¿Ese soy yo?. ¿Ese que
enseña la caries sin importarle nada quién le va a ver?,
¿Ese que abre y cierra los ojos como si no viera tres en un burro?,
¿Ese que se hurga las narices hasta que no se le ven los dedos?,
¿Ese que...?, ¡Vamos anda!,¡No puede ser!.
Yo mismo no sabia que tenía tantas legañas.
Y ni se me hubiera ocurrido que a mis encías les cupiera tanta mierda.
Jamás hubiera pensado que sería capaz de rascarme los cojones
con tal parsimonia y deleite. ¡Puaff, que ascazo!.
Mis calzoncillos están horribles. Aparte
de estar rotos por mas de un sitio, se les adivina cierto colorcillo a
palomino que parece inherente ya a ellos mismos. La barriga, saltarina
y prominente, empieza a anunciar mi aversión a todo tipo de deporte
o barbarie similar. Si miro más abajo es peor, las uñas de
mis pies podrían hacer surcos en la arena si paseara por la playa...
No quiero seguir mirando, esto es deprimente. Ni
siquiera me reconozco; y yo que confiaba en mí, que me creía
de este mundo, un ser envidiable en su aspecto, que podría pasear
por el garito más chic con la cabeza bien alta, alguien a quien
nunca echarían ni del bingo.
Y es esto lo que me encuentro. Una repugnancia que
viene a visitarme todas las mañanas, me enseña sus encías,
me tira cuatro pedorretas, me hace gárgaras y se aleja de mí
hasta el día siguiente. ¡Que alguien me saque de aquí!,
o me voy a volver loco, y algún día mataré a este
cretino, a este asqueroso que dicen que soy yo y del que me avergüenzo
sonora y públicamente.
Y para despedirme, un consejo. No confiéis
en las hadas que se aparecen en vuestros sueños. La última
que pasó por los míos, bella y vaporosa, me ofreció
un deseo. Y yo, poética y metafóricamente, le dije que quería
ver el otro mundo, la oculta dimensión de las cosas; le hablé
de la belleza que niega a la realidad, poética y literariamente
le hablé de atravesar el cristal, de pasar al otro lado del espejo,
como hacía Alicia en el cuento. Pero aquella puñetera hada
no se debió leer el cuento de Carroll, o era más burra que
muchos que son muy burros. Y me concedió el deseo sin preguntar
más. Desde aquel día aquí me encuentro, encerrado
en el hortera espejo de mi cuarto de baño, convertido en mi propio
reflejo y condenado mañana tras mañana a ver a ese tío
guarro que me mira fijamente a los ojos mientras se quita la roña
de la noche, condenado a aguantar a ese tío que dicen que soy yo
... ¡y al que ya no puedo ni ver!.
EL PINGÜINO
ASESINO
Para felicitar al autor:
pigui@mail.ono.es
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