DIARIO DE CADIZ |
LAS HORAS TENDIDAS |
Román firma miles de decretos en fila, que luego son, dice, para comprar cortinas o una estatua de un niño meando, para el jardín. Asuntos menores, arreglillos del palacete, aquella gotera, aquel canapé con las patas tronchadas, el sueldo del estilista, a lo mejor. Y, sobre todo, esos coches negros, largos, traslúcidos, que hacen la dignidad fúnebre y veloz de los políticos, entre la del gángster y la del artista de cine. Así, en esas cosillas, es que se van los miles de millones que ni te das cuenta. La Diputación es una colmena de administrativos y fontaneros donde la comisión de gobierno pace a la sombra bajita y tristona de Román, que manda a golpe de decreto desde su despacho, como un generalón manirroto y leve. Román nos quiere decir con esto que la Diputación sobra, o que se queda en arquitectura, en mampostería para las palomas, en neoclásico de plaza. Porque la Diputación es él, con sus ojillos de nucleolo. La Diputación es el sello gordo que guarda Román en el cajón, como el de un valido con gorguera y bigotazos. Pero lo suyo no es ilegal, que ya sabemos que la democracia nuestra la hemos amaestrado para que se deje matar mansamente en los despachos, entre sus códices. Román firma decretos con prodigalidad de heredero, igual que esa familia de Arcos que iba a coger castillos, navieras y muchos joyones con herrumbre, aunque luego parece que la tatarabuela de Suiza lo que dejó fue un colchón reventón de billetes y un loro viejo. Es lo que les pasa a muchos políticos, que cogen el cargo como una herencia que les dejamos los contribuyentes (el contribuyente tiene siempre algo de muerto resignado y buen pagador) y luego la cosa es gastarla con alegría, bebiendo champán con los sobrinos. Y va Román y nos escribe en el Diario que qué es eso de la familia “romanista”. Pues ésa, ésa que se hace ahora la foto con el mercedes, enseñando la urna con las cenizas de la anciana, con los chorreones de cava por la camisa. |