Como cada día   

A veces ocurre o, por lo menos, eso deseo creer.

De repente eres la persona más feliz del mundo. Todos los días son soleados, las noches brillantes. Un mar de sonrisas y esperanzas rodea tu cuerpo y el aire es puro, huele a belleza, te llena los pulmones.

Aunque, la realidad te demuestra que otras muchas son las ocasiones en que, también súbitamente, la vida te muestra su lado oscuro. Durante esos días codificados, en que todo lo ves a rayas y nada parece claro, la tristeza y la nostalgia se apoderan de lo que antes era un campo verde sin fin, sin limites. El cielo se llena de nubes, claro, y el aire huele a podrido. Sin saber la razón, a un día gris le sigue otro aún peor y la cadena te esposa apretando cada vez más tus muñecas. Buscas la llave y no la encuentras. Cuando termina el día, en el fondo de tu corazón resurge un hilo de esperanza. Tu deseo de que el día siguiente sea mejor, tus sueños de días rápidos y ligeros se desvanece cada mañana, cuando la realidad te muestra la dura verdad.

Buscas algo en que creer, algo a que aferrarte. La luz del día te ciega, el ambiente se calienta. Entonces te das cuenta de que la luz solo entra por una pequeña grieta de la puerta. Su luz no cubre más que una fina línea de la habitación. Tus ojos estaban en el trayecto de esa línea que te estaba engañando. Cuando sales a la calle todo es igual que siempre y todo lo que haces termina cada día en etcétera...

Buscas otra ilusión. Cuando todo parece que va a cambiar, te percatas de que esa ilusión no es tuya, quizás no lo fue nunca. Alguien te robó lo que nunca fue tuyo.

El día en que ya nada te duele, cuando las lágrimas duermen y la piel no te sorprende. Cuando aceptas lo que eres, cuando ya no pierdes los papeles, unos dedos te tocan el hombro anunciando una llegada antes esperada o hasta deseada. El tiempo no cura nada solo disfraza y tu, con la cabeza alta y el alma encogida sigues, sin mirar atrás, a tus pies, que te conducen como cada día, hacia tu eterno destino.

Eva Díaz

 

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