El mandato de Santo Domingo de impulsar una Pastoral Juvenil que promueva una
acción pastoral "que asuma las nuevas formas celebrativas de la fe propias
de la cultura de los jóvenes y fomente la creatividad y la pedagogía de los
signos" (SD 117) ha generado una vivificante toma de conciencia sobre la
importancia de la celebración y de la forma concreta de prepararlas y
realizarlas.
La Fiesta, Tiempo para Celebrar la Vida
La vida transcurre muchas veces en medio de acontecimientos rutinarios que
ocupan casi mecánicamente las horas y los días. Pero es también la
oportunidad para que se den otros acontecimientos, buscados expresamente o
simplemente inesperados, capaces de romper esa rutina y hacer que se les dedique
un tiempo especial para "celebrar". La diferencia entre unos y otros
no está tanto en la actividad o en lo que se realiza, sino en la forma y en el
sentido con el que se viven. Son esencialmente significativos no porque sean
distintos a los de todos los días, sino porque se los vive de una manera
diferente.
Esta realidad tan cotidiana ayuda a descubrir el valor de saber detenerse para
generar un tiempo distinto al de la rutina diaria, un tiempo para gozar más
intensamente de la vida y sus situaciones, realidad que si bien se puede
experimentar en las actividades de cada día, se hace mas palpable en esos
momentos especiales.
Celebrar es una dimensión propia de la vida de las personas humanas y uno de
los momentos en que más se pueden expresar como tales. Las formas de hacerlo
varían mucho de acuerdo a los ambientes y las culturas, pero hay una que tiene
un sentido muy especial particularmente en el mundo juvenil: la fiesta.
La fiesta es un tiempo que se dedica para celebrar un acontecimiento. llega
tanto a la vida de los jóvenes porque les permite romper la rutina,
experimentar la profundidad de la vida, sentirla como regalo y descubrir que
vale la pena ser vivida; les da la posibilidad para manifestarse como son en un
clima de libertad y espontaneidad; les ayuda a superar la soledad, porque es
imposible hacer fiesta solo, pues la alegría exige ser compartida siempre con
otros; les da libertad para "perder el tiempo", porque en la fiesta
parece que simplemente no pasa o pasa de un modo muy agradable y placentero.
La fiesta es un tiempo para la personalización, para ser mas en profundidad,
para recrear y recrearse, para la creatividad, para el encuentro, la comunicación
y el diálogo. En una sociedad donde el diario vivir se nutre de acciones muchas
veces interesadas, la fiesta es un tiempo para la gratuidad; en una realidad de
injusticia y dependencia, la fiesta es participación en el dinamismo de la
liberación y la utopía; en un mundo materialista e individualista, la fiesta
permite expresar la propia fe, vivirla en comunidad y abrirse al sentido pleno
de lo trascendente.
Entendida de esta manera, la fiesta es una realidad profundamente humana que
eleva y dignifica, impide quedarse en la dimensión meramente horizontal de la
existencia, lleva a Dios y permite celebrar la vida.
Celebrar, es pues, disponer de un tiempo y de un espacio para que, a través de
gestos, signos, palabras y actitudes, un acontecimiento se haga realmente vital.
El cumpleaños, la finalización de los estudios, el reencuentro con un ser
querido y mil otras celebraciones más van alegrando y enriqueciendo el diario
vivir. Como en la vida de las personas, hay también momentos significativos en
las familias, los grupos juveniles, las comunidades, la historia de los pueblos,
etc.
La Liturgia, tiempo para Celebrar la Fe en Jesucristo.
Lo dicho antes, vale también para la celebración de la fe. Como es
necesario encontrarse con un amigo o celebrar determinados momentos de la vida,
del mismo modo es necesario encontrarse con Dios y con la vida nueva que él
ofrece, para renovarse, entusiasmarse y animarse.
Celebrar la fe es tener ese tiempo para el encuentro con el Señor de la vida y
de la historia. Para hacer realidad el seguimiento de Jesús, no alcanza con
"saber" mucho de él y de su Evangelio, es necesario
"experimentar" su presencia y entrar en relación con su persona viva.
La celebración es el tiempo privilegiado en que el Señor se hace presente para
acompañar el caminar de los hombres por la historia. Ese tiempo privilegiado es
momento de fiesta, porque es celebrar la salvación, la liberación y la
presencia de Jesús resucitado en medio de su pueblo.
Las celebraciones litúrgicas y los sacramentos de la fe son los momentos
fuertes de la celebración cristiana. Pero es importante valorizar también
otras formas de celebrar la fe, a través de las cuales los jóvenes pueden
también vivir y expresar el seguimiento de Jesús y la vida según el Espíritu.
El Domingo, tiempo para Celebrar el Día del Señor
Celebrar el día del Señor junto con su comunidad es un momento muy
importante para la espiritualidad de los jóvenes.
Es cierto que el domingo como día de descanso semanal, como oportunidad para
pasar sin prisas ni preocupaciones, como día de familia y de
"recogimiento", como tiempo para desarrollar la cultura del encuentro
y de la solidaridad y para dedicarse más especialmente a Dios, parece ser cosa
del pasado. Quizás por eso mismo ha perdido su dimensión festiva y cristiana.
Pero es preciso recuperarlo como día diferente, como ámbito para el encuentro
semanal de los cristianos, como ocasión para celebrar la fiesta y llenar de
sentido el vacío que produce el ritmo enloquecedor de la vida moderna y su
tendencia a igualar y pasar de la misma forma todos sus momentos.
Como sacramento semanal, el domingo cristiano reúne la centralidad de
Jesucristo y de su Pascua, la experiencia comunitaria de la Iglesia, la escucha
de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, elementos fundamentales para
el crecimiento y maduración de toda vida cristiana.
Es la oportunidad para celebrar cada siete días la presencia salvadora del Señor
Resucitado que comunica su vida y llama a su seguimiento. Jóvenes y mayores,
por encima de lazos de amistad o de cultura, son invitados a participar juntos
en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía y a encontrar allí la fuente del
dinamismo para su vida personal y para su compromiso eclesial. Experimentar la
presencia del Señor Resucitado en medio de su pueblo obrando sus maravillas,
hace del domingo un día de fiesta, de liberación y de alegría.
El domingo ofrece también posibilidades para el descanso, para una mayor cercanía
y disfrute de la naturaleza, para una mayor cercanía y disfrute de la
naturaleza, para una mayor dedicación a la vida de familia y a la amistad, para
cultivar valores como el deporte, la cultura, el paseo, la convivencia o la música
y hasta para entregar un poco más de tiempo a los ancianos, a los enfermos y a
los necesitados. Viviéndolo de esta manera, se vuelve a reafirmar la prioridad
de la persona humana sobre el trabajo y se recupera el valor de lo gratuito en
una cultura donde la eficacia y el afán de producir tienden a imponerse como
los criterios máximos.
Por todo esto, el domingo puede ser un fecundo instrumento evangelizador.
Cincuenta y dos veces al año, la presencia del Señor Resucitado en la
comunidad invita a renovar la fe y el seguimiento, motiva a vivir en clima de
alegría, libertad interior y dinamismo pascual y rompe la rutina que desgasta,
desmotiva y hace perder el sentido de la vida y de la historia. la sabia pedagogía
de los tiempos litúrgicos de la Iglesia permite ir reviviendo semana a semana,
los momentos claves de la historia de la salvación y ofrecer a todos los
cristianos un motivo para su constante renovación.
La celebración comunitaria de la Eucaristía no quita validez a las llamadas
"misas juveniles", tan extendidas en muchas comunidades. Su realización
concreta en el "Día del Señor" para los jóvenes, hace posible
celebrar la particularidad de la vida juvenil con su lenguaje y sus expresiones
propias, permite referir más la palabra y la presencia viva de Jesús a sus
situaciones y procesos personales y grupales y ayuda a recuperar la característica
marcadamente juvenil de algunas celebraciones del ciclo litúrgico anual. Será
importante establecer un sano equilibrio entre el respeto y la valoración de la
realidad propia de los jóvenes y su necesaria integración a la comunidad más
amplia, donde tienen también su lugar, pueden realizar su aporte dinamizador y
estar abiertos a recibir del testimonio de los demás.
Las Nuevas Formas Celebrativas de la Fe
La realidad trascendente de Dios impide que el hombre pueda entrar en relación
directa e inmediata con él y exige que para expresarse y comunicarse deba
recurrir necesariamente a formas sensibles. En toda manifestación religiosa,
Dios se hace presente en la comunidad y la comunidad entra en relación con él
a través de expresiones y gestos. Como lo hizo el mismo Jesús, para hablar de
Dios y para anunciar el Evangelio, hay que utilizar el lenguaje simbólico.
El símbolo llega más íntegramente a toda la persona, más que hacer pensar,
hace vivir; es un lenguaje de sugerencias y sentidos más plenos, de ritmos y
sonoridades, de relatos e imágenes que mueve al cambio de actitudes y nuevas
formas de comportamiento.
Los jóvenes no gustan del verbalismo; quieren expresar su fe como expresiones
sensibles más cercanas a sus vidas. Es cierto que la forma habitual de
comunicar y expresar lo que sucede en el interior de cada uno son las palabras y
los signos, y que ambos se complementan mutuamente, ya que la palabra explícita
el contenido del signo y el signo da fuerza y credibilidad a lo que expresa la
palabra. Pero los jóvenes de hoy son muchos más sensibles a lo simbólico, a
un lenguaje que incluya la expresión corporal, las sensaciones y los
sentimientos, donde haya un lugar muy particular para la naturaleza, la
espontaneidad, lo visual, la música, el silencio, etc.
Desarrollando estas nuevas formas de expresión, será más fácil superar las
dificultades del lenguaje esencialista, muchas veces filosófico y ahistórico
de buena parte de las homilías. Obviamente, el uso litúrgico de los símbolos
deberá ser educado para que promueva realmente la experiencia de comunicación
y comunión que se propone y evite cualquier riesgo de horizontalismo,
superficialidad, emotividad exagerada o abundancia indiscriminada.
A partir de la diversidad cultural de América Latina, se podrán encontrar
aquellos gestos y símbolos que ayuden a que la celebración de la fe sea más
histórica, vivencial y juvenil y posibiliten más efectivamente un real
encuentro con Dios.
Sin olvidar el lugar central de la Eucaristía y los demás sacramentos en la
vida cristiana, será bueno promover también otras formas de celebrar la fe,
mas creativas y menos estructuradas, que asumiendo las características de la
cultura juvenil actual, eduquen esta dimensión tan particular de la vida de fe
de los jóvenes. Las "Celebraciones de la Palabra", con sus gestos y
momentos, nos ofrecen un amplio campo para la creatividad.
CIVILIZACION DEL AMOR. TAREA Y ESPERANZA
Orientaciones para una Pastoral juvenil Latinoamericana
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO (CELAM)