EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS
Luis M. Fuentes
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21/11/98
Radio pegote.
Artículo ganador de la VIII edición del Premio "Ingeniero de Telecomunicaciones José María Martín" de artículos periodísticos (modalidad menores de 30 años)
La radio se escucha sin que ate, sin entorpecer ni los movimientos ni los pensamientos casi; goza de una fluidez que la hace liviana y transparente, más una presencia o una intuición que una cosa. Por eso la radio será siempre más personal o más cercana que la televisión, o que la misma prensa, que tienen un no sé qué de añadido material obligado e incómodo, como una prótesis. La radio acompaña con una discreción indolora y levemente pudorosa que es inigualable. La radio, además, como todo lo invisible, alimenta la fantasía y tiene algo de iniciático y legendario.
Siempre he sentido un cariño especial por la radio y por su mundo, sobre todo por sus profesionales, esos seres de existencia neblinosa y fantástica, de una pureza satinada sin manchar por las cámaras. La radio construye los mitos y los ídolos más etéreos y espirituales, lejos de la carnaza de colorines y rimel de la tele y las revistas. Los amantes de la radio saben que hay pocas cosas tan decepcionantes como el conocer, de repente, el rostro de un locutor o una locutora que había sido, hasta ese momento, un ser mitológico compuesto de voz y cadencia, cuya forma imprecisa trazábamos según el día y los sentimientos, o, incluso, diluíamos como corresponde a las cosas innecesarias: sin ningún remordimiento, casi con deleite.
Una traición a este ideal es lo que me parece la mayoría de lo que escucho en esas radios piratas de pacotilla que pululan tanto por Sanlúcar. Esa especie de sacerdocio o hermandad que forman los periodistas y los comunicadores, ese algo de misión sagrada que tiene su trabajo, se ve embarrado de una vulgarización brutal, desprendido de todo lo magnífico o loable que pueda tener, en esas emisorillas mamarracheras que abarcan todo el dial en nuestra ciudad. Pero esto, el que la gente se ponga a hacer cosas sin tener ni la preparación ni el talento suficiente, ha ocurrido más veces en los medios de Sanlúcar. Ahí tenemos (tendremos siempre) el ejemplo de la TDC, un grupo de personas bienintencionadas pero que juegan, sin espanto y sin pudor, a periodistas y a presentadores y a realizadores sin saber y sin poder. Aquí, donde todo se hace a "estilo compare", estamos acostumbrados a eso.
En una de esas emisorillas de radio escuché el otro día algo verdaderamente hilarante: un locutor relataba en la publicidad las maravillas de algunos comercios sanluqueños, haciendo bailar eses y zetas, con ese deje de tombolero de feria, vocinglero y chabacano, que les parece por lo visto a estos descerebrados más radiofónico. Decía "tallel" y "fantásticosss preciooo", y "gabinas de pintadooo (sic)" y todavía lo volvía a repetir: "Sí, ha oído usted bien, gabinas de pintadooo...". Y tanto que oímos bien, ¿sabrá este hombre que una gabina es un sombrero de copa y que es difícil pintar un coche con eso? ¿O a lo mejor quería decir gavina, esto es, gaviota? Y fíjense qué uso, qué gran construcción dentro del lenguaje publicitario: "Visiten casa Pepitaaaa; casa Pepitaaaa, situada en la calle tal frente a casa Antoñitooo; sí, nada más y nada meno que frente a casa Antoñitooo (????)". Así podría seguir hasta completar la cuartilla de notas que me dio tiempo a escribir en apenas dos minutos... ¿Eso es radio? ¿Se puede consentir que en un medio de comunicación se oigan esas cosas?
Pero no es sólo el asco a tanta zafiedad y a tanta sandez lo que me hace protestar, sino también algo que tiene que ver con la responsabilidad comunicativa: esos escupitajos a la lengua y al buen gusto se cuelan en cientos de hogares embruteciendo con cada dislate las mentes de los oyentes, sumergiéndolos en su misma imbecilidad y patanería. También por culpa de estos zafios, estos que montan una emisora más o menos con una tostadora y se dedican a esparcir su impúdica grosería a las ondas, las emisoras legales y bien puestas no pueden funcionar bien; les destrozan la clientela de publicidad y les hacen una competencia marrullera y bajuna, las pisan y las carcomen.
Cosas como éstas hacen que Sanlúcar siga siendo una ciudad de paletos. Criticaban aquí mismo hace poco el papel de la Juani de "Médico de familia". Me parece a mí que esa Juani, tan inculta y gritona, está bastante por encima de la media del pueblo sanluqueño. Y encima algunos se quejan.