EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS

Luis M. Fuentes

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20/03/99

La anorexia de Las tres Gracias

Kundera comenzaba "La insoportable levedad del ser", esa novela genial y psicoanalizante, con una reflexión sobre el eterno retorno del que hablaba Nietzsche, idea sugestiva por lo que tiene de inquietante y de agónica. Las miserias y grandezas humanas, quizás sea cierto, no son tales cuando ocupan únicamente un punto fugaz, vertiginoso, sobre el telón de la historia; es su repetición lo que las hace sobresalientes, un todo al que analizar, poner nombres y dedicar estudios, lo que convierte simples acontecimientos en un granulado que da consistencia a la memoria colectiva. Quizás, pues, los modelos humanos estén condenados a la repetición y a un hastío de resignación y perdurabilidad.

La belleza no es más que la tiranía de una convención arbitraria, que cambia y vuelve y se repite y se agota. En el Renacimiento se recuperó y se divinizó la estética clásica, en el Romanticismo se reclamó la resurrección de las formas y patrones medievales... La diferencia con nuestro mundo actual, eternamente apocalíptico y terminal, es que entonces eran los movimientos filosóficos y artísticos los que determinaban la estética, y ahora lo hacen las leyes crudas del mercado, las empresas y los consejos de administración, que reconducen hacia sus intereses el modo de concebir y percibir la belleza. Así, la estética contemporánea no es la mayoría de las veces más que mercadotecnia.

También los cánones de belleza física de nuestra sociedad actual siguen (igual que todo lo demás, demonios) esa traza salvaje y deshumanizada de las ventas y los beneficios, del marketing amodorrante y de las comeduras de coco mediáticas. Lo que vemos en la televisión, lo que sale en los anuncios de refrescos, de vaqueros y de coches, lo que nos enseñan las teleseries americanas de cuernos y rubias tontas, eso es lo que acabamos creyendo bello, estético, digno, y, lo que es peor, a veces termina creando el sentimiento alienado de que la felicidad consiste en participar de esos modelos precocinados de belleza y éxito, y que cualquier otra cosa nos convierte en personas fracasadas, infrahumanas y miserables.

Hasta hace no mucho, el culto a los cuerpos danone y a las guapuras sublimes, a las formas cachas y de tiralíneas, fastidiaba pero resultaba algo inocuo. Sin embargo, a ese vaporoso mundo de la moda, mezcla de pseudoarte mariconil y clan mafioso, le ha dado por colocarnos en sus pasarelas a unas modelos cadavéricas y desnutridas, y desde entonces cada vez más niñas lloran y se autodestruyen por entrar en una 36-38. Las multinacionales, mientras, con demencia asesina, luchan, hasta falseando tallas, por provocar en ellas la necesidad de participar de esa moda enfermiza y degenerada, de parecerse, para no convertirse en un pingajo gordo y repulsivo, a esa Kate Moss, "musa", dicen, de Calvin Klein. Le pregunto a mi hermana pequeña y me contesta que la talla 40 es sólo para las "rellenitas", y lo dice con pena y casi asco, como asumiendo que a esas "rellenitas" las rechazarán en los recreos y en las pandillas y las pobres se quedarán sin ir a los bailes del instituto. Pero es más que eso: en España se calcula que hay unas 250.000 personas anoréxicas, casi todas chicas entre 12 y 24 años; el 57% de ellas no logra superar del todo la enfermedad y del 1 al 3% terminan muriendo por desnutrición, fallo cardíaco o suicidio. Algo grave, más allá de metafísicas estéticas, está ocurriendo, y quienes sean que tienen potestad en estos menesteres deben solucionarlo ya.

A uno, que ya tiene asumidos su barriguita cervecera y su cuerpo de yoplait caducado, le seguirán gustando siempre más las mujeres de líneas y carnes más bien generosas, "neumáticas", que las escuchimizadas. Ante esos cuerpos demacrados y llenos de aristas que salen en los reportajes de la tele, sólo siento un desasosiego de incomodidad punzante, como de pensar en una silla con púas, y el único deseo que se me viene es el de endosarles una olla de potaje por vía intravenosa. Pero, en fin, si todo acaba repitiéndose, si todo, para bien o para mal, resulta cíclico en la historia humana, quizá pronto se vuelva a la razón y a otros estereotipos más barrocos de belleza, y puede que entonces se paseen por las pasarelas cuerpos copiosos como los de Las tres Gracias. Hoy, esas tres macizorras señoritas, por culpa de la locura de esa depravación imparable que llamamos civilización, seguro que terminarían también anoréxicas. Qué horror. ¿Quién las pintaría entonces? Rubens seguro que no.

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