CHARLAS DE LA BAHÍA |
Conferencia: El
ciclo de conferencias 'Charlas de la Bahía', organizado por EL MUNDO
y el grupo hostelero Jale con el patrocinio de la Fundación de Ayuda
al Desarrollo Social de Hispanoamérica, se celebra en la Hacienda Las
Beatillas, en El Puerto de Santa María (Cádiz) 11/08/02 El
reportero romántico Es el periodista que come culebras, con los pelos del pecho dorados del sol de todos los desiertos y la sien ilustre de metrallas. El ideal del corresponsal romántico, que quizá ya sólo existe entre la Tribu, los reporteros de guerra como los últimos exploradores con machete, acostumbrados a las diarreas y a los jíbaros, a los amputados y al olor a tripería y a cuero humano de la muerte. Sólo un ideal, claro, aunque a mí me gusta pensar que es así, porque toda profesión necesita sus héroes y por eso escuchaba a Alfonso Rojo como a un piloto rescatado, como a un muerto que volvió con una libreta. Alfonso Rojo dice que sólo sintió la muerte de cerca hace muchos años, cuando estuvo detenido en Nicaragua y le dijeron que le iban a poner “zapatitos blancos”. Después, ni en un Bagdad con el cielo verde de explosiones sintió más incomodidad que el retrete. “Hacer periodismo en el País Vasco es más peligroso que hacerlo en Afganistán”, aseguraba. Quizá sea cierto. Pero ellos, los reporteros de guerra, son distintos. Tienen que serlo. Los necesitamos así. Pero Alfonso Rojo lo que es, es un cachondo. Tiene la suprema elegancia del cinismo, que además suele ser aviso de inteligencia. En una profesión que da tantos voceros, vendidos, floristas y putas, él es el periodista políticamente incorrecto, audaz, francotirador y coñón. En las tertulias de la radio le explotan los micrófonos como granadas, igual que Liszt reventaba los pianos. Alfonso Rojo ironiza y molesta, que es el deber de todo periodista que quiera hacer algo más que folletos turísticos. Él conoce la esencial miseria de la condición humana, esa hiena en que se termina convirtiendo el hombre en una guerra, sabe de la mentira como motor muy viejo del mundo, y por eso tirotea al reyezuelo, al político que es como un Papa, a los escribanos de la demagogia y al dios comodón de lo aceptado. Alfonso Rojo adora su profesión, tanto que si alguien le pregunta en qué trabaja, él suele decir: “No trabajo, soy periodista, y encima me pagan”. Y sabe bien lo que debe hacer un reportero: oír, ver y contar. Lo demás queda para los teólogos y los editorialistas. En la guerra, hay que ser como un cirujano que se come una chuleta después de haber perdido a un desangrado. Los muertos no pueden acompañarle, no se le pueden quedar agarrados al chaleco. Sabe también que en todo conflicto la primera víctima es la verdad, que suelen estrangular muy eficientemente las cancillerías. Por eso el reportero tiene que contar lo que ve, que puede ser un pobre comiéndose una cáscara de sandía o un viejo profesor quemando un libro para calentarse en el invierno incendiado de la guerra. Partir de lo anecdótico, porque el gran movimiento de la guerra queda oscuro, alto y mentiroso. No ha muerto el reportero romántico. Sigue haciendo falta quien cuente historias apoyado en una calavera, aunque no acuchille anacondas. Y seguramente Alfonso Rojo es uno de ellos, disfrazado de cínico. Ellos son distintos, la Tribu. Tienen que serlo. Los necesitamos así. Cuando Julio Fuentes, el reportero legendario, brillante y triste, fue asesinado, Arturo Pérez Reverte escribió emocionado que “era el más puro de los hijos de puta que cubrimos guerras”. Así sólo hablan los piratas y los guerreros. Que no venga Alfonso Rojo a decirnos que a veces es más difícil cubrir el pleno de un ayuntamiento que una masacre. No se lo consentimos los que seguimos creyendo en los piratas. “Con lágrimas en los ojos no se puede escribir una crónica” Alfonso
Rojo, corresponsal de guerra, escritor y adjunto al director de EL
MUNDO, pronunció el viernes en La Hacienda las Beatillas la
conferencia “La primera víctima”, dentro de las Charlas de la Bahía
que organiza el grupo Jale con la colaboración de EL MUNDO de Andalucía
y el patrocinio de la Fundación de Ayuda al Desarrollo de Hispanoamérica. Alfonso
Rojo centró su conferencia en el papel del reportero ante la realidad
que contempla y la idea de que “la primera víctima de la guerra es
la verdad”. “Pero no sólo en la guerra –explicó Rojo—sino en
cualquier conflicto: un divorcio, un accidente de tráfico o la última
huelga general”. Rojo afirmó que la misión del periodista de
guerra es “contar historias” y para ello es necesario “acercarse
mucho”. “El problema es que si te acercas demasiado te quemas y no
puedes volver para contarlo”. Alfonso
Rojo dedicó un emocionado recuerdo al reportero de EL MUNDO asesinado
en Afganistán, Julio Fuentes, cuya muerte definió como un “caso típico
de mala suerte”. “En esta profesión siempre se vive con la
suposición de que nunca te va a tocar a ti, de que los muertos
siempre son otros, pero con el caso de Julio Fuentes te das cuenta de
que puedes ser carne de morgue”. A
través sus experiencias en diferentes conflictos armados en todo el
mundo, Alfonso Rojo hizo un retrato crudo y sincero del reporterismo
de guerra. “Nunca te acostumbras a la muerte, no eres capaz de verlo
como algo normal. Pero hay que ser como el médico. El médico no es
indiferente a la muerte, pero igual que con lágrimas en los ojos no
se puede operar, con lágrimas en los ojos tampoco se puede escribir
una buena crónica”. Para Alfonso Rojo, la tecnología no va a acabar con el “viejo corresponsal romántico”. “Sigue haciendo falta –dijo—alguien sagaz, ansioso, con una pizca de cinismo y cierta vanidad, que vaya a los sitios y cuente bien las cosas”. Alfonso Rojo compendió todas sus vivencias en las guerras en la idea de que “los conflictos los crea siempre la estupidez, y eso es una constante humana, en eso estamos igual que los romanos”. Alfonso Rojo, argumentando que la realidad de un conflicto siempre se intenta manipular por las partes, abogó por un reporterismo cercano, resumido en la máxima “ver, oír y contar”. “El reportero debe contar lo que ve, a través de historias que vayan de la anécdota a lo general. Así, seguro que te leen los lectores”. |