Manifiesto


A Dios le agradó el hacerse amar,
y cuando éramos sus enemigos
nos amó de tal modo
que nos envió a su hijo único;
nos lo dio para ser el atractivo
que nos gane al amor divino,
el modelo que nos señale
las reglas del amor y el medio
de alcanzar el amor divino:
El Hijo de Dios se Hizo Carne


Cuando entró en el mundo animado
por el Espíritu de su Padre,
se entregó a sus designios sobre El,
tomó el lugar de todas las víctimas diciendo:
"No quisiste sacrificios ni oblación,
pero me formaste un cuerpo..."
entonces dije: "Aquí Estoy, Oh Dios,
para cumplir tu voluntad."


Inició su carrera con ese gesto magnífico
que no interrumpió jamás.
Desde entonces quedó siempre
en estado de víctima,
anonadado ante Dios,
no haciendo nada por si mismo,
obrando siempre por el espíritu de Dios,
constantemente abandonado a las
órdenes de Dios para sufrir y hacer
cuanto El dispusiera:
Se anonadó a si mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.


Así nos ha amado Dios,
así Jesucristo, nuestro Señor y creador
se convirtió en atractivo inefable
para el corazón, un perfecto modelo
y auxilio soberano. Sin embargo
los hombres son para Dios como témpanos.
Y entre los mismo sacerdotes,
hay tan pocos que digan,
a ejemplo del divino Maestro:
"Aquí Estoy... Sí, Padre."


Ante este prodigioso espectáculo,
los sacerdotes de Betharram se han sentido
arrastrados a entregarse,
para imitar a Jesucristo anonadado y obediente,
y para consagrarse por entero
a procurar para los otros una dicha semejante;
bajo la protección de María, siempre dispuesta
a cuanto Dios quisiera y siempre sumisa
a toda disposición de Dios.
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