DIARIO DE CADIZ

LAS HORAS TENDIDAS


Salvat

 

Andalucía inspira universos, cosmologías, bestiarios. George Lucas, por ejemplo, se inventó un planeta en la Plaza de España de Sevilla y lo llenó de reinas de belleza láser y lacayos con tentáculos. Eso en Palencia, un poner, es que no pega. Por eso no podía ser sino en Cádiz donde Salvat tenía que hacer su experimento de turismo-ficción, diseñar la geografía de un mundo perdido, tolkiano, lleno de monstruos con cuernos y aborígenes insólitos. Salvat ha hecho de Cádiz otro Tiro donde dioses toro raptan a las muchachas en la playa, un país movedizo donde los terremotos han empujado Vejer hasta el mar, una tierra de coristas pirados que bailan en Carnaval, una estirpe de gitanitos raros que cantan flamenco entre el humo de las bodegas de La Viña y de griegos impostores que hacen cosas fenicias. Los que escriben guías turísticas viven en la eterna frustración de ser antípodas de la literatura, y para verse creativos y plásticos, de vez en cuando necesitan sentirse un poco Asimov o Saint-Exupéry, idearse un planetario colorista y diferente, y a lo mejor es eso lo que ha pasado en esta guía desquiciada que ha sacado Salvat.

Salvat tenía una dignidad de enciclopedias y fascículos, era la seriedad de un hombre triste que venía a vendernos unos tomos de medicina para todos y fieras de la selva. Salvat nos enjoyaba el mueble de la salita y ponía en los hogares que no leían la honradez de un libro gordo y único que encerraba toda la sabiduría de la casa y presidía la vida de familia con una satisfacción de cultura módica y suficiente. Ahora Salvat le toma el pelo a toda la provincia con ese centón de dislates y embustes, y uno empieza a dudar si la vida de los leones que nos contaba era real o inventada, o la confundieron con la del bisonte. Ese libro gordo que veía crecer a los hijos puede ser falso, increíble, descorazonador. A ver quién nos asegura ahora que las enciclopedias de Salvat no tengan más pifiazos que los libros de texto de la Logse. De Salvat no me fiaba yo ya ni de los almanaques. Nada, que lo único que se puede hacer con esa guía ridícula es lo mismo que hace Pepe Carvalho con el Ulises: encender la chimenea.


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