EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS
Luis M. Fuentes
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13/03/99
La Barbie médico con el cepillo rosa.
No creo que haya juguetes sexistas y no sexistas. Hay, en todo caso, juguetes sexuados y asexuados. Yo, por una vez, prefiero los asexuados, como la bicicleta, juguete agenésico, universal y homogeneizante en su promesa de sietes y mercurocromo, rey de los Reyes y los cumpleaños mucho antes incluso de que protagonizara las peripecias de los Zipi y Zape. Pero el mercado también nos ha impuesto el Nenuco, la Barbie, el Action-man y los muñecos de pressing catch, que no es que sean sexistas en sí, sólo lo son cuando se regalan según la casposa tradición, es decir, la Barbie a nuestra sobrina Anita y el Action-man a nuestro sobrino Pepito (hacerlo al revés no sería ni sexista ni no sexista, sería simplemente un caos y motivo de un enfado seguro de los sobrinitos en cuestión, con llantina y pucheros incluidos). A lo mejor soy demasiado mayor para librarme de prejuicios de este tipo, pero en el caso de regalar una Barbie a una niña, me quedaría cierto remordimiento de estar encaminando a la chiquilla a un futuro de casita, costura y Avon, y si fuera a un niño me sobrevendría un repelús inmemorial de estar condenándolo a ser modisto o estilista en el mejor de los casos, por no decir vicetiple en un cabaret. Por eso yo prescindiría de estos juguetes sexuados y sexuantes.
Fuera de esta clasificación, lo que sí hay son juguetes más cursis que otros, y aquí, esta Barbie que ha cumplido cuarenta años sin la más leve arruga ni asomo de pistoleras, creo que se lleva la palma. La Barbie siempre me ha parecido una muñeca pija, repelente y relamida, de una feminidad lechuguina y enclenque. Acompañada de diademas y anillos de plástico, vive una vida rosa de vestiditos y accesorios de tocador, de patines con florecitas y barcos de lujo, siempre con su Ken, que me da que, además de un horterita, es un calzonazos y un pringao (pobre, me acabo de acordar del exnovio de una amiga al que llamábamos Ken con una maldad sin mesura y sin piedad). Hacer que las niñas o los niños jueguen con cosas así equivale a aumentar peligrosamente su grado de estupidez. La Barbie es dañina y narcotizante, como Candy Candy o Isabel Gemio.
Pero todo cambia, y hasta la Barbie, empujada por el tiempo y el movimiento de liberación de la mujer, terminó añadiendo al vestidito de princesa bobalicona y domesticada el fonendo de médico y la cartera de senadora. Barbie quería convertirse en símbolo de mujer moderna, soberana y redescubierta, pero su kit de tocador y su roperito rosa seguían pesando demasiado, haciendo que esta nueva imagen se quedara en una impresión falsa de disfraz transitorio, y es que es resulta poco creíble que una doctora o una abogada guarde el abrigo junto a vestidos de Sisi emperatriz y se peine delante de un espejo lleno de motivos primaverales y capulliles. Esto es lo malo de los símbolos de la mujer, que terminan volviéndose contra ella para acentuar sus tópicos o sus tics, justo lo contrario de lo que se pretende.
Una cosa así sucede con fiestas de guardar como el día de la mujer trabajadora, pleonasmo que, por otro lado, resulta casi insultante para la propia dignidad de la mujer. Triste santoral reivindicativo éste, que debería ser innecesario y con el que se cae en el error que se pretende remediar, esto es, la diferenciación por el sexo. Al declararse las mujeres como entes disímiles, al conformarse en grupo enfrentado y diferenciado de otros, ellas mismas están cayendo en la horripilante depravación sexista. Ya hay un día del trabajo, un día de todos los trabajadores, hombres, mujeres y equívocos/as, para rajar de los patronos y echar pestes de su reputada iniquidad. Con este mujerío exagerado e histriónico de campañas y los mítines que hemos visto en la tele, sólo se llega a la demagogia de la política de cuotas y de esa falsa discriminación positiva y porcentual, que no creo que sea beneficiosa ni solucione nada. En el momento en que se mira a alguien sólo por ser mujer, independientemente de su preparación y sus méritos, se está siendo también discriminatorio, y eso es casi tan grave como lo que hacen las empresas que les pagan menos que a los hombres y las tratan despreciativamente como a presuntas chachas. Ese día de la mujer trabajadora acaba, pues, siendo algo así como la Barbie médico peinándose con el cepillo rosita. Y si yo fuera mujer, eso no terminaría de gustarme.