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Retazos
Retazo:
retal o pedazo. Fig. Fragmento de un escrito o discurso. Mex. Piltrafa. |
Nada, no encuentro el tabaco. Si alguna
cosa me jode mas que echar un polvo mal hecho es no tener después tabaco. Porque el
imbécil sudoroso que está empezando a roncar a mi lado se ha fumado mi último
cigarrillo antes de romper mi mejor liguero sin ni siquiera mirarlo. Observo la
deprimente escena de mi alrededor: dos copas aún medio llenas y un montón de ropa por el
suelo, la mía, claro, la suya está debidamente doblada en una silla. El látigo y las
esposas siguen en el armario, por mucho que insinué el tema no se dio por aludido. Cuando
quise explicárselo él ya había terminado. Cojo sus pantalones y con total descaro
rebusco en los bolsillos. Efectivamente, el muy cabrón lleva un Marlboro. Enciendo un
cigarrillo, cojo una copa y empiezo a beber el resto de vino, ya caliente, cuando la
puerta se abre. Una pareja chico-chica entra, sin hacer ruido, en la habitación. El,
impasible, digno modelo de Mirón o Miguel Angel, la coge por la cintura. Mientras ella
apunta hacia mi sus ojos, que en otros tiempos inspiraron a Botticelli para su Venus. La
suavidad de sus primeros besos se transforma en un juego de labios, lenguas y saliva que
adquiere un ritmo cada vez más frenético. Sus manos inician un baile por sus cuerpos.
Cuando el chico empieza a desabotonar la camisa de su compañera oigo una voz llamándome
a mi espalda. Tardo unos segundos en reconocerla. Es el inútil de antes, y encima me pide
un cigarro. Le digo que no tengo (se joda!) y mientras él se duerme yo vuelvo a mirar a
la pareja. Parecen un poco más jóvenes, tal vez demasiado para estos juegos. Su ropa
yace apelotonada junto a la mía y sus cuerpos empiezan a cubrirse de sudor. Ella sigue de
pie, solo su respiración entrecortada y un leve movimiento de los dedos sobre sus pechos
impiden confundirla con una escultura. Él arrodillado a sus pies, explora con la lengua
el final de sus medias, besa sus profundidades, bebe sus jugos. Detrás suyo hay un espejo
donde me veo reflejada, desnuda, con una copa de vino, un cigarro y la mirada ansiosa. Eso
me excita aún más. La chica me mira y con un gesto de su mano indica que me acerque. Al
mismo tiempo una voz ronca me pide un cigarro desde las sabanas que fueron mías. No le
respondo, No quiero romper el hechizo ni recordar donde estoy. El se da media vuelta y
sigue roncando, ahora más ruidosamente. Mientras, los chicos están absortos en su propio
placer. Estirados en el suelo rescatan juegos prohibidos. Sus cuerpos se retuercen,
jadean, gritan, ríen, son ajenos a mi presencia. La verga de él entra y sale de forma
persistente de su cuerpo, invade todas sus entradas. Crean todo un mundo y lo llenan de
aromas y secretos. Quiero unirme a ellos, pero no vuelven a invitarme. Cuando el inútil
insiste en pedir un cigarro decido levantarme y coger uno. Lo enciendo, aspiro una larga
calada, me acerco a él y se lo clavo en un ojo. Sus gritos van desapareciendo de mi mente
mientras me uno, por fin, a la bella pareja. |
Katja Vilar
Relato publicado, con
su versión para teatro en la revista "Errantes"
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