COMISIÓN DE FIESTAS

 

 

 

FIESTAS 2.001

 

FIESTAS DE Nª Sª DEL CARMEN Y CORPUS

6 de agosto, lunes. Pregón y concierto del grupo coral "Puerto de Figueras"
7 de agosto, martes. Elección de reina y damas de honor.
8 de agosto, miércoles. Día dedicado a los mayores.
9 de agosto, jueves. Día dedicado a los niños. Cicloturista.
10 de agosto, viernes. Fiesta del pulpo.
11 de agosto, sábado. Día del Carmen. Misa de campaña y procesión marítima.
12 de agosto, domingo. Día de Corpus.

FIESTA DE LA ASCENSIÓN Y SAN ROMÁN

JUEVES 14 DE JUNIO. A las siete de la tarde misa en la ermita de la Atalaya. A continuación, procesión hasta la Iglesia Parroquial.

SÁBADO 16 DE JUNIO. A partir de las 10 de la noche verbena en la Atalaya. Amenizan GRUPO EDÉN y DÚO HABANA.

DOMINGO 17 DE JUNIO. A las 12 procesión desde la Iglesia Parroquial hasta la ermita de la Atalaya. A continuación misa solemne. Sesión vermouth y comida campestre. Amenizan: Grupo de gaitas CORAZOIS NOVOS, de Figueras y SUSO Y SU ACORDEÓN.

 

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Para solicitar el libro que se edita con motivo de las fiestas, para aportar donativos o para solicitar lotería, ponerse en contacto con la Comisión de Fiestas a través del buzón de esta página o directamente con: FRANCISCO J. LÓPEZ GARCÍA   

Teléfono: 985 636140    c/ Comercio, 33794 FIGUERAS (Castropol) ASTURIAS

PREGÓN 2.000

(Juan Ignacio O´Shea Torres-Solanot)

Quiero empezar por agradecerle a la Comisión de Fiestas y, en particular, a Constante, su presidente, la invitación que me hizo para pronunciar el pregón de las fiestas de este año. Cuando me llamó para decírmelo, aparte de sentirme muy honrado, pues hay muchas personas más cualificadas, me dio una gran alegría. No soy nacido en Figueras, pero he estado viniendo aquí todos los años menos dos desde que me trajeron por primera vez – tenía yo menos de 15 días de vida – en el verano de 1945.

Y, además, parte de mis raíces son de aquí.

Entre mis antepasados figuerenses está uno de mis bisabuelos, que creo es un buen ejemplo de los miles de asturianos que emigraron a América buscando trabajo. Algunos, y entre ellos él, decidieron volver. Otros se quedaron allá y fundaron los miles de familias de ascendencia asturiana que viven en los países de la América hispana. Me gustaría aprovechar estas circunstancias para dedicar un recuerdo a esos emigrantes contando la pequeña historia de mi bisabuelo.

El tema de las migraciones está de la máxima actualidad estos días. Por una parte, por el drama humano que está conllevando, agravado por las condiciones en que viajan muchos de los emigrantes a España. Por otra, por la aparente incapacidad de nuestra sociedad, tan avanzada, para acogerlos. Incluso nuestro querido párroco D. Luciano habló ayer en la homilía de la misa de 12 de los emigrantes españoles a Europa en los años 50 y 60, y del apoyo espiritual que les dieron los capellanes enviados por la Iglesia.

Pero pongámonos en el contexto. La emigración asturiana tuvo sus momentos álgidos a finales del siglo XVIII y durante buena parte del XIX. No parece haber cifras exactas, pero entre 1835 y 1875 emigraron unos 40.000 asturianos a las Américas. Cuba, Puerto Rico y México por el centro y norte y, por el sur, Argentina, Uruguay y Chile fueron los destinos de la mayoría de ellos. Casi todos eran varones jóvenes. La falta de tierras y de oportunidades de trabajo en general, junto con las amplias posibilidades de ganar dinero en esos países (a base de mucho esfuerzo y de trabajar duro, eso sí), según contaban parientes ya afincados allí, provocó la marcha de tanta gente.

Como dije antes, muchos se quedaron allá definitivamente. Pero algunos de los que hicieron dinero no quisieron romper con sus raíces y volvieron a sus lugares de origen a pasar temporadas o a quedarse para siempre. Y aquí edificaron grandes casas, las casas de indianos o americanos, como se llamó a los que volvieron ricos de América. Muchas de esas casas son de estilos arquitectónicos muy llamativos, que no tienen nada que ver con estas tierras. Casas de estilo modernista, similares a muchas del Mediterráneo, con jardines muy cuidados mezclando árboles autóctonos con otros de otras regiones, incluso mas propios de los países a los que habían emigrado. Muchos de estos indianos aportaron de lo ganado en América para, por ejemplo, construir o reparar escuelas o iglesias en sus pueblos.

Pues bien, uno de esos emigrantes fue mi bisabuelo Wenceslao García de Bustelo, que nació en Figueras a mediados del siglo XIX, concretamente en 1849. A los 16 años decidió irse a trabajar a Argentina. Para entonces ya había fallecido su padre. Se embarcó rumbo a Buenos Aires pero, cerca de Cabo Verde, el barco naufragó. Sólo se salvaron 8 personas y, entre ellas, mi bisabuelo. Poco después consiguió volver a Asturias con ayuda del Gobernador portugués del archipiélago. Pero se ve que tenía mucho entusiasmo o mucha necesidad y volvió a embarcarse dos años después. Esta vez sí llegó y se puso a trabajar duro hasta que, con un amigo, montó un negocio de ramos generales, una tienda donde se vendía de todo – ropa, calzado, alimentos. Estaba en la calle Piedras de Buenos Aires, en un lugar donde ahora he visto en uno de mis viajes que hay un gimnasio.

Quince años después tenía ya una buena posición y era dueño de varios inmuebles y de tierras en una zona lejos de la capital. No había vuelto a Asturias desde que se marchó la segunda vez. En una carta a su madre le manifestó sus deseos de casarse y ella le envió una foto de una sobrina llamada Socorro que, al parecer, le gustó como para decidir casarse con ella. Cosa curiosa, se casaron en 1883 por poderes y, una vez así casados, Socorro se fue a Buenos Aires a conocer a su marido. Ella tenía entonces 16 años y Wenceslao 34. Parece que fue una pareja feliz. Tuvieron allí 7 hijos, 3 de los cuales murieron de pequeños. De los otros cuatro, que eran cuatro mujeres, una también era de nombre Socorro, y era mi abuela.

Con 50 años, en 1899, Wenceslao (quizá habría que decir ya D. Wenceslao) decidió volver a España con toda su familia y, cuando estaban a punto de hacerlo ( habían ya preparado 11 baúles como equipaje), enfermó y falleció poco después en Buenos Aires.

Al año siguiente, doña Socorro se vino con sus cuatro hijas. Vivieron algún tiempo en Bilbao. Posteriormente se trasladaron a Madrid y, en 1907, mandó construir una casa aquí en Figueras, en la calle Cervantes. Vivían la mayor parte del año aquí aunque pasaban largas temporadas en Madrid.

En 1912 decidió construir dos chalets en un terreno entre El Cotarelo y el camino de Granda que pasó a llamarse Miramar. Los construyó un arquitecto zaragozano, al parecer discípulo o colaborador de Gaudí. Son de un estilo modernista, efectivamente mas propio del Mediterráneo. Y los chalets se convirtieron en el Chalet de Arriba y el Chalet de Abajo. En el de arriba, que ahora es el hotel Palacete Peñalba, vivía doña Socorro, y en el de abajo una de las hijas. Esta hija es la que también se llamaba Socorro (pasó a ser doña Socorrito para distinguirlas) y era mi abuela, como ya dije. Mi abuela se había casado con un aragonés de nombre Mariano de Torres-Solanot, mi abuelo materno.

Mis abuelos tuvieron tres hijas, una de las cuales también se llamaba Socorro, aunque era más conocida por Cocolo. Era mi madre quien, a su vez, se casó con Juan O’Shea, mi padre, de apellido que, aunque no es de aquí, también es de tierras como estas, de múltiples colores verdes, grises y, a veces, azules increíbles, de lluvias y vientos abundantes, olor y presencia de la mar, y gentes de sangre celta: Irlanda, de donde vino otro de mis bisabuelos. También él fue otro emigrante, en este caso de Irlanda a España. Vino huyendo de las hambrunas y de los ingleses. Pero no voy a contar ahora la historia de este bisabuelo.

Con todo este relato de la parte figuerense de mis antepasados he querido traer aquí una de las historias de Figueras, la de dos emigrantes cuyos descendientes hemos seguido viniendo a Figueras año tras año, hasta 100 años después de su vuelta, y espero que muchos más.

Y aquí quiero resaltar sólo dos cosas que representan muy bien la influencia de Figueras en mi vida. Son de índole muy distinta.

Por un lado, el poder relajante de Figueras para mí. Hasta tal punto que, a veces, cuando estoy en Madrid totalmente estresado por el trabajo, trato de concentrarme pensando que estoy en El Cotarelo sentado mirando a la ría en cualquiera de sus múltiples tonalidades, y consigo realmente relajarme.

Pero mucho más trascendental que esto, en Figueras fue donde conocí a mi mujer, Lucía. Donde la conocí y donde me enamoré. Curiosamente, vivíamos ambos entonces en Madrid a no más de 300 metros el uno del otro, pero no nos conocíamos. Sin embargo, en el verano de 1965, vino a Figueras la numerosa familia Godoy (Godoy Gómez-Rodulfo) y, formando parte de ella, Lucía. Y, sin duda, les hemos transmitido a nuestras tres hijas, Patricia, Beatriz y Marta, nuestro cariño por Figueras, y están deseando venir aquí todos los años, igual que nosotros.

Y ya es hora de anunciar que empiezan las Fiestas del Carmen de Figueras. Las últimas del siglo XX y del segundo milenio de la era cristiana, y las primeras de los años 2000.

A mi me traen recuerdos de días muy esperados y disfrutados en medio de los largos veraneos de niño y de joven. En Castropol, Santiago y luego San Roque; San Lorenzo en Penarronda; a Vegadeo cuando ya éramos algo mayores y a San Bartolo en Piñeira. A esta fiesta íbamos cuando la marea nos dejaba llegar a Berbesa, y teníamos que tener cuidado de volver a la hora que nos decían Paulino o Pepe para no quedar sin agua suficiente para llegar a Figueras. Lo mejor, de pequeño, las chucherías (especialmente, las avellanas que vendían en los puestos de todas las fiestas). Algo mayor, el baile. Y lo peor, los cohetes. Nunca me gustaron. (Otra cosa son los fuegos artificiales de estos años, que son todo un espectáculo). Pero la fiesta de las fiestas siempre era la del Carmen de Figueras, y lo que me emocionaba más, la procesión por la ría con la Virgen del Carmen llevada por marineros en la lancha de Cándido. Entonces iban unas cuantas boniteras que la hacían más impresionante.

Los tiempos han cambiado y muchas costumbres también. El baile ha perdido importancia ante la proliferación de discotecas y bares de copas. En cambio, se han ido añadiendo actividades culturales y juegos a lo largo de la semana, con gran participación, y que también sirven para fomentar la convivencia entre todos y para ir creando ambiente para el fin de semana grande.

Bueno, sabéis la preocupación que hubo en todo el mundo con el paso al año 2000. Millones de ordenadores y de dispositivos electrónicos fueron revisados y modificados para asegurar que todo iba a funcionar bien cuando entrara el año nuevo.

Pues bien, estoy seguro de que, con la dedicación y entusiasmo de la Comisión y la colaboración y participación de todos, en estas fiestas del año 2000 que vamos a celebrar, todo va a funcionar bien, incluso el tiempo, y van a ser un éxito completo.

Muchas gracias a todos, y a disfrutar de las fiestas.  


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