Belén, diciembre 13 de1892

Estos lugares bendecidos, santificados, consagrados por la acción directa las lágrimas y la sangre del Salvador, más vivamente que en ningún otro sitio, me recuerdan los lazos que atan a nuestro Instituto y sus obras con su primer autor.

Este Pesebre, este Calvario y el costado del Divino Crucificado, ese Corazón entreabierto me gritan de dónde hemos salido, a quién pertenecemos. cuál es, por consiguiente, el manantial al que debemos atribuir todo, referir todo, y el fundamento sobre el que sin cesar debemos apoyamos para elevarnos más alto.

Aquí recapitulo con gusto nuestra pequeña historia y, en particular la de la fundación de América, para encontrar el sello divino, y aplicarle la palabra de nuestro Fundador: "Dios ha Fundado esta obra; El la ha consagrado; El la conservará y la hará adelantar en su servicio"

Repitámoslo, amigos queridísimos, nuestro gran Dios no bajó a este Pesebre que acabo de visitar a vuestra intención sino por un acto de infinita caridad. También en un acto de caridad y de celo, nuestro Fundador y sus intrépidos compañeros aceptaron la misión de América: ricos en amor de las almas como el divino Maestro, eran pobres como El, que se hizo pobre para enriquecernos a nosotros: "propter nos egenus factus est cum esse dives."

El Padre Garicoits tuvo que mendigar 4.000 francos ante una piadosa mujer admirada de su santidad. El viaje de los misioneros no fue otra cosa que la práctica de todas las virtudes apostólicas. ¿Qué encontraron a su llegada? ¿Qué? ¿Brazos abiertos e instalación preparada? ¡No! Nada más que obstáculos, o al menos ninguna prevención, ni el menor estímulo. Me engaño... Para ofrecerles el techo y el alimento necesarios se hizo presente la caridad. Es mucho para no morir. ¡Oh! ¿Qué es eso para Fundar algo?.

Mas, ¿ qué digo:? Esa escasez es mucho, es lo esencial, es el verdadero fundamento de las obras de Dios, es el Pesebre.

¡Cuántas semejanzas entre la cuna del divino Salvador y la cuna de todas nuestras obras, de la primera de todas, 'Betharram, y de las dé América, especialmente San José.

En la casa, en la que se instalaron, nuestros primeros Padres hallaron la miseria, la suciedad del Establo de Belén. Pero ¡Qué tesoro llevaban consigo, a semejanza de la Santísima Virgen y de San José, en el Pesebre! ¡El gozo de la pobreza! La alegría en el sacrificio, el gozo en el Espíritu Santo: "et justitia et pax et gaudium in Spiritu Sancto."

Con esas disposiciones, el trabajo más duro, el más obscuro, el más ingrato no es nada.' ¡Qué importa tener éxito o no ante los hombres! Que se goce o no de su aprecio, de sus aplausos, de las ventajas y el bienestar de orden natural; todo eso es inútil como medio de celo; al final no otorga méritos delante de Dios, ni su paz en lo hondo del corazón.

En cambio, con la gracia adentro, se corre, se vuela a través de las zarzas y las espinas.

Y vuestros primeros Padres de San José, llevados e impulsados por las alas del santo amor, no conocían ni tregua ni reposo; acumulaban todos los oficios a la vez; eran al mismo tiempo sacerdotes en el altar, profesores y celadores de estudio con los alumnos, hermanos conversos en las. tareas de la casa, en las mismas calles de la ciudad; podían decir con el apóstol San Pablo, mostrando sus manos y sus espaldas.

"Aquí están las manos que han trabajado y las espaldas que llevaron pesadas cargas a ejemplo del gran obrero del cielo y de la tierra, que se hizo artesano de nuestra salvación y de nuestra felicidad".

¿Hubo solamente eso? No, amigos, después de los comienzos obscuros de Belén, después de los largos, duros y aplastantes trabajos de Nazareth, era necesario coronar el edificio con el martirio de la cruz.

¡Qué postrero y sorprendente carácter impreso sobre la obra de San José!

Si nada le faltó: ni las angustias de Gethsemaní, cuando se deliberaba respecto al abandono completo de la obra, ni la huida y el desamparo de los mismos que debían sostenerla, ni, en fin, la muerte del Gólgotha, aceptada por el Padre Barbé, con la obediencia heroica que entrega todo, absolutamente lodo, con abandono filial, en las manos del Padre Celestial.

Estas aproximaciones son verdaderas. Indican el carácter especial de esta obra Y la historia de su pasado, así lo creo, es el programa i la profecía de su porvenir.

Sí, amigos míos, hijos del Pesebre, de Nazareth y del Calvario, doblemente marcados con el signo de .Vuestro Señor Jesucristo, con el sello de Betharram, con el sello de San José, siempre tendréis que pasar por el sendero estrecho de la humildad, de-1 trabajo, de los sufrimientos... Esa es vuestra herencia, esa es vuestra gloria y la de la Congregación.

Y esa debe ser para vosotros, en medio de las pruebas siempre renacientes, y siempre nuevas, la fuente de un inmenso consuelo ,v el principio de un coraje indomable.

Porque debéis deciros a vosotros mismos:

"Así obraron nuestros Padres, preparando en medio de las lágrimas una cosecha abundante. Así debes tú, en pos de ellos, fecundar tu surco, venga lo que viniese, o mejor, en la esperanza. de un bien cuyo secreto se reserva Dios, pero que habrá de llegar en su momento."

Y podréis agregar que, gracias a ese noble desinterés, realizaréis el voto de nuestro Fundador.- os mostraréis y seréis realmente sus verdaderos, y legítimos hijos, ocultos y abnegados; ocultos siempre en el corazón; en medio del éxito, diciendo en espíritu de verdad, en presencia de la verdad misma: "serví inútiles sumus." Y si el éxito engaña vuestros esfuerzos, doblemente ocultos entonces, pero nunca abatidos, nunca vencidos; sólo es derrotado, sólo es postrado aquel cuya alma está dominada por los pensamientos de la tierra pero no el alma que domina toda la tierra con el pensamiento del cielo, con la vida del cielo.- "conversatio vestra in coelis est."

Meditad la elevada santidad de vuestra vocación general y local, y no dejéis escapar la ocasión de mostrar a Dios y a sus representantes vuestras buenas disposiciones.

Por lo demás, no ignoráis que no es contrario sino conforme- al deber y a la santidad el exponer vuestras dificultades de toda clase a quien corresponda después de haberla pensado ante Dios y, si es preciso, habiendo tomado el parecer de vuestro director.

Hecho eso de buena fe, mostrad después los tesoros de fe, de piedad, de caridad mutua, sobre todo de obediencia sin reserva, de esa obediencia de la que yo he sido testigo, y de la cual, aquí en su fuente nativa, yo no ceso de pedir la conservación y el incremento entre vosotros, mi gozo y mi corona.