El Manifiesto

Comentario Teológico-Espiritual

En 1838, el P. Miguel Garicoits presenta a sus primeros compañeros el sumario de las Constituciones. Al querer dar originalidad al texto, agrega para ello un prólogo, una introducción: "El Manifiesto", asegurando los 52 artículos y a las 49 reglas comunes enunciadas, una nueva alma atrapada por la luz y el calor del Amor Divino.

Así nos encontramos, nosotros, hijos de San Miguel, como nuestros predecesores hermanos, frente a una página de alta y profunda espiritualidad, donde identificamos y donde verificar nuestra ruta pasada y presente y proyectar nuestro futuro.

Pongámonos ahora juntos a develar el mensaje que allí se nos vuelve a proponer a 150 años de distancia mediante el Manifiesto, leyéndolo, orándolo y comentándolo a la luz de la Palabra de Dios.

El contenido que se nos propone tiene una característica fundamental: ''no es una realidad estática, sino dinámica " y esto ya señala su valor como "palabra" no humana sino divina que resume en si el Misterio del Verbo Encamado, muerto y resucitado.

Dios se da en Cristo (Encarnación)

Manifiesto: "A Dios le agradó hacerse amar, v cuando éramos sus enemigos nos amó de tal modo que nos envió a su Hijo único.- nos lo dio como atractivo que nos gane al amor divino; modelo que nos señale las reglas del amor y el medio de alcanzar ese amor: el Hijo de Dios se hizo carne."

El hombre en su proceso de conversión se coloca en la postura del que aún antes de descubrir a Dios quiere descubrirse y encontrarse a si mismo en Dios.

De allí nace un profundo deseo-necesidad de amarse haciéndose amar por Dios y entonces dar vía libre al potenciar arrollador del Dios Amor.

1 Jn. 4, 10: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó... "

La dirección de este amor va de Dios a nosotros, y de nosotros a Dios a través de los hermanos.

l Jn. 4, 20: "Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve ".

l Jn. 2,4: "Quien dice.- "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos es un mentiroso ".

l Jn. 3,14-15: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino".

1 Jn. 4, 8: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor". El "modo" de este amor nuestro está determinado por el hecho de que nosotros mismos lo hemos recibido de Dios y en consecuencia debemos transmitirlo a los hermanos.

l Jn. 3,16: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que El dio su vida por nosotros. También debemos dar la vida por los hermanos".

Este movimiento del amor que viene de Dios a nosotros y va de nosotros a los hermanos tiene su centro en nuestro reconocedor amor a Cristo que nos impone el amor como su mandamiento: de ese modo es originariamente suyo y posteriormente nuestro.

Jn. 14,15-24: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos... El que no me ama no guarda mis palabras"

Jn. 15,12-14: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis o que yo os mando".

Resulta entonces mucho más comprensible la afirmación del Manifiesto:

Manifiesto: "Nos lo dio como atractivo que nos gane al amor divino; modelo que nos señale las reglas del amor y el medio de alcanzar ese amor: el Hijo de Dios se hizo carne".

Y aquí se produce la transformación y la realización de quien busca y quiere poner a Dios como centro y alma de su vida: junto a Cristo que se encarna es uno mismo quien se encama, concretando así la experiencia de Pablo:

Gál. 2,20: "Vivo yo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí".

Gál. 5,6: "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tiene valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad".

Metodología de Cristo en el darse (Muerte)

Al entrar en el mundo. animado por el Espíritu de su Padre, se abandonó a todos sus designios sobre El. tomó el lugar de todas las víctimas.

Manifiesto: "No quisiste sacrificio ni oblación, pero me formaste un cuerpo... no te agradaron los holocaustos ni las víctimas por el pecado; entonces dije: ¡Aquí estoy, Dios mío, vengo para cumplir tu voluntad!"

Cristo es hijo único del Padre, único mediador entre Dios y nosotros, único Redentor que en la Cruz ha satisfecho por todos, la "primicia" también de los que resucitan de los muertos que, según Pablo. mantiene la primacía en todo:

Col. 1,18-20: "El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia. El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo. Mediante la sangre de su cruz, pacificó lo que hay en la tierra y en los cielos"

Lo que EL es, lo que se realiza por su intermedio, está circunscripto en la más completa soledad de su dignidad divino-humana. El nos ha redimido activamente, nosotros somos los redimidos pasivamente: todo lo que a continuación, como respuesta, hacemos activamente se fundamenta siempre sobre aquella primera pasividad, se reconoce en la fe, se proclama en nuestro testimonio de llamados al Amor. Es rendir testimonio a aquello que otorga la forma unitaria a todo ser y obrar humano, cristiano y religioso.

También nosotros debemos "expresamos" junto a El y la prueba clara y evidente de nuestra sinceridad en esto se evidencia ante todo por nuestro vivir la Comunión, la fraternidad en la diversidad.

Lc.22,28: ''Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas"

Este testimonio de unidad es el fundamento del amor.

Proclama obediencia incondicional a Aquél que nos ha llamado.

El "Aquí estoy, vengo para cumplir tu voluntad" es la afirmación que hace de Cristo el testigo por excelencia, aquel que acepta vivir con su vida el amor total del Padre y que se torna para nosotros en principio y el fin de nuestro ser de llamados.

Lo que en la existencia de Cristo aparece como la esencia de este amor es el renunciamiento a disponer de sí. Sólo esta renuncia otorga a la actuación de su mandamiento la inaudita fuerza dinámica y explosiva.

Fil. 2, 6-7: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de si mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres... "

El renunció a toda prudencia, dejó la total providencia al Padre que manda, dirige, y esto lo exime de toda obligación de cálculo, de diplomacia, le otorga el empuje infinito que no tiene límites y no necesita cuidarse de los obstáculos de contradicción, de dolor, de fracaso, de muerte, porque el Padre lo dirige y lo aferra hasta el último momento de la noche.

Mediante el acto de obediencia al Padre, Cristo ha alcanzado la libertad total y se halla en la total serenidad de aquel que puede abandonar todo de una vez y para siempre a la providencia del Padre.

Mt. 6,25-26: "Por eso os digo: ¿No andéis preocupados por vuestra vida, que comeréis, ni por vuestro cuerpo, con que os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros... "

Es el morir a sí mismo, por amor del Padre y del hombre, que inicia "de modo originario" y "por vez primera" la existencia cristiana.

El crea el campo de la fe y lo pone a nuestra disposición, pero de modo tal que realiza El mismo, como modelo, el acto de fe. Él no hace su voluntad, sino la del Padre.

Esta obediencia, que hace sobrepasar la frontera de toda facultad humana en el infinito de Dios es la forma del siervo, asumido libremente, por el amor eterno, trinitario entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

Con Cristo que se da, somos invitados a darnos (Resurrección)

De hecho, aunque el Padre en Cristo pueda brillar y ser reconocido de mil maneras y fragmentariamente en nosotros, existe sin embargo un único y exclusivo modo que le otorga la posibilidad de una manifestación esencial aunque siempre velada por el misterio: el si ilimitado del hombre que se declara dispuesto para ir hasta donde Dios quiera, ,v a ser implicado, aunque con sus limitaciones, en el proyecto misterioso e ilimitado de Dios.

Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo se manifiesta a través de nosotros.

Para realizar este ideal es necesario hacer nuestra, con toda sinceridad, la muerte de Cristo en la cruz como la forma fundamental de nuestra vida, porque sólo así podremos experimentar y hacer revivir al Dios en y con nosotros.

A esto la Escritura llama "revestirse de Cristo", "revestirse del hombre nuevo". (Rom. 13, 14; Gal. 3,27; Ef 4, 24; Col. 3, 10).

Si hiciéramos lo que quiere el Hombre Nuevo, Cristo, seríamos libres y mayores y esta libertad lograda tendrá como consecuencia única características de servicio.

Rom. 6,22: "Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna"

De este modo los apóstoles, que lo habían abandonado todo por amor de Cristo, le han obedecido como a un hombre que concretaba para ellos la voluntad de Dios".

Manifiesto: "Inició su carrera con este gran acto que no interrumpió jamás. Desde entonces quedó siempre en estado de víctima, anonadado ante Dios, sin hacer nada por sí mismo, obrando siempre por el Espíritu de Dios, constantemente abandonado a las órdenes de Dios para sufrir ,y hacer cuanto El dispusiere.- Se anonadó a si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz "

Esta vida de libertad al servicio de Dios puede ser designada como existencia en la misión.

La libertad de cada uno de nosotros, cuando encuentra la cruz de Cristo, no es destruida ni eximida de sus deberes, al contrario se halla reintegrada a sí misma. Se le da la posibilidad de descubrir el designio de Dios, de descubrirse a sí misma en el llamado a expresar ese designio con estupor, con gratitud, con obediencia, con generosidad.

En Dios no hay tarea ni encargo a término. La tarea fija es la base para que el siervo pueda recibir encargos particulares siempre nuevos e inesperados: El está siempre en guardia.

Hech. 22, 10: ''¿Señor, que quieres que haga?"

Ningún siervo puede alejarse definitivamente con el convencimiento de haber comprendido plenamente su función y de no necesitar más, para continuarla, nuevos replanteos, ni comunicaciones con la voluntad de Dios.

Las fuerzas de las cuales nosotros, como siervos, viviremos, no sonde hecho las de la vida presente, sino las del "mundo trituro"; "nuestro Hombre Nuevo " se fundamenta totalmente sobre los actos de fe en Cristo, de esperanza en aquello de lo que no podemos disponer todavía, de amor a Dios y al prójimo en la renuncia a nosotros mismos.

El eterno movimiento de este triple acto, nos mantiene a cada uno de nosotros en posición de largada, en un continuo recurso a Dios.

La "medida" de la misión que nos es asignada no está entre nosotros, pero la debemos recibir de "aquel que lo puede todo".

De este modo los apóstoles que lo habían abandonado todo por amor de Cristo, le han obedecido como a un hombre que concretaba para ellos la voluntad de Dios.

Manifiesto ''Así nos ha amado Dios... "

Es una interpelación la suya que no soporta atrasos. Podríamos también nosotros decir como los discípulos:

Jn. 6,60: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?".

Pero la respuesta de Jesús clara y provocante vale también para nosotros.

Jn. 6,61-64: "Esto os escandaliza?... El espíritu es el que dala vida; la carne no sirve para nada Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen".

Sin embargo la invitación de San Miguel para nosotros es urgente ante este Dios que nos ama.

Manifiesto: "Ante este prodigioso espectáculo, los sacerdotes de Betharram se han sentido impulsados a abnegarse para imitar a Jesucristo anonadado y obediente, y para dedicarse por entero a procurar a los demás la misma felicidad, bajo la protección de María siempre dispuesta a cuanto Dios quisiere y siempre sumisa a cuanto Dios hacia".

¡Es una elección, la nuestra! Elección que tiene como consecuencia una promesa y una pertenencia que para nosotros significa ser considerado dignos de experimentar, de afirmar, de creer, de regular nuestra existencia sobre la realidad de Dios en nosotros.

Esta elección exige una respuesta a este Dios-Amor como supo responder María, nuestra protectora.

Lo incondicional y además lo irrevocable del si de Maria da vía libre a nuestra definitiva disponibilidad sin reserva, sin reserva, sin vuelta atrás.

En el sí definitivo de María hallamos temor, inseguridad, misterio que la toman tan semejante a nosotros, pero que al mismo tiempo nos la entregan en plenitud como Hermana y Madre.

Con Cristo nuestro modelo,

Con María nuestra Madre,

Con San Miguel nuestro Protector y Hermano nuestro camino resulta más factible, basta que Nuestro "SI" de cada día sea sincero y constante.

P. Radaelli s.c.j

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