F.V.D.
CORRESPONDENCIA
de
SAN MIGUEL GARICOITS
Edición publicada y anotada
por el P. Pedro Miyáa scj
Tarbes 1959
Traducción realizada
por el P. Juan Cravioti scj
PRIMER PERIODO
1825-1833
En el Seminario Mayor de Betharram no se tienen cartas de
san Miguel Garicoits anteriores a su nombramiento para el seminario mayor de
Betharram. Su correspondencia empieza en esa casa; y de 1825 a 1834 presenta el
triple carácter de fervor, autoridad y bondad.
Se siente el ardor un tantito impaciente del candidato a
la santidad. En la primera carilla que nos queda de su mano, declara que no
tiene en vista sino el bien <carta 1>. Es el bien, la
perfección, que el adelantado espiritual, propone de inmediato a las almas que
entran en su órbita. <cartas 2> y <carta
4>.
Se descubre pronto en sus palabras el tono seguro que le
confiere su título de director, y pronto, de superior del seminario diocesano <cartas
3> y <carta 5>. Manda "haga el
bien"..."sea hombre de Dios"... Se adivina que no está
acostumbrado a ver sus órdenes discutidas: "Su violinista debe renunciar a
su oficio" <carta 5>.
Pero los textos más ásperos tienen algo de humano, de
reconfortante, que en esa época no se oía a través de las rejillas de los
confesionarios, en los labios de sacerdotes inficionados por el veneno
jansenista. En vez de temor, san Miguel insufla confianza y abandono a Dios:
"Ha de regocijarse en el Señor...conservar la paz de N.S." pues
"Dios quiere que se lo sirva con un corazón dilatado y lleno de alegría".
<cartas 3>, <carta 4> y <carta
6>.
1. Al Pbro. Martín Hardoy, párroco
de Cambó
Betharram, 18 de febrero de 1826
Señor Cura Párroco:
Tenemos a Monseñor desde el martes último. Ahora
procede a la ordenación. Tiene la intención de ir hoy a almorzar a Pau y de
regresar a Bayona durante el correr de la otra semana. Aprovecho el ofrecimiento
de su familiar para hacerle llegar estas dos palabras.
Le pido a usted disculpas por haber demorado tanto en
escribirle y le ruego tenga a bien aceptar la expresión de los sentimientos de
respeto y estima que le profeso a usted. Sí, señor Cura, esos sentimientos son
sinceros. Se han grabado en mi corazón y, jamás dejaron de estar allí.
Si mientras estuve con usted, le di algún motivo de
descontento, si alguna vez lo mortifiqué por mi franqueza con la que le descubrí
mi corazón, fue siempre contra mi intención; en todo cuanto hice, sólo tuve
en vista el bien de la parroquia. Me alegra saber por varias cartas que ese bien
se hace y crece de un modo sensible; para mí es una de las más agradables
noticias.
Me encuentro muy bien en este seminario. Monseñor sale
de la capilla. Me veo obligado a acabar. Deseo de todo corazón que su salud se
mantenga y, más aún, mejore al acercarse la primavera.
Señor Cura Párroco, me cabe el honor de ser, con
verdadera estima y agradecimiento, su humilde y obediente servidor.
Garicoits, Sacerdote
Señor Cura, por favor no se tome la molestia de
escribirme.
El señor Hiriart tendrá la bondad de darme noticias de
usted.
Tenga a bien no olvidarme ante sus parientes.
Mis pensamientos se encaminan gustosos hacia usted y su
parroquia. Sírvase dar recuerdos de mi parte a Juana y María.
1827
Es contestar muy tarde a su carta del 17 de abril y temo
que esa demora le haya causado pena. Por demás, le puedo asegurar que no la
olvido ante Dios. Con renovado consuelo pienso en las gracias que El le ha
concedido y a las cuales, no temo decirlo, usted ha respondido con generosidad.
¡Oh! ¡cómo debe usted ahora gozarse en el Señor por
haberle contestado sí, cuando dueña de usted misma y pudiendo disponer de su
voluntad, El le pidió renunciara a ella y le hiciera nuevo sacrificio, y
cuando, al mismo tiempo y para recompensarla de ese generoso sacrificio, le
presentó su divino Corazón y le aseguró su eterna posesión por la consagración
que usted le hizo de sí misma. ¡Con cuánta alegría debió usted renovar esa
consagración antes de ayer! ¡Cuántas gracias no habrá derramado sobre usted
ese divino Corazón, según la promesa que le hizo a usted!
Según esto, ¿no debí encarecerle al mismo tiempo, pese
al sentimiento que tiene usted de su indignidad, a acercarse...
No piense dejar a su confesor; es un buen sacerdote que sólo
le dio buenos consejos. Desdeñe ese afecto que la lleva hacia él y las
impresiones que eso podría producir. Tú solo Jesús, tú solo. <Supongo
que, exteriormente, entre el confesor y usted no pasa nada contrario al decoro y
la modestia>. Esto supuesto ¿qué ganaría en dejarlo? Pronto se resentiría
de las mismas miserias con otro y después con un tercero, etc.
No cambie nada en su género de vida. Animo y confianza.
A la corona de los esposos se sumará la corona de los mártires.
Adiós, Hermana, todas las generaciones la proclamarán
feliz.
Jesús, mi buen Maestro, ya no soy mía, sino tuya. Haz
de mí cuanto quieras. Aquí estoy, Maestro, muy contenta de servirte.
Garicoits
Noviembre de 1829
Hermana:
Estuve de viaje la mitad de octubre y principios de
noviembre. Esto me impidió contestar enseguida a su carta del 20 de septiembre.
¡Oh!¡cómo bendigo al Señor por el feliz éxito con
que coronó sus preocupaciones y solicitud por el establecimiento tan precioso
que usted formó! ¡Qué bien inmenso procederá de allí para la gloria de Dios
y la salvación de las almas! Con esto nuestro buen Maestro ha querido probarle
que era una disposición de su Providencia el haberla retenido en el seno de la
familia.
Pero no por eso es menos su servidora y esposa. Quédese,
pues, muy en paz en la posición en que la colocó El mismo, y esté segura de
que cuando El quiera cambiarla, se lo hará conocer de un modo que aleje toda
duda.
Entre tanto, haga el bien que El le ofrezca. Hágalo sin
prisa, pero sí suavemente y en paz. Sí, hermana, nuestro buen Maestro quiere
que usted saboree esa paz; es la suya, la dio la víspera de su muerte, y para
afianzarla y asegurarle a usted su disfrute establece su trono casi todos los días
en su corazón.
Si le agrada este alimento divino, Gracias a Dios. Si le
falta el gusto sensible, adelante. No suprima ninguna comunión, pese a la máxima
aridez. Entonces con toda sencillez dirá a Nuestro Señor que va hacia El por
necesitarlo y no poder pasarse sin El. Ve usted que en toda hipótesis debe ir a
Jesús como a un buen Maestro, hablarle siempre con gran sencillez y confianza y
estar siempre contenta del estado que El la quiere.
¡Feliz abandono, tan glorioso para nuestro buen Maestro,
tan consolador y meritorio para el alma. Este santo abandono ha de excluir toda
inquietud, todo temor y dilatar siempre el corazón por la confianza y el amor.
Adiós, querida hermana, no dejaré de presentarla, por
las manos de María, al Corazón de su divino Hijo. Efectivamente, de su Corazón
adorable, pero por manos de María, fluirá sobre usted las gracias cuya fuente
es El, de las que María es Protectora y de las que usted tiene tan gran
necesidad.
Garicoits
17 de noviembre de 1829
¡Qué dulce consuelo me hizo sentir, hija mía, la carta
del 20 de septiembre! ¡Qué bueno es Dios! Ya le había concedido muchas
gracias; ahora le concede una que hace tiempo le deseaba ardientemente; la
gracia de la paz.
Estímela mucho, ame mucho esa paz que nuestro buen
Maestro dice ser suya y que le ha legado por testamento la víspera de su
muerte. Es, pues, el don de su Corazón.
Por lo tanto, hija, prefiérala a todos los bienes de la
tierra. En adelante, desprecie todas las vanas sugestiones del demonio que se da
maña en turbar la paz de los servidores y servidoras de Jesucristo. Basta de
inquietudes y temores sobre el esposo. Recibió usted tantas pruebas de la
bondad de Nuestro Señor y de su amor por usted que sería contristarlo el
querer dudar de él.
Así, ningún volverse inquieta sobre sí mismo, sino ánimo
y confianza. Sirva a su buen Maestro con un corazón dilatado y lleno de alegría.
Y un buen medio es, por espíritu de fe, ver todos los acontecimientos, todas
las contrariedades en la mano de Nuestro Señor y oírlo diciéndole a cada
ocasión, como otrora a sus discípulos: Soy yo, no teman, tengan confianza. Y
entonces no le costará aceptar de su mano lo que El le presentará. De tal
modo, hija, que su vida se pase en una amorosa y continua aceptación de todas
las voluntades del buen Maestro; y así como durante su vida tenía sin cesar en
el corazón y en la boca esta palabra del Evangelio: Sí, Padre, igualmente
tendrá usted sin cesar en el corazón y, a menudo en la boca, esta misma
palabra henchida de amor: Sí, Jesús mío, sí mi buen Maestro.
Ve usted que así respondo a lo que me dice de la pena
que sintió, de verse apartada, a menudo privada de una parte de sus ejercicios
de piedad, por motivos de ocupaciones del hogar o visitas o cuidados que brindar
a sus buenos padres. A todo eso digamos sí y estemos contentos. Dígale también
en los momentos de aridez, de penas y miserias, las que fueren, y en las
tentaciones; conténtese con echar una mirada de confianza y amor en el Corazón
de Jesús, sin mirarlas ni combatirlas directamente. En fin, modere y sosiegue
hasta los deseos de la perfección y que, en su corazón, tiernamente unido al
Corazón de nuestro buen Maestro, todo esté en calma y paz, entonces sí que
probará y dirá cuan bueno es El.
Le aconsejo, si nada se opone a ello en su posición
exterior añadir una comunión a las que suele usted hacer, sin perjuicio para
las fiestas.
Adiós, hija, a quien me complazco dejar en suave y santo
abandono entre las manos de Nuestro Señor. Dirá con el santo rey:
El Señor me conduce, nada me faltará.
Rece por quien está a sus gratas órdenes en Nuestro Señor.
Garicoits
Miércoles 1830-1832
Mi querido amigo:
Su violinista debe dejar su oficio o no puede recibir la
absolución, porque no hay baile público, ni baile de bodas en que no se peque
mortalmente, y en la dirección de las almas, no hay que partir de una simple
posibilidad, hay que fundar las decisiones sobre los hechos. Hay que razonar
también así igualmente cuando se trata de bailarines en general, con mayor razón
cuando se trata de un violinista.
Pero, ¿cómo hacer aceptar esta dirección? No es fácil.
Por otra parte, usted no está obligado a eso; es asunto
de Dios. En lo que le concierne a usted sea hombre de Dios y transmita a sus
penitentes consideraciones que usted encontrará en Daguerre, pag. 110
<pregunta 55> y en diversos lugares, sin olvidar decirles que ningún
sacerdote puede darles la absolución si no hacen esto y aquello.
Con respecto a los violinistas no hay sombra de duda. Así
los P.P. Sartolou y Guimón y todos los teólogos cuando se trata de bailes
privados o públicos, tales como son los de hoy.
Alabado sea Jesucristo.
Garicoits, Sacerdote
Enero de 1830
Mi buena hermana:
Recibí en su tiempo la carta que tuvo a bien escribirme
el 7 del corriente. Crea que no necesito la época de la renovación del año
para acordarme de usted ante nuestro buen Maestro. Nunca olvidaré lo que lo
hizo por usted, como tampoco la fidelidad con que usted respondió a su gracia.
Así pues, compenétrese más y más en el sentimiento de
su bondad. Es su buen Maestro y no solamente la llama su servidora sino su
amiga. Es además y muy realmente su único esposo: usted sabe qué lazos la
unen a El y a su divina Madre. Por lo tanto, que no se diga que alguna tentación,
alguna prueba, la que sea, pueda hacerla dudar un instante de su amor y alterar
la paz de su alma. Aún cuando le parezca haber sido infiel, no se deje
arrastrar hacia el desaliento, sino que con toda sencillez dirá al buen Jesús
que usted se esforzará en ser mejor. Y luego, ánimo, confianza y santa alegría.
Este buen Maestro quiere que se lo sirva así. ¿Dónde
estaría el mérito de su confianza, de esa confianza que le es tan gloriosa y
tan cara, si usted descubriera en usted los testimonios?
No cambie nada a su reglamento, ni suprima ninguna de sus
comuniones. En buena hora pase cada año una pequeña revista pero sólo del año.
Pero nunca a nadie confesión general alguna.
Ocúpese de buenas obras, sin entregarse, prestándose a
las que le presentare la divina Providencia, y pidiendo consejo si hay algún
lugar de duda. El gran punto y lo que le recomiendo más encarecidamente es el
velar sobre usted misma para conservar esa paz tan dulce y tan preciosa que le
dió Nuestro Señor, esa paz que es la suya, la paz de su Corazón y que le dió
por testamento la víspera de su muerte.
Así, confianza y abandono sin límites entre las manos
de tan buen Maestro, Y esta palabra: Sí, Jesús mío, en todas las pruebas
posibles. Ese sí que descansó en el Corazón de Jesús y que dirigía en tanto
amor a su Padre: Sí, Padre mío, debe también descansar en su corazón y
posarse sobre sus labios, dirigiéndose a Jesús: es seguro medio de paz.
Adiós, buena hermana; continúe rezando por quien será
hasta el fin el más abnegado de sus servidores en Jesucristo.
No hemos dicho nada de María, nuestra buena Madre; pero
recuerde siempre esta palabra: Todo por María.
Garicoits, Sacerdote