como hace falta, aunque la merezcamos por nuestros crímenes,
glorifica a Dios; nos honra a nosotros mismos y nos glorifica ante Dios y los
hombres. Prueba de ello el buen ladrón. Somos tan edificantes, tan dignos de
recomendación aunque sólo fuéramos un niño. Era admirable el Hno. Leonide,
incluso en los últimos instantes de si¡ agonía. Al verlo, decían: "Es
un san Luis Gonzaga". Supo sufrir y se alimentó de la doctrina de la Cruz (20).
La
Cruz, las humillaciones, contradicciones, etc. deberíamos decir. al recibirlas:
Vere dignum, justum et salutare (es digno, es justo, es saludable).
Decirlo con convicción. Entrar en esta atmósfera de ideas. para que sea el círculo
habitual y como natural de nuestros pensamientos.
Pero,
¡pobre humanidad! Sabemos predicar esta doctrina por necesidad. Luego viene una
cruz de pacotilla, una imagen que nos quitan. y ahí estamos por los
suelos, hombres que habían sacrificado todo y llevado hasta la cima del
Calvario cruces como vigas. Hay que practicar la doctrina de la Cruz en
las pequeñas ocasiones. Las grandes. son raras... Hay que elegir entre dos
estandartes. El alma está entre dos mundos: el de Jesucristo y el de Lucifer,
entre dos eternidades (I).
La cruz que salva y la cruz que condena
Hay
quienes en vez de llevar en la frente la señal de los elegidos, no llevan más
que la de la condena. ¿Acaso no es artículo de fe que debemos, por la Cruz,
entrar en el cielo? Tollat
crucem suam. Tomemos
nuestra cruz- dice Jesucristo-, es decir, la cruz de nuestra
situación, no la que nos forjamos. Esto es para todos, sin excepción.
Dicebat
ad omnes (decía
a todos) (Le. 9, 23). Jesús, el Salvador, se dirige a todos. Es, pues, una ley
general, necesaria, inevitable, oportet, oportet, es necesario, es
necesario.
¿Qué,
pues, gran apóstol? Entrar en el cielo a través de muchas tribulaciones. Per
multas tribulaciones oportet intrare in regnum Dei (Hch. 14, 27). ¿Y por qué
el apóstol hablaba así? Ut permanerent in fide, para confirmarlos en la
fe.
Pero
los que murmuran contra la cruz, esos- dice san Pablo- son
enemigos de la fe; renuncian, de alguna forma apostasían, confitentur se
nosse Deum, factis autem negant (profesan conocer a Dios, pero sus actos lo
niegan). Pero también, en la práctica, ¡cuántas abjuraciones de la fe! Y,
sin embargo, ¿de qué nos quejamos? De estar en el camino del cielo...
Sí,
sí, en todas partes la Cruz, ley eterna, necesaria, milagrosa, ya sea que la
veamos del lado de Dios, ya sea del nuestro. Aunque huyamos de ella, siempre está
en todas partes y sólo ella salva, no a todos, sin embargo. Todos tienen la
cruz, pero de manera diferente. Unos la quieren. otros la rechazan, volentes
et nolentes; éstos la aceptan y la adoran; otros la llevan a pesar suyo.
Estos últimos sufren sin mérito, duplican la pena, duplicant poenam; y,
por caminos llenos de lágrimas, caminan hacia el infierno. Los primeros son
felices e, incluso, muy felices, en medio de las espinas.
Si
nos permitieran quejamos algunas veces, debería ser por no tener grandes
cruces. ¿Quién, pues, se atreverá a murinurar y a quejarse de las pequeñas
cruces de su situación? ¿No es algo digno de censura? Lo mismo sufrirá y
sufrirá más y sin mérito, siempre expuesto a sufrir eternamente en el
infierno (V).
Verdaderos discípulos de Jesús
Amemos
al Señor y a su divina Cruz, como un San Francisco Javier, dispuesto a dejar la
India a la primera palabra de san Ignacio, sin alegar motivos tales como la pérdida
de las almas, la ruina de obras tan gloriosas para Dios, la falta de
inteligencia en un superior engañado por calumnias. Tenía los sentimientos del
divino Maestro quien, en el momento de subir al cielo, en presencia de los apóstoles
y algunos discípulos que permanecieron fieles, exclamaba: Dios tiene sus miras.
Non est vestrum nosse tempora vel momenta quac Pater posuit in sua potestate,
no os corresponde saber el tiempo y la hora que el Padre tiene reservados (Hch.
1, 7). ¡Qué frutos no recogeríamos con ese espíritu de abandono y de amor!
Prueba de ello, san Vicente de Paúl. Era tan humilde que, entre dos frases que
expresaran bien su pensamiento, escogía la que atrajera menos estima. Empleaba
siempre el lenguaje sencillo, inocente, accesible a todas las mentes. No hacía
a priori hermosos planos para sus obras, sus comunidades. Se encariñaba con los
ministerios más abyectos y, a medida que la Providencia se los indicaba, se
entregaba cuerpo y alma. Después de estar prisionero de los moros, luego de ser
cura de parroquia no se dónde, emprendió obras de caridad con dos o tres
personas. ¡Menudo árbol salió de semilla tan débil! Sus ramas se extienden
hasta América, China. Cobija a toda clase de infortunios y crece a través de
revoluciones y a lo largo de los siglos...
¿Qué
fueron las obras de tantos sabios, de tantos oradores que tanto se admiraban en
tiempos de san Vicente de Paúl? Monumentos, elocuencia, reputación. Todo, quizás,
se enterró con sus cadáveres en su tumba (P).
La cruz de honor de Jesucristo
Si
amamos al Señor, amaremos su cruz y, ella nos _g1orificará porque es también
una cruz de honor. ¿Por qué no apreciarla igual que la del Señor, ya que sin
esto todo lo demás es insulso, ya que sin ella nuestros estudios y
talentos no son más que agua insípida? Todo lo contrario. Miles de razones, el
buen sentido mismo nos gritan: Mihi adhacrere Deo bonum est, mi bien es
adherirme a Dios (Sal. 72, 227). Pero a cada instante habrá que molestarse. Es
una continua esclavitud.-No, es la libertad de los hijos de Dios. El
esclavo, es el corazón atado por mil afectos terrestres. que no pueden romper
las cadenas... ¡Que se toque a uno de sus ídolos! En seguida explota con
quejas, con jeremiadas. El hombre que no está apegado a nada, desprendido de
todo, ligero como la paloma. es verdaderamente libre: es el buen soldado de
Cristo, dispuesto a ir por todas partes y a llevarse todas las victorias.
Sin
ese desprendimiento, con esas ataduras, esos gritos. esas murmuraciones, esas
caras alargadas., sólo daremos pena (P).
Llevar con amor las cruces providenciales
Seamos
honorables, edificantes, llevando nuestra cruz, crucem suam, pues hay
cruces que nos hacemos a la medida de nuestras fantasías. que buscamos fuera
del camino. Lejos de ser merecedoras, esconden a menudo grandes peligros. No son
las que hay que llevar, sino las providenciales, las pruebas inherentes a todo
oficio y que Dios envía y que quiere en todas las situaciones.
Dispongámonos,
preparémonos a recibirlas con amor de su mano. La lluvia nos cala; luego, para
cambiamos, nos dan una ropa a medio secar. porque no hay otra mejor. ¿Qué
hacer? Resignarse por amor a Dios que nos prueba...
Evidentemente,
en esas circunstancias, podemos expresar nuestras observaciones a los
superiores; lo podemos y lo debemos. es una virtud hacerlas con sencillez, después
de pensarlo delante de Dios, para cuidar la salud. Pero las cruces son
inevitables; y nosotros, sacerdotes misioneros, debemos predicar, más con obras
que con palabras, la obligación de llevarlas con amor..
Estamos
expuestos a toda mirada. Por así decir, se expía cada una de nuestras
acciones. Sin espíritu de mortificación. seremos motivo de escándalo; y, a
falta de ejercitamos en la práctica de los consejos, nos sucederá transgredir
los mandamientos. ¡Cuántas imprudencias no me han denunciado! ¡Y qué manera
de olvidar las reglas más elementales de lo conveniente! ¿Qué significan esos
descontentos, murmuraciones, pretensiones, de parte de quienes deben a la
Iglesia lo que tienen y lo que son?. Yo, el primero ¡Cómo debo evitar
semejantes modales, incluso por amor propio! Pues, ¿qué hubiese tenido yo en
mi casa? Pan de maíz frío, un poco de agua caliente como sopa para engañar
la vista, algunos porotos... y luego a cavar firme. Recuerdo que en un almuerzo.
Don Honnert (21), que en paz descanse, tragó tranquilamente
una enorme mosca, mirándome con ojos desorbitados que parecían decirme:
"La veo lo mismo que tú pero hay que saber callarse". Me acuerdo
también de una cena en casa del Obispo. Había llegado, el pobre, después de
comer algo de prisa por el camino... Yo estaba a su derecha. Sirven la sopa. Tenía
en mi plato unas diez moscas. Monseñor, como yo, tuvo su ración. Separamos
algunas, comimos las demás; nadie dijo nada. Ahí tenemos el ejemplo de un
obispo... ¿Cuántas jóvenes cabezas no quemarían todo si semejantes cosas les
ocurrieran?
Guerra,
pues, a las inclinaciones que nos degradan y nos asemejan a las bestias. Cosa
extraña: nos gustan las humillaciones que nos hacen semejantes al demonio, que
nos imbuyen de su espíritu y de sus sentimientos, en vez de buscar y abrazar
las humillaciones del Maestro, fuente de paz, honor y poder...
Pidamos
a Dios que nos ilumine: sin su luz, no somos nada (P).
Tomar
todos los medios que puede sugerimos la delicadeza sacerdotal incluso angelical
del corazón para evitar, al mismo tiempo que permanecemos dentro del orden,
toda clase de cruces y de males. Cualquier decisión contraria a esta regla no
vale nada.
Pero,
al tomar los medios para evitar esas cruces. tener un gran amor, una gran
estima, una gran pasión por todos esos males y esas cruces, de manera que, si
se nos presentan cuando estamos dentro del orden, las recibamos como las mayores
bendiciones: y que de la abundancia de un corazón satisfecho, brote este grito:
exspectavit cor meum verbum bonum, mi corazón esperó la palabra recta (I).
Razones
no nos faltan para seguir al divino Maestro. El discípulo no es mayor que el
Maestro. Las recompensas prometidas sobrepasan de lejos todo lo que puede
ofrecer la tierra. Las promesas son muy seguras. No podemos poner en duda su
veracidad sin ser unos impíos, sin renunciar a la fe. Pues bien, ¿qué
hacemos? El cielo no tiene precio y no queremos sufrir para conquistarlo...
Por
bienes pasajeros, la gente del mundo se arriesga, hace prodigios y, a menudo,
todavía no tiene más que una débil esperanza, acosada por miles de azares
contrarios... Por una cruz de honor que le disputan tantos rivales, valerosos
soldados afrontan la muerte...
Ahí
están los hombres que mercadean con su vida... Tienen sus razones y son sus guías...
¿No tenemos nosotros las nuestras: la gloria de Dios, el amor al Señor,
nuestros compromisos, el fuego de la caridad que extender por la tierra y luego
en el cielo? Motivos tan fuertes, tan numerosos deben damos una energía que
borre todos los obstáculos como borra el viento el polvo del camino.
Ejerzámonos
en el espíritu de sacrificio como los jóvenes soldados en las escuelas
militares. La misión del soldado y la del sacerdote tienen mucho parecido.
Exige de cada uno espíritu de obediencia, de abnegación. de sacrificio. ¡Cuántos
ejercicios en las escuelas militares, cuántas fatigas y privaciones! El que
quiere llegar, está contento con esos trabajos: le abren el camino de la
gloria. Acostumbra su cuerpo a sufrir todo‑. acostumbra al alma a
despreciar la muerte. Otros lo han precedido en la noble carrera: aspira a
igualar o a mejorar a esos héroes. Pero también. cuando suena la hora del
combate, está dispuesto, preparado; tiene un cuerpo y un alma aguerridos; es
capaz de cosas grandes...
Esos
son nuestros modelos, reproducidos a un alto grado por los santos. Así se
ejercitaba y luchaba san Pablo, como buen soldado de Jesucristo, sicut bonus
miles Christi (2 Tim. 2, 3). Si quiere glorificarse en la virtud de la cruz,
títulos no le faltan. Lleva en su cuerpo miles de señales de golpes y de
heridas recibidas por amor a su Maestro (P).
El
tiempo es un mentiroso: engaña a la gente del mundo que lo encuentra demasiado
corto: "Comamos, bebamos y nos coronamos de rosas, mañana moriremos, eras
enim moriemur (ls. 22, 13). Engaña a los religiosos que lo encuentran
demasiado largo y exclaman: "Siempre trabajar, siempre sufrir".
El
tiempo no es largo, es corto. Los sufrimientos no son pesados, sino livianos. Lo
ha dicho san Pablo: Momentaneum et leve tribulationis nostrae (2 Cor. 4,
17). Las cruces, es verdad, son de todos los días, pero están sujetas a mil
cambios. Vienen como con cuentagotas, se suceden, pasan. ¿Qué es eso, al lado
del cielo, torrente de voluptuosidad, océano de la inmensidad de Dios que
desborda eternamente y eternamente inunda los corazones?
¿Qué
es lo que engaña a los hombres y les hace encontrar el tiempo tan largo? Somos
seres hechos al revés. Estábamos hechos para ser espirituales en la carne y,
por el pecado, nos hemos vuelto carnales en el espíritu y en las operaciones más
espirituales (22) (P).
Pero
estos ejemplos los combatimos a pesar de nuestro carácter sagrado y de nuestra
vocación y, lo que es peor aún, nos desmentimos continuamente, oponiendo los
actos a los discursos. Por ende, nos ponemos al revés del buen sentido; pues,
¿qué hay de más natural, más conforme al sencillo buen sentido que el
entendimiento entre la conducta Y las palabras, entre un estado y una profesión
de ese estado? Se diría que nos apasiona el desorden. No sustituyamos la estima
del tiempo a la de la eternidad; la creatura, al Creador; nuestros caprichos, a
la voluntad de Dios: pasión pertinaz que nos sigue hasta la tumba. Como los judíos,
nos inclinamos por la idolatría. Nos sorprende verlos, después de tantos
milagros, de rodillas ante un becerro de oro. Los imitamos con una diferencia:
que nuestros ídolos no son tan bajos. Por lo demás, es el mismo apego a la
creatura. Para ella, nada cuenta: la preferimos a Dios. le brindamos un amor más
fuerte, más perseverante. Nos aflige más la pérdida de nuestro ídolo que la
pérdida de Dios mismo. ¿No es, acaso, una suerte de idolatría?
Aprendamos
el lenguaje del Evangelio y digamos: la enfermedad es un don de Dios. ¿Quién
dice a la enfermedad: gracias?- El cristiano. ¿Quiénes dicen en las
pruebas: Dios sea bendito?-Los Job, los mártires. Ellos hablaban la
lengua cristiana, la aprendieron en la escuela del Espíritu Santo. Pero las
palabras pierden cada día su acepción. De ahí, confusión de lenguas:
nadie se entiende, como en la Torre de Babel. La obra de Dios es una cruz: la
abandonamos. ¿Es mala voluntad? No siempre, pero no nos entendemos. Al Espíritu
Santo no se lo entiende en el corazón. Cuando bajó a la tierra, trajo el don
de lenguas y se entendían muy bien griegos y romanos, judíos y gentiles,
naciones cultas y hordas bárbaras... No había entonces más bárbaros, pero un
solo corazón, una sola alma, porque idem sapere et dicere dabatur, habían
recibido el don de conocer y de decir lo mismo.
La
enfermedad es un don, una gracia. en los planes divinos, y, como gracia, hay que
aceptar las enfermedades e, incluso. la muerte. ¡Cuanta gente debe a la
enfermedad encontrarse consigo misma y que sin ella se hubiera seguramente
perdido (P).
Por
consiguiente, respeto, amor por todas esas pruebas, las de toda clase, incluso
cuando, por deber o por estado, debemos combatirlas Y hacerlas desaparecer con
todas nuestras fuerzas. Así deben encarar los superiores los fallos, las
dificultades, las trabas de su situación. De su lado. los subordinados deben
encarar igualmente las contrariedades y hasta las persecuciones que tengan que
sufrir de parte de los superiores. Cuantas más razones tengáis contra ellos
tanto más equivocados estaríais disculpándoos en contra de ellos. Pues estoy
convencido de que un subordinado que se enfrenta con un superior escandaloso,
tendría la vocación de convertirlo. San Pedro no veía las cosas así cuando
respondía a su Maestro: "Lejos de Ti, Señor, tal pensamiento" (Mt.
16, 22). El Señor también decía: "Bienaventurados para quienes no sea
objeto de escándalo (Mt. 11, 6). En cuanto a él, aceptó amar los arreglos
divinos y, sin embargo, cómo le costaban... Sudores de sangre... Non quod
ego volo... (no lo que yo quiero...) Su ejemplo nos condena...
Hay
que decir gracias en las pruebas. Este grito debe ser como el fruto natural de
una fe viva animada por una ardiente caridad o como medio para llegar a ella;
pues nadie sabe si es digno de amor o de odio (Ecl. 9. l).
Creer
que esta doctrina es demasiado perfecta para nosotros, que es impracticable, es
una humildad satánica. ¡De cuántos sacrificios somos capaces
para contentar el amor propio! Por ahí mismo nos condenará Dios. De ore tuo
te iudico (Lc. 19, 22). "Por un lado, para satisfacerte, has sufrido
penas y no pudiste hacer nada por mí: te juzgo por tus obras".
Y
bueno, ¿el Señor no nos ha dado las pruebas como marcas distintivas del
apostolado? Eritis odio omnibus propter nomen meum (Os odiarán todos por
mi nombre) (Mt. 10, 22). El discípulo no es más que el Maestro (Jn. 15, 20).
Además,
el mal no está fuera de nosotros: el mayor mal está en nosotros. Trabajemos
con energía para curarlo; lo demás, no nos causará tanta inquietud.
El
mal que está fuera de nosotros, incluso el más detestable espíritu de
reprobación, es, en el plan divino, ocasión para ejercer la virtud. ¡Quién
sabe si Dios no concederá, por nuestra paciencia, la salvación del alma
perversa! Actuemos siempre como el Señor. ¡Qué no tentó a Judas! ¡Cuántas
dilaciones! ¡Cuántas deferencias! Judas guarda la bolsa de los apóstoles. ¡Cuántos
intentos! ¡Cuántas invenciones de amor!... El don mismo de la Eucaristía... Y
la última tentativa, esa palabra, la más cariñosa, la más apremiante, para
que Judas se rinda al fin: Amigo, ¿a qué viniste? (Mt. 26, 50) (P).
Sufrir con alegría todo lo que Dios envía
Por
desgracia, demasiado a menudo, frente a las pruebas, nos desanimamos,
retrocedemos. Un cura..., antiguo rector del Seminario Mayor. no podía sobre
todo soportar las dificultades de su situación. sobre todo el pensamiento
doloroso de ver a antiguos alumnos infieles a la vocación. Era hombre erudito,
piadoso, excelente predicador. Me decía: No puedo aguantar más. Le respondía:
Alguien tiene que encargarse. Nunca le hubiera aconsejado a él este retiro, ni
yo lo hubiera hecho en su lugar: hubiera cometido una cobardía.
Sin
embargo, fui muy tentado de retirarme a Ibarre, lejos de las dificultades, de
las complicaciones que encontré. Si hubiese cedido a la tentación, ¿quién
sabe lo que hubiera sido yo, incluso en lo moral?
Digamos,
pues, en medio de las pruebas: Gracias, Dios mío. bendito sea Dios. En vez de
hablar de injusticia, de quejamos por todos lados como víctimas de la tiranía
de los superiores. Nunca faltan murmuradores de ese tipo. Se creen
"Lacordaire". Ese orgullo sólo puede acabar en la ruina...
Por
consiguiente, es necesario obedecer y sufrir con alegría lo que Dios nos envía
directa o indirectamente por medio de los hombres. El señor Obispo desarrolló
este punto con las Hijas de la Cruz durante tres horas. Y un día, en el
obispado, me habló de esta doctrina desde las ocho de la tarde hasta las once y
media de la noche (P).
Oposición criminal del discípulo al Maestro
El
gran desorden en un sacerdote y en un religioso es no darse cuenta de la
inconsecuencia, de la desgracia, del escándalo que hay en la oposición a
nuestro Señor Jesucristo en cualquier cosa. Detestan ciertos vicios, por
ejemplo la impureza: para ellos tienen carácter infamante. al punto de que esa
manera de ver escandaliza a la gente del mundo.
Pero,
¿se trata de obedecer, humillarse, imponer silencio al anior propio, a sus
caprichos? Ahí no hay miedo en oponerse a la doctrina del Señor y del estado
en que se vive. No hay miedo incluso en ostentar dicha oposición frente a los
superiores. al punto de hacerlos sufrir, de forzarlos a plegarse a su voluntad
ante la voluntad altiva, irracional de los subordinados...
Vaya
y pase en cuanto a las impresiones contrarias al espíritu de humildad... Las
impresiones no son pecado, ni en materia de castidad, ni en otra materia. Pero
hay que esconderlas cuando van en contra de la humildad y la obediencia, tanto y
más que en las impresiones contrarias a la estimada virtud. El vicio lleva su
remedio en lo grosero y en lo asqueroso que hay en él... Las faltas contrarias
a las virtudes de humildad y obediencia sólo tienen aspectos externos muy
repugnantes y, por ende, son más peligrosas... Por esta puerta vamos a veces
hasta la apostasía: los "Tertuliano". los "Lamenais"
llegaron a ese punto, y otros también...
He
ahí a dónde lleva la ciencia que no se fundamenta en el espíritu del Señor,
en el amor de las humillaciones y de los oprobios... ¿Estamos imbuidos de ese
espíritu, de ese amor a la cruz?...
Quiera
Dios que sepamos aceptar con resignación algún reproche. por otro lado
merecido, algún dardo punzante que apunte a defectos reales. Pero, ¡vaya
sensibilidad que tenemos! Una palabra nos perturba. Que Dios nos dé su
luz.
¿Por
qué la cruz es tan pesada para algunos? No poseen el Espíritu que vivifica (I).
Ante
cualquier desgracia que nos ocurra, hay que decir: Sit nomen Domini
benedictum (bendito sea el nombre del Señor). Si no por amor. al menos por
paciencia; y eso so pena de pecado: es un precepto. El que sólo quiere cumplir
un precepto, no lo cumplirá. Hay que apuntar a la sumisión amorosa. Al menos,
hay que decir sí con un comienzo de amor (I).
(1) Congregación fundada a principios del s. XIX por san Andrés Hubert Fourriet y santa Juana Isabel Bichier des Ages.
(2) Un santo vasco: el Beato Miguel Garicoits, de Gigord, 1936.
(3) Véase este relato en Bemoville, cap. IX: Triunfo del P. Garicoits.
(4) Correspondencia de San Miguel Garicoits 1 y 11, P. Eduardo Miéyaa (fuera de comercio).
(5) Charla dada en el seminario de Bayona. El texto completo fue publicado en el Echo de Betharram, enero-febrero de 1933.
(6) Vida y Cartas del P. Miguel Garicoits por el R.P. B. Bourdenne, 2' edición, 1889, p. 206-207.
(7) Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz
(8) Ver la continuación de este texto importante.
(9) Escrito del santo sobre la Forma de vida de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
(10) La biografía del P. Etchecopar, tercer Superior General de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram, se publicó en 1937 (Ediciones Spes) por el P. Pedro Femessole. Su beatificación ha sido iniciada ya en Roma y el proceso apostólico está terminado.
(11) Colección
de Pensamientos del R.P. Miguel Garicoits. Toulouse.
Privat, 540 pág. in 32, 1890.
(12) Lugar de ejercicios militares en Bayona.
(13) Alusión
a una conversación de Tauler, recogida por Surius. Tauler se encuentra con un
mendigo a la puerta de la Iglesia. Éste le dice cómo encontró la felicidad en
la renuncia a toda creatura para unirse sólo con Dios (Sermones de Tauler,
traducidos por Ch. Sainte-Foi,
Pousselgue, 1855, t, 1, p.65-67).
(14) San Miguel se sitúa aquí en el plano del destino eterno y no en el de la simple justicia conmutativa que regula las relaciones particulares entre los hombres.
(15) Estas notas son un resumen de una nueva meditación o el bosquejo de una charla. Encontramos muchos semejantes en los escritos.
(16) Alusión al golpe de Estado de Napoleón III.
(17) Alusión a los sufrimientos que marcaron el papado de Pío IX.
(18) Alusión a las rocas que dominan el santuario de Betharram.
(19) Estas palabras con que San Miguel gustaba resumir su ideal, están extraídas de Suárez (Rel. Soc. Jesu, Lib. 1, cap. 2, n. 8).
(20) El Uno. Leonide nació en Lestelle, cerca de Betharram. Entró como hermano lego y murió, como si fuera predestinado, a los 15 años. San Miguel, que lo conoció de pequeño, hablaba de él, luego de su muerte, así: "Amemos la Cruz, como el Hermanito Leorude, que todos conocisteis. ¡Qué maravilloso niño! A los 5 años, en lo más crudo del invierno, se hacía despertar, bajar de la cama, por su padre. Llamaba a nuestra puerta y se iba a la capilla. Tales felices disposiciones se multiplicaron con la edad. Admitido en la comunidad como Hermano, se convirtió, por su piedad y su amor a la Cruz, en modelo de los Hermanos. Niño como era, sabía la brillante filosoria del crucifijo, al punto de ser admirado por todos los que lo trataban (Vida, la Ed., p. 276).
(21) Secretario de Mons. Loyson, obispo de Bayona.
(22) "Lo
hice un ser espiritual, incluso en la carne... Y ahora se ha vuelto carnal,
incluso en el Espíritu" (Bossuet, Elevaciones, 7 a Sem., Y Elev. Cf. san
Agustín, La ciudad de Dios, Lib. XIV, Cap. 15. P.L. 61, 423).
(23) Vicario General de la diócesis de Poitiers y superior de las Hijas de la Cruz.
(24) Evaristo Etchecopar, tío del futuro P. Augusto Etchecopar.
(25) Alusión al desafortunado Sauzet, ejecutado el 27 de Febrero en Pradelles (Haute-Loire) y cuya muerte fue muy edificante.
(26) Se trata del P. Passaglia, salido de la Compañía de Jesús en 1859. La prueba, como intuyó san Miguel, le resultó favorable: murió en 1887. reconciliado con la Iglesia.
(27) Esta reprimenda de san Miguel apunta a las gestiones hechas por algunos misioneros de América ante la Santa Sede para obtener más amplios poderes a fin de ejercer el ministerio sacerdotal en otras provincias. fuera de la diócesis de Buenos Aires.
(28) Alude al suplicio de Sauzet. Según declaraciones del sacerdote que lo asistió, san Miguel creía en la inocencia del condenado quien, calumniado, aceptó con heroísmo la muerte antes que denunciar al verdadero culpable.
(29) Industrias para curar las enfermedades del alma: publicación del P. Claudio Aquaviva -finales del s. XVI-, Superior general de la Compañía de Jesús. San Miguel apreciaba mucho esta obra y la recomendaba mucho a los superiores.
(30) Obra publicada en los inicios de la Compañía y que contiene preciosas indicaciones para hacer con provecho los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.
(31) Mons. Lacroix, al no querer establecer la comunidad de Betharrani como Instituto religioso, permitió, con muchas restricciones, pronunciar los votos.
(32) Bossuet había dicho casi lo mismo: "Sin apenamos por rebosar de pensamientos ambiciosos, preocupémonos por alcanzar horizontes lejanos de bondad; y, en oficios delimitados, tengamos una caridad infinita (Sermón sobre La ambición, Ed. Lebarq, T. 4, p. 153 ».
(33) El venerable P. Luis Eduardo Cestac, fundador de las Siervas de María de Anglet (Bayona).
(34) El P. Rossigneux era catedrático de Universidad.
(35) Era el momento en que el P. Garicoits sometía a Mons. d'Astros el proyecto de fundar el Instituto.
(36) San Miguel recurre muchas veces al ejemplo del ferrocarril y saca diversas conclusiones. Su espíritu, muy sensible al progreso, estaba fuertemente conmocionado por el tipo de locomoción, nuevo entonces, que cambiaba considerablemente las condiciones de los viajes y facilitaba así los desplazamientos de los misioneros.
(37) San Alfonso Ligorio era hombre de experiencia. Encaraba las cuestiones, las verdades, del lado práctico. Era prácticamente práctico, practico practice. ¡Cuántas aberraciones en los que miran las cosas especulativamente! ¡Cuántas falsas decisiones! Jansenistas apartando a pueblos de la comunión y dejándolos vivir como animales. [ Apreciación valorativa del P. Garicoits ]
El
origen de los textos se indicará por las siguientes letras:
I: Cuaderno inédito de conferencias de san Miguel.
C: Cuaderno del Hno. Cachica, escolástico, que recogió preciosos
apuntes de las conferencias y de las clases de san Miguel en 1858 y 1859. S:
Sumario de testimonios en el proceso de beatificación.
V: Vida de san Miguel, por el P. B. Bourdenne