VIDA Y FISONOMÍA DE UN APÓSTOL

EL R.P. SIMÓN GUIMÓN

 

El día hermoso

 

En Buenos Aires, el sábado 22 de mayo de 1861, en una celda de la capellanía de San Juan Bautista, terminaba un médico el examen de un enfermo anunciándole que ya no le quedaban más que pocas horas de vida. Con una dulzura inefable le respondió el moribundo: «¡Gracias!, doctor; ¡ah! ha llegado por fin el día más hermoso de mi vida!»

 

Y murió con alegría a la edad de 67 años.

 

Causó gran emoción su desaparición en la ciudad; vino de inmediato el obispo de la diócesis, Monseñor de Escalada, a arrodillarse delante de sus restos, tocaron al muerto las iglesias de la Capital, quiso una familia porteña hacerse cargo de los gastos del sepelio.

 

Así acababa, de morir un santo sacerdote, quien después de haber predicado en Francia, fue el inspirador y casi puede decirse el fundador de la obra de los Padres Bayoneses. en la América latina, el Padre Simón Guimón.

 

Educación

 

Era natural de Barcús, aldea vasca de Francia. Su devoción de los primeros arios manifestaba indicios de vocación sacerdotal. En su casa parroquial aldeana un sacerdote empezó su instrucción. Se trasladó después, el educando al seminario de Aire para cursar filosofía.

 

Al entrar en el seminario de Dax, siendo deficientes sus, clasificaciones anteriores, ve quería admitirlo al curso de teología, el director, presbítero Dupoy.

 

No tenía mucha ciencia el joven estudiante, ni era nada una fisonomía de intelectual. Sin embargo, trabajando sin desmayos, puso pronto de manifiesto su poderosa inteligencia. Fue clasificado entre los mejores alumnos: fue encargado de sostener tesis públicas, mereciendo una de ellas los honores de la publicación como modelo de composición en su género.

 

Primeros trabajos

 

Después de su ordenación sacerdotal fue nombrado, vicario de Barcus, su pueblo natal. En el transcurso de un año, desde abril de 1821 hasta agosto de 1822, se dedicó a la predicación. Ya tenía el celo, admirable de conquistar almas No bastaban las ocupaciones de su parroquia, y ofrecía su concurso a los párrocos vecinos.

 

En 1822 entró de misionero en la congregación de Hasparren. Por espacio de ocho años recorrió el país vasco. En 1830 el gobierno, llegó a prohibir las misiones, y suprimir la Congregación de Hasparren.

 

Entonces fue encargado, a pesar suyo, el presbítero Guimón, por el obispo de Bayona, monseñor d'Arbou, de la cátedra de teología moral en el seminario conciliar de Betharram

 

Dos santos cooperadores

 

Así en la misma casa, cerca del Santuario de la Virgen, reunió Dios al Padre Guimón y al Padre Garicoits.

 

Hijos de la misma raza, ambos tenían una inteligencia superior, un corazón apasionado por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Los asoció Dios para la formación católica del clero y la fundación del Instituto del Sagrado Corazón Dedicados a la obra común se complementaba admirablemente esos dos santos sacerdotes. Hombre de organización y de método, el Padre Garicoits necesitaba de la profunda experiencia de la vida, y del entusiasmo del Padre Guimón. Empeñado en la formación espiritual e intelectual de los religiosos, el Padre Garicoits, dejaba al Padre Guimón su iniciación en el apostolado exterior. Si a veces el Padre Guimón, con la poderosa imaginación de su tierra, padecía de cierta exaltación, pronto venía a subsanar todos los excesos la insuperable prudencia del Padre Garicoits.

 

Sus enseñanzas

 

Al dictar a los seminaristas sus cursos dé teología moral, el nuevo profesor pudo valerse de las observaciones de sus diez años de experiencia como confesor y misionero Conocía la psicología de los pecadores y las necesidades de las almas. Habiéndole convencido sus meditaciones y sus oraciones de que el cristianismo, es religión de bondad y Cristo el Dios de la misericordia, los sacerdotes debían ser, en su concepto, no casuístas severos pero sí ministros de bondad del Divino Redentor. Sin duda con bastante exageración, afirmaba, acerca de los, libros de teología moral que ni siquiera los mejores valían nada; leyéndolos se daba cuenta uno que se habían escrito «al amor dé la lumbre», y no en el arduo trató con las almas.. Sin embargo, su doctrina era segura.

 

Con su inteligencia y la intuición de su corazón apostólico había rechazado todas las. prácticas del jansenismo, y todas, las opiniones de rigoristas. Ya daba soluciones conformes a los principios de San Alfonso Ligorio sin haber leído sus obras. No se puede hacer elogio más grande de su espíritu, sacerdotal,

 

Conservó sólo cuatro años su cátedra el Padre Guimón. Desde noviembre de 1831 llamó el obispo a la ciudad episcopal de Bayona, a todos los, estudiantes de filosofía. En Betharram los estudiantes de teología fueron ordenados unos después de otros. En 1834 no tenía más alumnos el profesor de moral.

 

De inmediato, constituyendo la enseñanza en un seminario una vida demasiada monótona para su celo, el Padre Guimón, arrancado, por la revolución de 1830 a los trabajos apostólicos, se consagró de nuevo a las misiones.

 

Oposición, discusión, unión

 

Al regresar a Betharram para ayudar a su amigo, y superior, el Padre Garicoits, en el servicio del santuario de la Virgen, le manifestaba el santo Fundador sus pensamientos sobre, la futura Congregación. No agradaban mucho al Padre Guimón dichos proyectos, estimándolos irrealizables, así como. el obispo, Monseñor d´Arbou.

 

En el comedor del seminario adornado con los frescos de una chimenea antigua, el Padre Garicoits, el Padre Guimón y un teniente de Lestelle, presbítero Lamaysounoube almorzaban con el pobre potaje que les cocinaba, cada domingo, una criada, y que debía alcanzar para toda la semana. Ya confirmado, en sus deseos, hizo el santo Fundador una exposición completa de su proyecto. Se atrevieron ellos a criticarlo. Levantándose entonces el Padre Garicoits habló, con ardor, convicción y autoridad extraordinarios. Las graves palabras del humilde sacerdote parecían inspiradas por Dios. Así terminó la oposición del Padre Guimón. Unos meses después, en octubre del año 1835, ingresaba por acto, solemne en la sociedad fundada por el Padre Garicoits, y le reconocían como superior.

 

Corrección fraternal

 

Duró siempre esa unión afectuosa, sin reserva ninguna. A veces el Padre Garicoits, como superior, tenía que reprimir los entusiasmos de su amigo, el Padre Guimón. Lo hacía lealmente diciéndole «Tu es ille vir ... »

 

En octubre de 1854, recibió el Padre Guimón una reprensión grave en circunstancias solemnes. Se habían congregado todos los sacerdotes, de la Congregación para emitir su parecer acerca de la misión de América. En la primera reunión, después de la oración, Veni Creator, hizo uso de la palabra el santo Fundador: «Mis queridos amigos, antes de examinar el grave asunto de la misión de América que nos reunió, tengo que hacer una advertencia importante. No ha seguido el Padre Guimón las reglas de la obediencia religiosa. Antes de intentar como lo hizo, buscar sujetos para América, y hacer aprobar aquella misión por el señor obispo, debía hablar con él superior de la sociedad, entenderse con él y obrar bajo su dirección.» Cerró los ojos el Padre Guimón y bajando la cabeza, recibió dicha reprensión como saben hacerlo los santos con humildad profunda.

Así, a veces, le parecía severa al Padre Guimón la autoridad del Fundador y sus palabras terribles. No es de extrañar: corazón tierno y naturaleza sencilla, le dolían las observaciones que le merecían el entusiasmo de su celo y los excesos de su acción. Pero nunca ocultó su admiración y su afecto por el Padre Garicoits. Lo prueban los siguientes datos.

 

El culto del Fundador

 

Reconocía el extraordinario valor del superior de Betharram. Una noche del 22 de abril del año 1839, un incendio que se había declarado en el monasterio amenazaba al antiguo santuario de la Santísima Virgen. Mientras el Padre Garicoits, trepando sobre el techo, procuraba a hachazos aislar la capilla, se trasladó el Padre Guimón de inmediato a la orilla opuesta del río, poniendo el agua del Gave entre él y el incendio. Entretanto, rezaba su rosario, hallándose de repente disposiciones y su aptitud para el papel de Moisés en el monte. Mientras veía a su superior bregando entre humos y llamas, repetía esta palabra de admiración: «¡Qué hombre ése!»

 

Durante una de las, conferencias del Fundador, en las cuales podía siempre cada cual manifestar su opinión, emitió y sostuvo con obstinación el Padre Guimón, una proposición contraria al sentir del santo fundador. En el fondo de su conciencia se acusaba de haber faltado al res‑peto debido al superior; se propuso hacer cumplida reparación con generosidad. Terminada la conferencia, se hincó en medio de la sala, y con voz conmovida pidió al Padre Garicoits permiso para hacer penitencia pública. Se arrojó cuan largo era, rostro en el suelo, los brazos. extendidos en cruz y pidió a los presentes que pasasen sobre su cuerpo. Su amor y admiración permitían al Padre Guimón abogar con éxito por la persona del beato Fundador. En la reunión general de los sacerdotes de la Congregación, en 1851, se entendieron algunos para pedir al Padre Garicoits abandonase sus funciones de capellán de las Hijas de la Cruz del convento de Igón. El orador, el Padre Larrouy, expuso los inconvenientes que existían, a su parecer, para que el superior siguiera dirigiendo las religiosas. Debía necesariamente aquel ministerio hacerle descuidar la obra de Betharram. Había escuchado el Fundador, con serenidad, juntando sus manos apoyadas sobre la mesa. Cuando el Padre Larrouy hubo acabado su discurso, agregó el Padre Garicoits estas únicas palabras: «Acaba de afirmar el Padre Larrouy que yo no amaba a Betharram; bien me dice lo contrario mi corazón. ¡Creo que amo a Betharram!» Salió de la reunión pidiendo a los sacerdotes resolvieran aquel punto. «Salgo para dejaros deliberar con libertad completa. Tomen ustedes una determinación: estoy a las órdenes de la asamblea.» En aquel momento hizo uso de la palabra el Padre Guimón, Expresó el bien inmenso que realizaba el Padre Garicoits en el convento de Igon, donde iba para obedecer al señor obispo. Al regresar entre los suyos, supo el Padre Garicoits que las palabras de su amigo le habían conservado, aquel ministerio.

 

Defendía el Padre Guimón la causa del Fundador no sólo entre sus colegas, sino también delante del señor obispo. En una reunión hablaba Monseñor Lacroix del Padre Garicoits con otros sacerdotes. Cada cual admiraba uno de sus talentos. Se atrevió a afirmar el señor obispo que a su parecer tenía un carácter algo independiente. De pronto hablé, el Padre Guimón «Monseñor, sírvase abrir el libro de los Evangelios; y sobre la palabra divina le juro que no tiene usted en su diócesis, un sacerdote más obediente que el Padre Garicoits.» (Sum. 528.)

 

El apóstol

 

Baste este rasgo para pintar al hombre. Pero existe un Padre Guimón más ilustre y más grande aún: el apóstol. Se dedicó al apostolado popular con el alma de San Vicente Ferrer y de San, Francisco‑ Javier. En 1836, vivió con los fundadores de la sociedad de la Inmaculada Concepción, durante tres meses, en Garaison, para enseñarles la práctica de la vida religiosa. Era el predicador y el confesor preferido de los alumnos del Colegio de Nuestra Señora, y de los estudiantes del seminario de Saint‑Pé y de Aire. Sabe cómo se ha de hablar tanto al público de las grandes ciudades como a los auditorios, de campesinos. A pesar de su edad,, a les 63 años, abandona su tierra donde tiene fama de gran predicador, y se traslada al nuevo continente donde es sólo un desconocido. En sólo cinco años de actuación, de 1856 hasta 1861, su apostolado deja en la Argentina como en el Uruguay un recuerdo imborrable.

 

De los grandes apóstoles y misioneros tiene el Padre Guimón la elocuencia, el celo y la mortificación.­

 

El orador sagrado nada debía a su fisonomía, cuyos rasgos harto toscos le merecieron el sobrenombre de El Feo (Le Laid). No tenía mucha expresión en los ojos que necesitaban lentes. Muy pronto quedó su cabeza desprovista de la corona del cabello.

 

Pero tenía una voz excelente. Sobre el velero Etincelle mientras, predicaba o cantaba las letanías de la Virgen se sobreponía su palabra al ruido del mar, e se imponía su canto al órgano vocal de los emigrantes vascos: si alguna vez sufría de ronquera, nadie bastaba a sustituirle. En sus pláticas todos admiraban su palabra, sus pensamientos y su acción. Sobre todo su estilo era muy expresivo. El Padre Magendie, segundo superior del colegio San José, que no solía conmoverse fácilmente y a quien se le achacaba a veces excesiva firmeza del corazón, confesaba no poder oír un sermón del Padre Guimón sin derramar lágrimas, Sabía avivar el interés de los oyentes, hablándoles su vocabulario. Sobre el velero Etíncelle, en su primera predicación, dirigiéndose a la tripulación que descuidaba sus deberes cristianos, queriendo aumentar el prestigio, de la, autoridad divina, no dudó en poner galones, en el brazo todopoderoso de Dios: «Mis queridos amigos, les decía, vosotros os habéis hecho un deber, más aún, un placer de ejecutar las órdenes de vuestro hábil capitán y hacéis b¡en pero hay allá arriba otro Capitán, que manda en el cielo, sobre la tierra, sobre el mar y aun en los infiernos. ¡Él quiere que se le obedezca y que se cumpla su ley!»

 

Método de apostolado

 

Nadie resistía a su celo de apóstol. En Francia, durante las misiones, visitaba a los vecinos de la parroquia. No esperaba a los pecadores en la iglesia; muy a menudo iba a buscar en su propio domicilio a los que desde ya largo tiempo no se acercaban a los sacramentos. Los perseguía hasta en sus quintas, confesándolos ora sentado sobre una piedra, ora en los trigales o en los viñedos. Se insinuaba a veces en busca de los pecadores en sus casas y en sus habitaciones. Así sucedió con un abogado en la ciudad de Orthez. Entró de repente en su despacho, cerró la puerta. Sabía el abogado para qué venía, y se echó a reír al verse preso en la red del pescador de almas. Hizo, su confesión al instante y fue desde entonces un modelo de virtud.

 

No cabe imaginar que dicha conversión no se hubiese preparado. No intentaba ganar a Dios un. pecador sino después de oraciones y penitencias, pidiendo a Dios su ayuda.

 

Psicología de misionero

 

Poseía sobre todo un tino perfecto, el del trato de los hombres, víctimas de largas y malas costumbres. Sabía admirablemente imponer reglas de vida con la debida proporción con la fuerza moral de las almas. Convencido de que la gracia divina como la naturaleza obra paso a paso, se cuidaba muy bien de no imponer en la primera confesión sacrificios heroicos. He aquí un caso. En una misión en Bidache, le indicaron a un joven vicioso, entregado a la bebida. Intentó convertirlo procurando que pasara a la sacristía. Cuando se presentó al Padre Guimón el joven no ocultaba sus buenas disposiciones.. Tenía el propósito de cambiar de vida, pero, con una condición: pedía que se le permitiese beber seis litros de vino por día. El Padre Guimón con razón cree exorbitante dicha condición.

 

‑ Voy a permitirle, le decía, cuatro por día, y basta!

‑ Necesito seis, Padre.

‑ ¡Cuatro!

‑ Seis. Padre.

‑ ¡Imposible!

 

Bastante larga resultó la discusión. Por fin se rindió el joven, confesándose. Unos días después se acercaba a la sagrada, mesa. Estaba transformado, y muy pronto renunció a la bebida. Hay más. Queriendo hacer penitencia por sus pecados, vivió muchos años a solo pan y agua, ayunando cada día, consagrando ocho horas a la meditación, en la iglesia. Gozaba de la veneración pública, y el obispo, de Bayona se confiaba a su poder delante de Dios, y le llamaba «el santo de Bidache».

 

«Cazador de almas»

 

Andaba siempre el Padre Guimón preocupado, por la salvación del prójimo. jamás, olvidaba, cual solía decir, su oficio, de <cazador de almas». Era el suyo un corazón verdaderamente devorado por la pasión del bien.

 

Por los caminos, en carruajes, pensaba en reconciliar con Dios a los viajeros. Muy a menudo, durante sus viajes iba a sentarse junto al postillón. Pretextaba su necesidad de ir al aire libre para predicar al conductor.

 

Un día, mientras paseaba por el pasillo de un cementerio vasco, rezando su rosario, vio acercarse a un señor. Era una eminencia, uno, de los académicos del Instituto de París, ocupado en tomar notas y copiar epitafios. No habían tenido tiempo, de cambiarse los saludos de costumbre cuando ya estaban hablando de confesión.

 

«Padre, dijo el extranjero, no insista usted más en esto; un miembro del Instituto sabe de sobra a qué atenerse.»

 

Por toda respuesta, el misionero se arroja a los pies del sabio profesor y le conjura en nombre de Dios, en nombre de su alma, en nombre de sus hijos, que acepte la verdad. Era aquel el momento de la gracia; el profesor no resistió y se arrodilló a su vez para, levantarse dichoso y perdonado.

 

Todas aquellas conversiones, repentinamente conseguidas, las hacía firmes y duraderas la veneración del Padre Guimón y la gracia divina. En las diversas parroquias los continuadores encontraban hombres conquistados por el celo apostólico del gran misionero. El R. P. Estrate, quinto superior general de los Padres, Bayoneses, conservaba el recuerdo de un vecino de su pueblo, convertido en parecidas circunstancias. «Joven, entregado al vicio, fue vencido, por la gracia a los pies del Padre Guimón,. Desde entonces se confesaba semanalmente y todos los domingos y días de fiesta iba a comulgar durante la misa cantada de las diez. Durante su trabajo estaba siempre rezando. Se le veía dirigiendo su carruaje, con la cabeza descubierta, el rosario en sus manos No perdía de vista nunca la presencia de Dios. Hablaba familiarmente con el divino, Salvador, ofreciéndole todos sus trabajos y penas con alegría y santa devoción.

 

Se ha dicho que nunca intentó el Padre Guimón la conversión de un pecador sin conseguirla. Era el suyo un poder extraordinario, que parecía haberle concedido Dios corno, recompensa de su santidad y especialmente, de su mortificación.

 

Heroísmo cristiano

 

El Padre Guimón practicaba austeras penitencias. Es ya algo duro de sí, el oficio de misionero como lo practicaba el Padre Guimón, corriendo en pos. de los pecadores, en la ciudad, en los campos.

 

A veces era rechazado, insultado y maltratado por los. que intentaba convertir. Para obtener la ayuda de Dios, ayunaba durante semanas, y se infligía mortificaciones.

 

No escatimaba ningún sacrificio para la salvación de las almas. Iba con preferencia hacia los enfermos contagiosos ofreciendo a Dios su vida. En 1855, hubo una epidemia de: cólera en Francia, causando numerosas víctimas en la diócesis de Bayona. Envió todos sus misioneros el Beato Padre Garícoits a los pueblos donde hacía estragos la enfermedad para ayudar a los párrocos a asegurar los auxilios de la religión a los moribundos. Se trasladó el Padre Guimón a la ciudad de Salilesde‑Barit. Allí como eran grandes las penurias de la población sucumbían muchos enfermos por falta de remedios. Habiendo recibido dinero de sacerdotes vascos y del Señor Obispo, escribió el misionero al Padre Garicoits, y le pidió permiso para distribuirlo a los pobres. «¡Oh!, respondió el Superior de Betharram ¿qué me viene a pedir usted? Cuando se sacrifica usted en pro de las almas, dé, dé todo lo que tenga; ayude a cuantos míseros encuentre; haga lo que pueda para aliviarlos.» Empero el mayor acto de heroísmo‑ el Padre Guimón, lo realizó cuando atravesando. el mar, a la edad de 63 años vino a estas playas que ofrecieron a su celo sin límites de apóstol, los ¡limitados campos, de evangelización.

 

El Padre Guimón animador de la misión en América

 

El 29 de agosto de 1856, firmaba el Beato Padre Garicoits una carta credencial dando al Padre Diego Barbé, fundador del Colegio San José, el cargo, de superior de la misión de los Padres Bayoneses, constituida por los Padres Guimón, Larrouy, Harbustán, Sardoy y por los hermanos Magendie, Joannés y Fabiano (1). El superior siempre fue el Padre Barbé. Pero el alma de la misión fue el Reverendo Padre Simón Guimón. Él fue quien la hizo aceptar en 1854, quien le dio un impulso irresistible, siendo él mismo uno de sus mejores y más santos obreros.

 

Relaciones de la emigración vascongada

 

fue el inspirador de la misión americana. Durante una misión, en la casa parroquial de la ciudad vasca de Saint ­Jean Pied de Port, hacen unos sacerdotes la triste relación de la emigración do sus paisanos hacia el Río de la Plata. En el puerto de Bayona, anualmente los buques vienen a arrancar de la tierra éuskara cerca de dos mi¡ jóvenes. Se marchan hombres y mujeres en busca de riquezas, a un país donde son escasos los sacerdotes, y los de su idioma no existen. En la Pampa sin iglesias, trabajan los ‑emigrados vascos  y viven sin religión. No se respeta el domingo, no se bendice el matrimonio, se educan los niños sin bautismo, y, generalmente, los hijos de la admirable tierra de fe, los hijos de las provincias vascongadas mueren sin que pueda acercarse un sacerdote para aliviar su agonía con las consoladoras palabras de su lengua.

 

Escuchaba con emoción un misionero la dura historia de los hijos de su raza en las regiones del Río de la Plata. Era aquél el Padre Guimón.

 

El gemido del continente sin sacerdotes

 

Tiene a la sazón más de sesenta años. Viejo ya, debilitado por sus trabajos y sus penitencias, esperan sus miembros el descanso, en medio de la alegría que surge del espectáculo de la renovación espiritual de su patria. Pero en aquel momento Dios hace llegar hasta él el gemido lastimero de los hombres de su idioma, y, tal vez, el llamado de tantos cristianos abandonados en los horizontes infinitos del Nuevo Mundo. «Heme aquí, exclama el misionero, como San Martín de Tours, no rehusó la labor.»

 

El jefe busca sus colaboradores

 

Rejuveneció en veinte años el anciano, confortado por el espíritu de Dios que animaba su celo apostólico.

 

Encaminase hacia la ciudad de Bayona, hasta el palacio episcopal. Con palabras conmovedoras refiere la miseria y el abandono espiritual de tantos vascos que emigraron. hacia, el Río de la Plata, y termina con esta súplica: «i Monseñor hay que enviarles, misioneros vascos!» Escucha con cariño, el buen prelado y con su proverbial prudencia promete examinar aquella proposición. El misionero viene varias veces a apresurar la decisión del señor obispo, a quien el cónsul de Buenos Aires en. Bayona dirige también su pedido.

 

Intenta por fin el señor obispo, realizar el proyecto del Padre Guimón, Este reclama la misión para su Congregación, la considera ya como una empresa personal. Acerca de este proyecto, todo lo ignora el Superior de Betharram el Beato Miguel Garicoits. El Padre Guimón sabe muy bien que no tiene la naciente Sociedad sacerdotes que conocen el idioma vasco,. Los buscará. Durante una de sus excursiones por la región de la Soule encuentra un coterráneo, el presbítero Pedro Sardoy, párroco de Menditte.

 

‑¿Quiere usted venir conmigo? ‑pregúntale. ¡Viven allí nuestros vascos como, verdaderos paganos

‑¿Por qué no ?

 

Siguen conversando un rato. Había el Padre Guimón con el fervor de un hombre inspirado. Era uno de aquellos momentos en los cuales sopla el Espíritu Santo. Aceptada la propuesta, se saludan para separarse, cuando promete hacer que otro paisano suyo, el presbítero Harbustán, párroco de Gotein, venga a unirse con ellos.

 

Aceptación de la misión

 

El 16 de octubre del ario 1854, aceptó la asamblea general de los Padres de Betharram la misión de América.

 

El Padre Guimón no podía ocultar su júbilo. A pesar de su edad, había sido elegido por el Padre Garicoits para crear la nueva obra. Hubo que esperar dos años para anunciar la venida de‑los misioneros y proveer a su instalación.

 

Al abandonar Betharram

 

Por fin llegó el día en que tenía que partir. El sábado 23 de agosto del año 1856, el Padre Guimón abandonó Betharram para dar un último abrazo a su amigo, el arcipreste de San Martín de Pau, Hiraboure, futuro obispo: de Aire. Al salir de la casa, donde había vivido más de veinticinco años, besaba el suelo con indecible emoción; exclamando «¡Betharram! ¡Betharram! es preciso, al fin, que te deje!»

 

Bayona

En el puerto de Bayona, subió con los demás, misioneros al velero Etincelle, que levó las anclas el domingo 31 de agosto, rumbo a Montevideo.

 

El mar está muy agitado; entre balanceo y cabeceo produce un malestar indefinible. Cansados ya y agobiados todos bajan los. misioneros a sus camarotes procurando cada uno tomar posesión de su cama. Casi todos caen víctimas del mareo. Empieza por pagar tributo al mar, exclamando entre dos crisis: «¡Animo, amigos Míos, así salvamos almas!»

 

Cantos y oraciones del mar

 

El viaje que no debía pasar de los 45 días duró 65. Felizmente fue muy pronto el Padre Guimón bastante acostumbrado, al océano. Al atardecer viene sobre la cubierta a cantar las letanías de la Santísima Virgen. Cuando el tiempo lo permite reza la misa a su turno. Querría su devoción prolongar la función sagrada, pero siempre el movimiento. del velero amenaza la estabilidad del cáliz, y el temor de derramar la preciosa Sangre es tan viva que se ve al Padre Guimón sudando abundantemente.

 

El Padre a bordo andaba muy atareado. Si el mar agitado produce el mareo, intenta reconfortar a los demás. Si hay tempestad, ‑sube a la cofa del palo mayor, y hace la señal de la cruz, para bendecir o exorcizar las olas Y los vientos.

 

Un nuevo educando muy anciano

 

En tiempo bonancible se dedica con afán poco común casi con encarnizamiento, al estudio del castellano. Para andar más recogido, lejos, de toda ocasión de conversar, después del desayuno, retirase cada día a una embarcación, amarrada a la parte trasera del buque. A veces no deja de molestarle el sol hasta que el segundo oficial del Etincelle consiga con la habilidad de un marino experto levantar una ligera tienda en su salón de estudios. Otro enemigo más tenaz acecha al viejo estudiante: el suelo. Cuando se cierran sus párpados, con natural energía aplicase sin tardanza un pañuelo mojado sobre la cabeza casi del todo desprovista de cabellos.

 

Una misión en un velero

 

Una obra más importante está preocupando al Padre Guimón. Para los apóstoles no hay cansancio ni descanso. Al embarcarse sobre el velero emprendió reconciliar con Dios a pasajeros y tripulantes. Ahora recorre el barco como una parroquia flotante, y conversa con la gente como un misionero con sus feligreses. Por su trato familiar y su elocuencia Pronto conquistó la simpatía del comandante del velero. El dominio 7 de septiembre, cuando, después de la primera misa cantada a bordo terminó su sermón el celoso‑ misionero, hizo uso de la palabra el Capitán Silhoutte: Declaró con energía su voluntad de que se observase el silencio durante las ceremonias religiosas

Dios bendecía el celo del misionero. El primer domingo fue tan conmovedor su discurso que de inmediato vino a arrodillarse a sus pies un marinero.

 

Era el más viejo y tenía fama merecida de vivir bastante olvidado de toda moral. Supo el confesor decirle las palabras que el pecador esperaba, pues salió llorando abundantemente. Hay cada domingo comuniones más numerosas: 16 el 8 de septiembre, 24 el 14, 13 el 5 de octubre, 26 el 19 y por fin 36 el 26. Antes del desembarco toda la gente de a bordo ha puesto orden a los asuntos de su conciencia.

 

Primera Comunión en el mar

 

El 27 de octubre se realizó una primera comunión sobre el Etincelle. Había un simpático grumete, cuya instrucción religiosa había sido confiada a los misioneros. Considerada ya ésta suficiente,  fue admitido a comulgar. Se dirigió con paso firme y recogido hacia la Sagrada Mesa en compañía de dos marineros, el más viejo y el más joven de la tripulación.

 

Era aquel mismo día el santo del Padre Guimón.

 

Últimos días

 

Se trató de manifestarle la gratitud general por todo cuanto había hecho en pro de los pasajeros y de los tripulantes fue festejado con un pequeño extra, en el menú, y el Capitán ofreció al valiente anciano una copa de Champagne.

 

Esta fue la última fiesta celebrada a bordo, acercándose el velero a Montevideo. Se había sentido ya el Pampero (23 de octubre), ya está cambiando de color el agua del mar. El barco entra en el puerto de Montevideo, y al día siguiente, 4 de noviembre (1856) desembarca el Padre Guimón en Buenos Aires, después de 65 días de viaje.

 

Obra nueva en el Nuevo Mundo

 

En el Nuevo Mundo nace una obra nueva, Nació con inquietud y dolor.

 

El obispo que había prometido recibir a los misioneros del Sagrado, Corazón, hacía a la sazón la visita a las parroquias de la campaña.

El gobierno que había solicitado su llegada procuró alojarlos en el Convento de San Francisco. Alquilaron pronto una casa en la calle Alsina, y al poco tiempo, otra en la calle de Santa Clara, esquina de la de Salta. Las, religiosas del Convento de: San Juan pusieron a su disposición la iglesia de su monasterio, proveyéndoles de todo lo necesario para el servicio divino, y procurando hacerles olvidar la indiferencia de los demás.

 

Los profesores. San José

 

Los Padres eran apenas cinco. Se dividen sin embargo en dos grupos para extender mejor el radio de su acción. El primero no puede ser más reducido: lo forman el Superior R. P. Diego Barbé, y un joven estudiante, Juan Magendie. De este grupo, de la acción de estos dos hombres debía surgir una obra maravillosa: el Colegio San José de Buenos Aires.

 

Los misioneros

 

Otro grupo se pone al servicio inmediato del Obispo Monseñor de Escalada.

 

Unos se consagran en la Capital a ejercer su ministerio. «Crean, dice el doctor Cazabal, en la iglesia de su custodia el confesionario permanente, fomentan la frecuencia de sacramentos, estatuyen la obra del Catecismo y secundan todas, las vigorosas y plausibles iniciativas del santo Arzobispo Escalada, ejemplarizan al clero de la diócesis con su conducta y su celo, conquistan la confianza del mismo, se convierten en sus directores espirituales; y llegan así a ponerse en aptitud de destilar gota a gota, y prudentemente, la sabidúría de la doctrina católica, íntegra y valientemente profesada, en materia de derecho público que tanto se necesitaba a la sazón para restablecer la unidad del clero.» (Anuario: 1900).

 

En este grupo hay un jefe valiente, el Padre Guimón. En Buenos Aires y Montevideo le piden los obispos que predique los ejercicios espirituales al clero de la diócesis. Nadie resiste a su palabra y a sus ejemplos.

 

Misiones en las cercanías de Buenos Aires

 

Pero ha venido al Río de la Plata para la obra de las misiones. No se olvidó de sus proyectos. Unos días después de su llegada, va a predicar en la Merced. Muy pronto se le ofrece otra iglesia en San José de Flores, donde viven muchos vascos. Allí predica cada domingo con éxito extraordinario. Su visita es un acontecimiento, y lo festejan sus paisanos alzando la bandera francesa en sus casas.

 

Alma de apóstol

 

Pero tenía el Padre Guimón el deseo de dar amplitud a su acción. El suyo era celo de San Francisco Javier; podía evangelizar un continente.

 

Realizando sus ambiciones espirituales la Providencia le ofreció toda la población de la Pampa. No procuró el Padre Guimón ‑no tenía tiempo‑‑escribir los datos de sus misiones en la República Argentina y en el Uruguay. Gran lástima que haya así desaparecido el recuerdo de los acontecimientos más interesantes de sus empresas apostólicas. Sin embargo, fue una obra de extraordinaria importancia, y se queda uno asombrado y lleno de una admiración profunda al estudiar sobre el mapa las misiones de, los primeros Padres Bayoneses.

 

 

Las misiones del Padre Guimón

 

Se ha de tener presente que no es ya joven a la sazón el Padre Guimón, pues pasa de 65 años A veces sale a predicar solo, pero generalmente lo hace con el Padre Harbustán y el Padre Sardoy.

 

A pesar de las molestias de los viajes recorriendo casi la totalidad de la provincia de Buenos Aires, al norte del Río Salado, que limitaba entonces al sur la parte civilizada del país; y atravesando la frontera se lanza a las regiones del Sur, donde multiplican sus incursiones las, tribus de los Ranqueles, y de los Pampas, donde acaban de pasar los malones asoladores de Calfucurá y de Catriel, va a visitar en su toldería al cacique Catriel, el emperador de los Pampas.

 

Unos datos interesantes

 

Estos valientes apóstoles organizaron más de treinta misiones, en menos de cinco arios. Algunos de los territorios donde fueron a predicar han sido identificados.

 

Pocos meses después del desembarco, en 1857, van a Dolores, a Chascomús, Ranchos (hoy General Paz) y Montevideo. Al año siguiente están en el territorio de Luján, Mercedes, Chivilcoy, Navarro, Lobos y Cañuelas. En 1859, probablemente, se dirigen hacia el Uruguay, actúan, tal vez en compañía de Monseñor Vera en Santa Lucía y Canelones; con certeza en Montevideo

 

Predican misiones en las cercanías de Buenos Aires, en Merlo (1860), en Barracas y Avellaneda (1861), en Morón y en Quilmes.

 

Con mucha abnegación y no menos audacia penetran en el interior del país, pidiendo a Dios protección contra los indios, hasta el territorio de Azul en enero de 1859, y de Tandil en enero de 1860.

 

Durante aquellas correrías apostólicas tenían que vivir los misioneros varios meses alejados de su residencia, y muchas veces sin ninguna comunicación con los suyos. Solían partir de Buenos Aires aproximadamente en marzo para regresar en junio; o abandonaban entre el mes de agosto Y de octubre la Capital a donde volvían en enero del año siguiente.

 

El trabajo de los misioneros

 

Conocemos las características singulares de las misiones durante la última centuria, en aquel tiempo Se necesita, nos dice el biógrafo de Monseñor Vera y Durán, primer obispo, de Montevideo, permanecer «en cada población muchos días, para auxiliar, consolar, fortalecer a los débiles, vigilar al clero, dictar reglas, predicar muchos sermones y pláticas doctrinales, administrar los, santos sacramentos, autorizar gratis y por amor a Dios muchos matrimonios de personas que vivían d 0 donadamente, contribuir a llenar muchas necesidades de gente pobre...”. (Biografía de Monseñor Vera y Durán, por el Dr. L. A. Pons.)

 

Ordinariamente empezaban los, misioneros su trabajo temprano, después de haber cumplido, con su oración mental y celebrado el santo sacrificio. Concluían a las once de la noche, sin tener muchas veces tiempo para comer, pues en todas partes era inmenso el gentío Y numerosísima la concurrencia.así de hombres como, de muj eres, que acudían a recibir los sacramentos. Dondequiera que resonase la palabra de los heroicos misioneros, pronunciada siempre con celo y unción, los fieles correspondían admirablemente a la divina gracia. Documentos de la Curia eclesiástica de Montevideo indican para un año de misiones en el interior más de 20.000 personas confirmadas 700 matrimonios regularizados, más de 25.000 personas que se acercaron al tribunal de la penitencia para reconciliarse con Dios y ser admitidas al banquete eucarístico. No es pues de extrañar la afirmación del Padre Guimón, de haber convertido, 6.000 vascos.

 

El Padre Guimón y sus colaboradores se entregaban al ministerio de las almas sin distinción de personas. Vinieron a América para asegurar la vida cristiana de sus compatriotas vascos, y conmovidos por el abandono religioso en que yacían todos, los emigrantes y los criollos, trataron de remediar con sus trabajos todo lo que estaba a su alcance.

 

Ambición apostólica: conquista de los indios

 

Hay más, y eso es el acto más sublime de la epopeya apostólica del Padre Guimón: intentaron conquistar a Cristo a los indios indómitos de la República Argentina. Fue en 1859.

 

El peligro indio

 

La caída de Rosas en Caseros (1852), produjo levantamientos de las tribus fronterizas. En el año 1855, el cacique Calfucurá asaltó el Azul y mató unos 300 habitantes. El General Mitre salió inmediatamente para castigarlo,, lo que consiguió destrozándolo en Tapalqué. Rehecho Calfucurá chocó con Mitre en Sierra Chica, los días 30 y 31 de junio, y derrotó, las fuerzas argentinas. Se unen los tres caciques Catriel, Cachul y Calfucurá, prosiguiendo sus depredaciones. En 1856, Calfucurá choca con, los 3.000 hombres del General Hornos, entre las, Sierras de Son Jacinto y de Tapalqué, y los vence matando más de 200 soldados, hiriendo a 280. Extiende sus dominios hasta el Río Salado, vale decir hasta la frontera argentina de 1826. Por suerte en 1858, emprendiendo una campaña feliz, consiguió batir a Calfucurá sobre el arroyo Pigüe, el 16 de febrero.

 

Desde este momento, castigados, los indios fueron menos hostiles. Pero el cacique de los Pampas, Catriel, preparaba nuevas invasiones del territorio argentino.

 

Sentía el peligro el gobierno de la Capital, que no tenía un ejército suficiente para defenderse, transigía con el cacique. «El gobierno, escribe el Padre Harbustán, se comprometió a darles cada trimestre seiscientas yeguas. (con preferencia se alimentan de carne de yegua, y sólo a falta de ésta comen la de buey o de carnero), con una gran cantidad de azúcar, yerba mate, tabaco y caña. Además, Catriel, el cacique principal y el adivino reciben, el primero mil pesos y el segundo ochocientos. Todo esto no les impide llevar a cabo, de vez en cuando, malones en tierra de cristiano arrebatándoles todos sus ganados.» (Vida del Beato Garicoits, pág. 153.)

 

El problema indio: solución cristiana

 

¿Cómo resolver el problema de los indios? Por la guerra no era posible: eran demasiado poderosas las tribus. ¿No conseguiría la predicación del cristianismo la solución que no cabía conseguir por la fuerza de las armas? Lo esperaba el gobierno de Buenos Aires en 1858. «El gobierno, escribe el Padre Harbustán en enero de 1859,  aunque sus tendencias no sean muy favorables a la religión, ha pedido una misión para la frontera extrema donde existe una población compuesta de elementos diversos.. . criollos e indios.»

 

Dieron satisfacción los misioneros al pedido de los jefes de estado y procuraron cumplir con sus instrucciones.

 

«Se proponía el gobierno, como, escribe el Padre Harbustán «sondear el terreno» para ver si podría mediante la influencia religiosa dominar aquellos feroces y peligrosos vecinos.»

 

Guimón y el Emperador

 

Se trasladó el Padre Guimón con sus compañeros al territorio de Azul. Mientras daban los ejercicios de la misión hacían gestiones para obtener una audiencia del gran cacique Catriel. Les concedió tres el joven jefe de los Pampas.

 

He aquí una escena digna de las mejores páginas del apostolado cristiano. A ejemplo de Cirilo y Método que se presentan a los jefes del pueblo eslavo, de San Francisco de Asís al sultán de Egipto, de San Francisco Javier a las autoridades del Japón, viene el Padre Guimón a entrevistarse con el emperador de los Pampas.

 

Seguramente no condice la mísera tienda del indio con la importancia de un acontecimiento tan grande: un toldo, una pértiga de cinco a seis pies de altura para sostener mediante una red de nervios de buey un techo de pieles de animales.

 

Se trata de un asunto de extraordinaria trascendencia: la evangelización, la salvación y la existencia de toda una raza.

 

La examinan dos hombres eminentes, un sacerdote y un guerrero, un santo y un pagano, el Padre Guimón y el cacique Catriel.

 

Catriel, el último de los grandes caciques, joven y enérgico, cuya autoridad y prestigio reconocen los Pampas, Catriel que consagra todos sus esfuerzos y toda su vida para defender la independencia de las tribus de indios, Catriel que mantiene por medio de la guerra una soberanía orgullosa desde 1857 hasta 1876 sobre el territorio argentino al sur de la línea Bahía Blanca‑Mendoza.

 

El Padre Guimón, un anciano ya debilitado por sus penitencias y sus continuas misiones, el Padre Guimón siempre anheloso de la mayor extensión del reino de Dios; a su apostolado, en tres naciones, Francia, Argentina y Uruguay quiere agregar el apostolado de los indios, y consagrar a su evangelización sus últimas fuerzas. Por eso, olvida que Catriel acaba de ensangrentar el sud de la provincia de Buenos Aires, que es el enemigo de los blancos, y que es imprudencia entregarse a sus manos homicidas.

 

Pero confía en la protección poderosa que Cristo prometió a sus apóstoles.

 

Se realizó la entrevista mediante un intérprete ya que no sabía Su Majestad ¡lidia sino el idioma del desierto.

 

El nombre de Cristo en un toldo

 

La primera se limitó a unas felicitaciones recíprocas. En la segunda se trató de religión. «Venimos como extranjeros. Muchos sacrificios hicimos, abandonando nuestra patria, nuestros. padres y nuestros amigos, únicamente para dar a conocer la verdadera religión a los que la ignoran.

¿No desearía Su Majestad conocerla? ¿A lo menos no nos permitiría Su Majestad enseñarla a la gente de su tribu, a los niños, especialmente?

 

‑«No puedo, ‑responde el cacique‑, tomar sólo esa determinación; tengo que consultar a otros dos jefes y al adivino.»

 

Emitió el adivino una opinión negativa. Catriel reunió a todos los caciques. Se presentó el Padre Guimón con sus compañeros para exponer sus intenciones de apostolado. Todos los caciques, estuvieron concordes para negarle el permiso. Quisieron insistir los Padres misioneros. Pero se les respondió:

 

«No podemos consentir en recibiros, ni siquiera una sola vez, ni siquiera para satisfacer vuestra curiosidad.»

 

Comprendieron los Padres que sería inútil y tal vez imprudente no acatar por entonces la autoridad del cacique Catriel.

 

Los ojos del apóstol

 

Con gran pesar de su alma el anciano misionero tuvo que alejarse de todas aquellas, almas que le atraían. Como, San Francisco Javier, en la isla del Pacífico dirigía miradas persistentes hacia China donde no podía penetrar, así el Padre Guimón. en los confines del mundo ¡lidio, al salir del toldo de Catriel, no deja de mirar hacia la Pampa donde se desconoce a Cristo. Se vuelve grave su fisonomía, al recordar cuántos peligros amenazan a los indios. Ya no, se sufre más su hostilidad feroz, ya se prepara la guerra. Si no penetra de inmediato el cristianismo en las tolderías, desarmando el odio de las tribus, ejércitos poderosos establecerán el reino de la paz sobre el territorio con la exterminación de la raza.

 

Sacrificios y oraciones para los indios

 

Pero no pierde ánimo el Padre Guimón. Dios puede salvar a los indios. Esta es su firme esperanza. Procura ya prepararse para ese nuevo apostolado. Pide más amplios poderes, los poderes de misionero Apostólico.

 

Conociendo el poder de la oración, reza sin cesar, Organiza villa verdadera cruzada de oraciones para las misiones. Cuando puede ir a confesar los ‑alumnos del Colegio San José solicita sus oraciones para sus, expediciones apostólicas. En sus, cartas al Beato Padre Garicoits escribe: «Todo esto lo digo para que Ud., nuestra Congregación y la de las Hijas de la Cruz vengan a ayudarnos, a lo menos con sus oraciones, a. salvar esta parte desoladora de la Iglesia.» (Vida.)

 

Sobre todo se inmola. En ese corazón muy tierno, todo cuanto ve el Padre contribuye a entristecerlo: el abandono religioso de sus compatriotas establecidos al sur del Río Salado: «¡Después de veinte años se habrán hecho peores que los animales!» La situación moral del pueblo: «¡La gente de este país en lo espiritual merece una compasión infinita!» La escasez de sacerdotes.: «¡Ah! ¡cuánta falta hacen aquí buenos sacerdotes!»

 

Extrema aún sus penitencias y lleva a cabo trabajos más heroicos.

 

En Montevideo, durante la epidemia de cólera morbo, presta sus servicios en las diversas parroquias. En Buenos Aires acepta predicar estaciones de cuaresma.

 

Pero ya se iba debilitando su cuerpo con sus extraordinarios trabajos.

 

La muerte del santo misionero

 

Terminaba el Padre Guimón las predicaciones. de cuaresma en la Iglesia San Telmo, cuando, le acometieron los primeros accesos del mal en el confesionario, el día de Viernes Santo; aquella misma tarde se le practicó una sangría, y al día siguiente reanudó sus trabajos, predicando y confesando, hasta la mañana del Domingo de Pascua. Entretanto las fuerzas le abandonaban, y el domingo siguiente, 16 de abril de 1861, fue necesaria una orden del superior para obligar al infatigable misionero a permanecer en cama después de la hora reglamentaria.

 

Ya no había de volver a levantarse Las últimas palabras acabaron de aquilatar su fortaleza de alma y su fe. Cuando asomaba la tentación, su mirada se iluminaba súbitamente, y levantando la cabeza abrasada por la fiebre, rechazaba al tentador con uno de aquellos actos de fe como él sólo sabía formularlos. El 22 de mayo, del año 1861, saludando su muerte como el día más hermoso de su vida, entregó a Dios su alma santa.

 

Acababa dio fallecer uno de los más grandes apóstoles del siglo XIX.

 

 

 

“La felicidad del hombre, se encuentra en su corazón y no en otra parte; está no ya en la posición, sino en la disposición.”

San Miguel Garicoits.

 

“Aun las más honradas se olvidan de que Dios es el alfa y omega el principio y el fin de las cosas, y lo relacionan todo con la humanidad.”

San Miguel Garicoits. 1