Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fuí el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fué porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanias va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que Mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas ...
Amé, fuí amado, el Sol acarició mi faz.
¡Vida nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Si Tú me dices: ¡Ven!, lo dejo todo ...
No volveré siquiera la mirada
para mirar a la mujer amada ...
Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.
Si Tú me dices: ¡Ven!, todo lo dejo...
Llegaré a tu santuario casi viejo,
y al fulgor de la luz crepuscular;
más ha de compensarte mi retardo,
difundiéndome, ¡oh, Cristo!, como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar.
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