Carta al P. Diego Barbé

Superior del Colegio San José

Hacia septiembre de 1858

La idea de misionero apostólico ha sido combatida por mí del modo más enérgico a su salida de Betharram. ¿Para qué quiere que sirva eso?, preguntaba yo al P. X. Sólo sirve para ofender a los Ordinarios de allí y aquí

Y no veo razón para cambiar de parecer a ese respecto.

Es algo realmente incalificable. Pero, ¿ qué quiere:? Cuando se tienen ideas fijas, es difícil desprenderse de ellas; y después creen que pierden el tiempo cuando las cosas no cambian según las invenciones de nuestras imaginaciones. Sobre todo no se sabe comprender, gustar, y abrazar con corazón grande, alma generosa y constante, una oscuridad, una esterilidad, fracaso a que reduce la obediencia Es el maná, desafortunadamente todavía oculto a muchos.

Hay que tomar a los hombres como son y con todo tratar de e traer todo el provecho posible, sabiendo hacer el sacrificio de lo mejor. Por otra parte, hay que contentarse con eso en este mundo. Ayudémonos así y seguramente Dios nos ayudará.

Digo, pues.

1º Que me correspondía a mi hacer semejante diligencia y que un pedido colectivo hecho por los inferiores no puede parecer medianamente fuera de lugar, pero, una vez más, ¡paciencia! ¿Por qué no limitarse a ejercer un inmenso amor dentro de los límites de su posición.

2º Ya lo dije, el pedido de una misión entre los indios, en el caso presente me parece totalmente fuera de lugar.

3º Por el momento no puedo darle órdenes referentes a Montevideo; se verá más tarde cuando la posición y los designios de Dios se muestren más claramente. Desearía de todo corazón acudir en socorro de nuestros compatriotas de Montevideo; pero el momento no llegó todavía; le necesitaría para ello buenos misioneros vascos y un buen superior para esa residencia El P. Saraute no haría mal en dirigirse para eso al obispo de Bayona o a mí, en vez de dirigirse a Mons. de Buenos Aires, al que admiro y quiero más y más.

4° Sólo me queda bendecir al Señor por las disposiciones del Sr. Obispo de Buenos Aires. Aquí estoy, Dios mío. ¿Cuándo comprenderemos que, de entre todos nuestros deberes, el primero y más indispensable, al mismo tiempo que. el más precioso, es presentamos constantemente a Dios y sus representantes, reconociendo y confesando nuestra nada abandonándonos a ellos, discretos y abnegados, diciéndoles cada uno: ¡Aquí estoy!.

Dios mío, danos ese espíritu de tu divino Hijo, Nuestro Señor.

Es decirle que Ud. no ha de omitir nada para combatir enérgicamente toda tentativa opuesta a esta conducta que es un deber de nuestro estado y el gran medio de atraer siempre sobre nosotros las bendiciones del Señor y conciliarse así el respeto, la confianza y el afecto de los hombres, por lo menos acabar allí. No deberían existir las tendencias contrarias, ni siquiera con respecto a una autoridad malintencionada en la posición de Uds. Hoy, si fueran conocidas, serían de irritante injusticia. Querrían allí no sé qué, más de lo que podríamos exigir siquiera aquí, Dios mío, aquí estoy; aquí estamos. Danos gustar lo que es recto y gozar de consuelo.

¿Sabe lo que decía a su sobrino el Sr. X de Coarraze? En ninguna parte se logró éxito sin la condición de ser discreto y entregarte sin reserva a la disposición de sus superiores. Un laico, por simple buen sentido, estaba mejor inspirada que algunos religiosos.

Es de esperar que Monseñor conozca bien a la humanidad ¡Pobre gente! ¡Cómo se tornan ridículos más bien que culpables!.

Sin embargo, hasta la experiencia debería servirles de lección. Hay que sufrirlos como son, a veces disculparlos por causa del arrastre de los caracteres y hacer observar que, aunque así hasta quizá en cierto punto, por causa de eso, Dios no dejó de concederles bendiciones señaladas.

Carta Nº 163

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