El avion de Bukowski

 

¿Os habéis enamorado alguna vez? No me refiero a conocer a alguien que os atraiga y con quien os encontréis a gusto. No. Estoy hablando de amor, querer con pasión, locamente, perder la cabeza y no importaros. Que un día sin él o sin ella sea un día perdido. Despertaros cada mañana pensando en la otra persona, pasear por las calles y parar en el escaparate de una tienda imaginando qué tal le sentaría ese vestido o esa corbata. A eso me refiero. Os repito la pregunta por si se os ha olvidado: «¿Os habéis enamorado alguna vez?». ¿No? Yo tampoco. Me di cuenta hace no mucho. Yo llevaba cinco años saliendo con Bea, con quien vivía desde hacía varios meses. Ese miércoles yo venía del Hospital, pues ella estaba ingresada a la espera de ser operada al día siguiente. Le iban a extirpar un quiste en el ovario. Llegué a mi casa, saqué un par de cervezas del frigorífico y me tumbé en el sofá frente a "la caja tonta" para ver el partido del Madrid contra el Borussia de Dortmund. ¿Os acordáis que se cayó una portería porque la derribaron los ultras sur? Justo cuando Karembeu marcó el segundo gol - yo estaba celebrando el tanto con un grito de alegría -, sonó el teléfono. Era mi madre. Quería tener noticias sobre Bea. Estaba preocupada y me tuvo casi diez minutos al aparato. Recuerdo que estaba deseando que colgara para seguir viendo el partido. Pero nada más colgar, me quede pensativo. Y llegué a una conclusión: No la quería. Había cariño, ternura, amistad... pero no había amor, no lo que yo considero que es amor. Si lo hubiese habido no estaría tan relajado, con los pies encima de la mesa, bebiendo, fumando, esperando que Suker despertase del letargo en que estaba sumido. Si hubiese estado enamorado no me habría movido de la habitación 203 aunque me hubieran enviado el 7º Regimiento de Caballería. No hay que darle más vueltas al asunto: no estaba enamorado de ella. Al mes cortamos. Sin entrar en detalles, os diré que fue una situación muy dolorosa. Para los dos. Me encontraba mal. Llamé a Chema, un amiguete que vivía en París trabajando en un restaurante mejicano, y me dijo: «Vente a París. Es una ciudad fantástica. Es la ciudad del amor. Aquí se enamora hasta una batidora». Me lo pensé, y a los tres días me despedí de mi trabajo. Yo trabajaba en una agencia de viajes, pero no me llenaba. Por eso no me costó dejarlo. Así pues, esa madrugada fría de Abril, sentado en la sala de embarque, sumido en profundos pensamientos, 6 menos cuarto, esperaba nervioso el vuelo 6904 de Iberia, con salida a las 8:10 desde Barcelona y destino París. Presentía que ese día mi vida cambiaría. No mucho tiempo atrás, a esa hora, aún estaría dormido junto a Bea, agotando las últimas horas de sueño antes de levantarme para ir a trabajar.

Nunca había montado en avión, y, aparte del respeto que me imponía, no fui capaz de dormir en toda la noche por miedo a no despertarme - a veces fallaba el despertador -. A esa hora no había casi nadie en la puerta de embarque. Decidí acercarme a una tienda que estaba abierta y escarbar entre los libros de bolsillo, buscando alguno que me entretuviera. Me gusta leer, de hecho, escribo relatos desde hace años. Cogí en mis manos uno de Charles Bukowski. Se titulaba "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones". Había oído hablar de él, pero nunca había leído nada suyo. Mi amigo Goyo, acérrimo admirador de este escritor, ha publicado algún que otro artículo sobre él en un periódico del cual es colaborador. Empecé leyendo el libro, pero ni le prestaba demasiada atención ni tampoco me entusiasmó lo poco que leí. Tenía otras cosas en la cabeza. No era como estar en casa, relajado, tumbado sobre la cama, leyendo con toda la tranquilidad del mundo. No podía concentrarme. Decidí desayunar algo en la cafetería. Café, zumo de naranjas y croissants para matar el gusanillo. 6 y media y el avión no sale hasta las 8. Tampoco había demasiada gente y decido relajarme - o por lo menos intentarlo -. Bukowski. Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones... Bueno, habrá que leerlo. Y me sorprendió, porque yo había visto alguna foto suya y pensé que era un escritor serio, y no digo que no lo sea, pero no en el sentido que esperaba. Me pareció interesante. Diría que, de no ser porque él bebía como un cosaco, fumaba, echaba tres o cuatro polvos por relato y había nacido unos cincuenta años antes que yo, seríamos almas gemelas. Su primera historia la leí de un tirón, y la segunda, y la tercera. De vez en cuando levantaba la vista y miraba mi reloj esperando que llegara la hora de subir al avión. Al parecer, los demás pasajeros no tenían pensado madrugar tanto como yo: varios matrimonios, algún estudiante, Bukowski y yo. Es curioso, me sentía nostálgico y sentimental, y, aunque acababa de cortar con mi chica, no había perdido el deseo de conocer a otra mujer que me hiciera sentir algo especial. Soñaba con la mujer de mi vida, hermosa, sensible, con clase. Esos eran mis pensamientos, mientras que mi amigo Bukowski sólo hablaba de "chochos, putas, vómitos, cárcel o manicomio". No tenía problemas para encontrar a su mujer ideal, aunque sólo fuese para una hora. Tan sólo debería reunir un requisito: abrirse de piernas mientras él le penetraba su cosa. ¡Menudo tipo! Todos mis relatos estaban impregnados de grandes dosis de ternura y sensibilidad - supongo que por eso no gustaban a nadie -, y, sin embargo, él, cuantas más obscenidades escribía, más éxito obtenía. En la pasta posterior del libro le comparaban con genios como Hemingway. Esto me sorprendió, pero que fuese norteamericano, aún más. Pensé que sería polaco, o húngaro, pero jamás americano - en verdad nació en Alemania, pero sus padres se fueron a América cuando él tenía 3 años -. Sin conocerle, tenía la idea suya de que era un austero escritor del norte de Polonia. Además, seguro que Bukowski significa algo en ese país. No sé qué, pero algún significado ha de tener; estoy seguro de ello…. Quizás "taxi", o "barra de pan" o puede que sea una "casa de citas". Pero…me está viniendo ahora mismo la imagen a la cabeza: una mujer y un hombre, en una cafetería. Él se levanta y pide dos Bukowskis. Y a los cinco minutos le lleva la camarera a la mesa sus dos hamburguesas, con su carne, su beicon, sus pepinillos, su jamón york. ¡Toda una auténtica Bukowski especial! Una de ésas que cuando le metes el cuchillo y el tenedor se desparrama por todos los lados, y si lleva un huevo a la plancha no te quiero ni contar. ¡Marchando una Bukowski especial sin queso! ¿No os cuadra la idea? - No me extraña que gente con tan poco imaginación no se enamore nunca -. Creo que esos eran mis pensamientos antes del coger el avión, o mejor dicho, antes de que diera la hora de coger el avión. Sentí frío, y me desperté. Miré el reloj: 8,35. Evidentemente, se había marchado ya. ¡Y sin mí! ¡Qué falta de educación! Así soy yo: no duermo en toda la noche para no perder el avión, llego más de dos horas antes al aeropuerto, y me quedo en tierra. Lo que sentí cuando vi la hora fue algo irrepetible - espero -. Primeramente se me vino el mundo encima. Pero no me moví, ni corrí pidiendo información a ningún empleado del aeropuerto. Tan sólo miré fijamente el reloj, y pensé en Bea, mi madre, Chema, mi infancia, Goyo - en su madre también -. Saqué una manzana que llevaba en el bolso, retomé el libro por donde lo había dejado, y continué leyendo hasta que lo terminé. Cuando recogí mis maletas para marcharme, la sala de espera estaba llena, y quedaban tan sólo unos minutos para el siguiente avión hacia Londres. Allí estaba yo, o lo que quedaba de mí, un tipo que no estaba enamorado, y que no valía ni para tomar un avión.

En mi defensa he de alegar que Bukowski me engañó. Se aprovechó de mi debilidad, de mi fragilidad espiritual. Me magnetizó con sus palabras y luego me empujó hacia el sueño, tal y como lo hubiera hecho un gran prestidigitador. Iberia me vendió el billete para París, la ciudad del amor, donde se enamora hasta una batidora y los niños vienen volando del pico de una cigüeña envueltos en aroma a Coco Chanel. Pero la Aduana de Bukowski lo rechazó.

He leído que es un genio, que está a la altura de Çeline y Charlie Parker, que influyó en numerosas películas, que creó un estilo... Pero para mí Bukowski es y será el malnacido que me hizo perder aquel dichoso avión con destino a la felicidad.

FIN

 

* Dedicado a mi gran amigo Charles Bukowski por demostrarme que merece la pena escribir.

 

Francisco Rodriguez

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