El Espíritu de Betharram

 … No tengo, claro está, nada que ustedes no conozcan. Pero propongo que busquemos juntos qué es un Betharramita, que busquemos cuál es nuestra identidad. No es una cosa inútil. Saber lo que uno es, lo que se debe, lo que se quiere ser, tender hacia ese ideal libre y generosamente, es una condición de equilibrio. Se ha dicho "lo esencial para ser feliz, veraz y sincero, es ser uno mismo", "ser lo que es", repetía San Miguel.

¿Por qué al sacerdote le sucede hoy en día y demasiado a menudo no sentirse bien "en su piel" como se suele decir? Porque no se sabe más lo que él es. Le han hecho creer que el sacerdocio no era más que una función. Eso era hacerle olvidar lo esencial: sus lazos personales con el único sacerdote, su consagración, su pertenencia que hace de él el signo y el instrumento de Cristo Sacerdote, todo eso que sigue siendo verdadero, cualquiera sea la situación que se le brinde en la sociedad - ha variado en el curso de los siglos- cualesquiera sean las nuevas formas de apostolado que se le impongan. Aquello era apartarlo de lo que debe ser su único ideal: unirse e identificarse con el Gran Sacerdote por su dependencia, su amor y su constante imitación. Era colocarlo en el vacío privándolo de su más sólido apoyo. De hecho, la actividad y la vida del sacerdote no tiene sentido sino permaneciendo unidas a la misma acción y a la vida de Cristo. El sacerdote no se encuentra a sí mismo sino en Cristo Sacerdote.

Esto es verdad del sacerdote de Betharram como de los demás: no hay más que un sacerdocio. Pero si el sacerdote de Betharram se encuentra también él en Cristo Jesús, lo hace a su manera, que le es propia, y esta manera, este matiz da forma acabada a su identidad espiritual. Importa, pues, alcanzarla y saber bien qué somos en cuanto Betharramitas, ¿No es, acaso, por haberlo olvidado o no haberlo nunca sabido que demasiados hermanos nuestros nos han abandonado?

Ahora bien, lo que distingue a un Instituto como el nuestro, es su espíritu. No nos caracteriza lo que hacemos, sino la intención que nos anima y la manera como nos comportamos. ¿Qué quiso hacer de nosotros San Miguel? Que haya querido poner a disposición de la Iglesia una tropa de apóstoles, la cosa es evidente, pero en eso no fue ni el primero ni el último. Además, ¿puede haber un Instituto religioso, aún contemplativo, que no esté al servicio exclusivo de la Iglesia, de esta Iglesia a la que debemos la existencia, sin la cual no seríamos nada? Más precisamente ¿qué quiso hacer de nosotros el Fundador? ¿Predicadores? ¿Misioneros? ¿Docentes? SI, todo eso y otra cosa también :

capellanes, por ejemplo, y hasta curas y vicarios. Este hombre tan abierto, tan sensible a todas las necesidades espirituales de su tiempo, se preocupaba algunas semanas antes de su. muerte de darles un capellán a los saltimbanquis que estaban en la región! No es, pues, del lado de las obras, en dónde hay que buscar lo que nos distingue. Cuando - ciertas Ordenes. tienen una actividad bien determinada que las especifica, muchos otros, entre los que estamos nosotros, no han recibido un campo de apostolado delimitado con precisión.

Lo que nos caracteriza es nuestro espíritu, Pero ¿qué ha de entenderse aquí por espíritu? Ante todo, supongo, una manera particular de tender a la perfección, de ir a Dios y a las almas, que nos lleva a poner el acento sobre tal virtud o disposición y, sobre todo, les comunica un matiz especial - hay, por ejemplo, tantas maneras de obedecer, de ser humilde...- Eso se manifiesta en nuestras devociones, nuestra disciplina, nuestro comportamiento, nuestras costumbres ; se descubre en los gustos comunes y las comunes repulsas; eso nos da, a pesar de la diversidad de- temperamentos individuales, un aire de familia que se hace patente y se siente más que se define.

No se ha olvidado la exclamación de sorpresa del Cardenal Richaud, arzobispo de Burdeos, al encontrar en un buen betharramita que llegaba de América los rasgos que le hablan impresionado

en los betharramitas de Bel Sito: "Pero, ¿cómo hacen ustedes para ser todos los mismos?." Este aire de familia no es, pues, imaginario.

Un día de marzo de 1959, el Superior General y el Procurador General iban a la audiencia del Santo Padre, que era entonces Juan XXIII. En un corredor encuentran de repente a un cardenal de alta talla y manso rostro. Era el Cardenal Tedeschini que salía de los aposentos del Papa. Ellos se presentan. - ¡Ah! ¿Los Padres de Betharram? Son Padres que trabajan sin hacer ruido." El cumplido era tan inesperado que los dos Padres ni pensaron protestar o... simularlo. Hagamos, cuanto se quiera, aparte el cumplido: queda en pie que debemos tener nuestra manera, la cual no es la de todos.

Menos de un año después, el Superior General se encontraba en la Propaganda y daba cuenta al Secretario, Monseñor Sígismondi, de los trabajos de nuestros misioneros, en particular de sus dificultades y de los resultados obtenidos con los Karianes, esos primitivos tan pobres que viven en las montañas y las selvas del norte de. Siam, - "Ahí está dijo el prelado, lo que honra a vuestros misioneros y a vuestra Congregación" y como, esta vez, el Superior General - esbozaba un gesto de protesta. . "Sí, insistió Monseñor Sigismondi, a vuestra Congregación: no hay muchos que aceptan semejantes misiones." Cómo, oyendo eso, no pensar en las palabras de San Miguel: "Es el espíritu de nuestra Congregación, es la dedicación a las obras que 'no quieren los demás, por ejemplo la obra de Orthez con los niños pobres, en bancos carcomidos, en medio del polvo y otras cosas parecidas: ésos son nuestros ministerios predilectos."

Hay, pues, un espíritu que es el nuestro y que nos hace diferentes. Debe sernos tanto más caro cuanto que lo tenemos de San Miguel y ha sido aprobado por la Iglesia. Se puede incluso decir que lo ha aprobado dos veces: cuando aprobó nuestras Constituciones y cuando canonizó a San Miguel. Ella confía en que lo conservemos con cuidado, porque tiene necesidad de él. La Iglesia es santa, y tiene por misión hacer santos, Pero sabe cuánto es rica esa santidad y que una escuela de santidad no puede más que expresar un aspecto.

De ahí la gran variedad de formas de la vida religiosa, que el Concilio ha estimulado, en vez de restringirla, como algunos lo habían deseado, Releamos lo que a este respecto dice el decreto Perfectae Caritatis cuando da los principios de la renovación a la que aspira el Concilio: "Redunda en beneficio de la Iglesia que los Institutos tengan su carácter y misión propia. Por lo que se debe

conocer y observar con fidelidad el espíritu y fines propios de los Fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada Instituto" (P.C.2) Así pues, seremos fieles a la Iglesia siendo fieles a nosotros mismos.

Pero en fin ¿cuál es nuestro espíritu? El P. Garicoits, a quien cierto día se le hacía esa pregunta, respondía: "Me piden una cosa muy difícil." No se dirá que él no conocía ese espíritu, que fue el suyo antes de ser el nuestro. Más una cosa es conocerlo y aún vivirlo, y otra cosa es definirlo. sobre todo con una fórmula breve. Un espíritu, es una de esas realidades que no dejan encerrarse en fórmula más que al precio de una mutilación. De hecho, cuando San Miguel habla de nuestro espíritu y también cuando ensaya precisarlo, no se expresa siempre de manera uniforme. No es porque su pensamiento titubee, sino que este es por fuerza tan complejo y tan lleno de matices que teme traicionarlo si intenta expresarlo de una sola vez. Entonces procede por toques sucesivos, insistiendo ya en un aspecto, ya en otro.

Veamos por ejemplo lo que le sucede cuando trata de enumerar las virtudes características del Betharramita, Su número varía, En una carta a su obispo, y refiriéndose, por otra parte, alas Constituciones de 1841, habla del "espíritu de la Sociedad, que es un espíritu especial de humildad y caridad, de obediencia y abnegación." Pero en un texto importante agrega una quinta virtud : la mansedumbre. Son esas las cinco virtudes capitales -(os cinco pilares de la sabiduría betharramita retenidas por el P. Duvignau en su obra magistral "Un Maestro espiritual". Pero ¿quién nos impediría agregar una sexta virtud, la sencillez, que matiza tan felizmente la humildad betharramita? Y aún una séptima, ese sentido exquisito de la medida y del justo medio del que San Miguel habla con tanto interés bajo el nombre de discreción?

Por otro lado, en una conferencia, el Santo parece reducir a tres las famosas virtudes del betharramita ideal: "¿Cuál es, pues, el espíritu propio de nuestra Sociedad? Es un espíritu de humildad ante Dios, de mansedumbre ante el prójimo, y de abnegación ante uno y otro". Y a veces no hay más que una sola virtud, ¿La obediencia? No siempre, Escuchemos este texto: "Vivamos, pues, según el espíritu y la letra de nuestras reglas, por consiguiente, más por amor que por cualquier otro motivo". Y saben ustedes con que frecuencia volvía a sus labios o a su pluma ese "por amor más que por cualquier otro motivo". Luego, es el amor el gran motivo, la poderosa fuerza del sacerdote del Sagrado Corazón. En otras ocasiones, uno siente que no se necesitaría mucho para llevarlo a decir que la disposición esencial en un betharramita es la humildad. Por ejemplo, cuando escribe: "Dios mío, Dios mío, ¿cuándo comprenderemos que de todos nuestros deberes el primero y el más indispensable y, al mismo tiempo, el más precioso, es presentamos a Dios y a sus representantes reconociendo y confesando nuestra nada, abandonándonos a ellos, sumisos y abnegados, diciéndolas 'cada uno; "Aquí estoy, Dios mío, dame ese espíritu de tu divino Hijo, Nuestro Señor". ¡Sería muy imprudente quien gritase contradicción!

En realidad, todo eso es verdad. Pero no es una simple lista de virtudes la que ha de expresar nuestro espíritu peculiar. Tanto más que, para caracterizamos, no es tanto la virtud misma que se debe tener en cuenta, sino la manera, el matiz. El Santo habla de "la obediencia especial que hacemos profesión de practicar", En otra parte la llama "peculiar". En fin, dice de la Congregación que "hace profesión de imitar la vida de Nuestro Señor de un modo que le es peculiar".

¿De dónde viene ese modo peculiar? No de una virtud o de un conjunto de virtudes, sino de una disposición más fundamental que rige y anima nuestro comportamiento. De esta disposición los invito a repasar la primera expresión en el texto más antiguo que poseemos de San Miguel en esta materia. Ya conocen la historia de ese documento único, que el P, Duvignau ha llamado "el manifiesto" del Fundador y que encabeza nuestras Constituciones desde 1969. Fue hallado no en los papeles de San Miguel, sino en una libreta del P. Cassou, en donde precede a las Constituciones de 1838. Estamos aquí muy cerca de los orígenes, en una de esas "fuentes" a las que el Concilio nos remite con insistencia. Sólo en 1835 los seis primeros "sacerdotes de Betharram" - serán llamados sacerdotes del Sagrado Corazón a partir de 1841 - se constituyeron en comunidad con el P. Garicoits como superior. Pero el Santo a partir de entonces sabe muy bien lo que quiere para sí mismo y para los hermanos que la Providencia le va a enviar. El P. Duvignau no teme afirmar que todo lo que el P. Garicoits ha escrito o enseñado después parece no ser más que el comentario de ese texto fundamental. Estamos realmente en el centro de las preocupaciones espirituales del Santo y del Fundador.

Ya conocen el texto. Comienza con el acorde magistral de Bossuet que "da el tono a todo el resto" (P. Duvignau).

"Plugo a Dios hacerse amar"…

Desde el primer instante somos transportados al país del amor. Ante todo el amor incomprensible del Padre, que quiere se le retribuya, que da los primeros pasos, y ¡qué pasos! Nos envía a su Hijo, nos lo da...

Luego entramos en el Corazón del Hijo, el cual desde el primer instante de su encarnación, se entrega a todos los quereres del Padre para la realización del gran designio de amor:

"Al entrar en el mundo, animado por el Espíritu de su Padre, se entregó a todos sus designios sobre él, se puso en lugar de todas las víctimas...

Aquí estoy, vengo para cumplir tu voluntad. Dios mío... "

Las líneas siguientes prolongan y precisan el "Aquí estoy" :

"Entró en su camino mediante ese gran acto que fue siempre continuo. Desde ese momento permaneció en estado de víctima, anonadado delante de Dios, no haciendo nada por sí mismo, obrando siempre por el Espíritu de Dios, constantemente abandonado a las órdenes de Dios para sufrir y hacer sufrir todo lo que él quisiera: exinanivit...

En fin la respuesta del P. Garicoits. Aquí Bosssuet es olvidado: el que se expresa es el corazón del Santo, un corazón herido:

"Así nos amó Dios,,,"

En presencia de ese espectáculo prodigioso, los sacerdotes de Betharram se han sentido impulsados a la abnegación, para imitar a Jesús anonadado y obediente, y para emplearse íntegramente en procurar a los otros la misma felicidad; bajo el amparo de María, siempre dispuesta a todo lo que Dios quisiera y siempre sumisa a todo lo que Dios hacía"

¡Esos somos nosotros! Ahí está nuestro ideal y nuestra partida de nacimiento. Como San Miguel, el Betharramita, será el hombre del "Aquí estoy", del " ¿Qué quieres que haga?" "Oh! que hermosa disponibilidad la de estar a disposición de Dios.., repetirá el P. Garicoits. El Betharramita está en permanente situación de ofrenda. No sólo disponible, sino entregados, y por lo tanto ya dado, abandonado por amor hacia el divino designio. En permanente estado de ofrenda como el Hijo de Dios, como El y en El. Esa es la disposición fundamental del Betharramita, según el testimonia mismo del Fundador: "El espíritu de nuestro estado es el espíritu del Corazón de Jesús que la palabra "Aquí estoy" expresa tan bien.

Espíritu "esencialmente religioso", dirá. ¿Qué tiene de extraño? Es el del Hijo de Dios Encamado, el perfecto religioso del Padre. Este espíritu descansa sobre la convicción de todo lo que debemos a Dios y nos lanza totalmente a un servicio exclusivo, no por el temor o por coacción, sino con un impulso "de piedad filial y confiada: "Aquí estoy... por amor más que por otro motivo". Sí los grandes Betharramitas han sido hombres de oración

y de unión con Dios, no es por casualidad. Pensemos en el mismo P. Garicoits, en el P. Ecthecopar, en el P. Estrate, en el P. Roy, en el P. Paillás, en el P. Buzy. La piedad será "el todo del hombre".

Espíritu de dependencia. "Aquí estoy… para hacer tu voluntad". El Betharramita es el hombre de la Voluntad de Dios, esa voluntad del Padre es voluntad de salvación y de redención, Voluntad que es doble; la que hay que cumplir y laque hay que aceptar. Se trata de sufrir y hacer todo lo que El quiera. El Hijo de Dios no ha hecho otra cosa en la tierra. Para San Miguel, la voluntad de Dios ha sido objeto de un verdadero culto. Uno se acuerda de la queja que se le escapó al P. Paillás en una situación especialmente dolorosa:

"Si por lo menos yo supiera dónde está la voluntad de Dios". Este es el grito de un verdadero Betharramita. De ese culto de la Voluntad de Dios se desprende el carácter casi absoluto que el Fundador ha querido dar a la obediencia betharramita. Una fórmula feliz de nuestras Constituciones nos la recuerda Estamos invitados a "ir hasta el absoluto en la comunión con el querer del Padre, Obedecer "sin si, sin pero, sin porqué" decía el Santo.

Espíritu de entrega a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, Pero la entrega del betharramita tiene un propio cariz. No olvidemos que se trata de alguien que está en permanente situación de ofrenda, ya entregado, para quien la pregunta del don de sí mismo ni siquiera se plantea. Por eso la famosa divisa; "Aquí estoy,,, siJ1 llegar tarde, sin poner condiciones, sin volverme atrás". Cuando Dios pide, el betharramita no se hace rogar, no pone condiciones no fija límites a. su entrega... Dice: "Aquí estoy" como una cosa natural y no se las da de héroe. Es al natural como se reconoce la entrega del betharramita. Por peco que os hayáis fijado a vuestro alrededor, habréis encontrado como yo esa entrega. San Miguel quería formar "hombres qué salgan a la primera insinuación", siempre dispuestos porque ya se han entregado: "hemos querido presentar al Obispo sacerdotes totalmente disponibles para todos los trabajos que quiera confiarles, totalmente obedientes, siempre dispuestos a decir: Aquí estoy. Esta es la distinción del Betharramita".

Espíritu de desprendimiento, de ocultamiento y de anonadamiento - nunca tuvo miedo el Santo ni de la palabra ni de la cosa- "Dios, dice, de quien procede todo bien, pide instrumentos desprendidos de todo, sobre todo de sí mismos, y totalmente abandonados en su corazón a la acción del Espíritu Santo".

En definitiva, hombres que han renunciado a toda preocupación personal, v.g. la palabra tan betharramita del P. Buzy: "Yo, eso no importa! "El Betharramita ya no se pertenece, molesta parecer: "oculto, entregado". Estas dos palabras San Miguel las separaba pocas veces. El tenía muy claro el principio: "Trabajar mucho y no aparecer en nada". El Betharramita queda en su puesto : somos "auxiliares" - hemos llevado ese nombre durante algún tiempo "instrumentos". Por lo tanto sin pretensiones, sin mañas, sin darse mayor importancia. El P. Garicoits no quería que se estuviera preocupado por el éxito: "Hay que trabajar al día en la obra de Dios alegre y fuertemente, sin ocuparse del éxito del día siguiente. Y cuando hemos cumplido con todas las obligaciones, estamos invitados a decir desde lo íntimo del corazón: "Siervos inútiles somos". Es el ambiente - de la Encarnación: ése ha de ser el nuestro.

Espíritu de simplicidad, la excelente simplicidad, hija del olvido de si mismo…

Espíritu dé discreción, el discernimiento delicado del "objetivo que hay que alcanzar y de los limites que no hay que saltar según la medida de la gracia y los límites de la posición"; esto no es sino exigencia del respeto soberano a la ' voluntad divina. "Ni más ni menos", le ' gustaba decir al Fundador.

Y en esa línea añadía con gusto a su famosa divisa: "sin llegar tarde, sin poner condiciones, sin volverse atrás" una corrección que se olvida muy a menudo: "sin llegar tarde, pero sin precipitarse" - hay una prisa indiscreta que viene de la naturaleza, no de la gracia -, "sin poner condiciones, pero sin pasar los límites" - una generosidad indiscreta ya no es generosidad -, "sin volverse atrás, pero sin cerrarse. Hay que saber retirarse a tiempo: el Betharramita sabe irse.

 

(Conferencia del Rvmo. Padre Mirande

a los participantes del "Reciclaje" en Tierra Santa - 1978)

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