DIARIO DE CADIZ |
LAS HORAS TENDIDAS |
Comprarse un coche molón, un Audi, un BMW, cumplir la profecía de los anuncios y ver a todo el vecindario que se levanta en bata para mirarnos salir del garaje. Uno quiere llegar a directivo de algo o a presidente de una Diputación sobre todo para tener coches, una marina de coches oscuros y chóferes con guantes como almirantes proletarios. El político tiene en el coche de lujo su dignidad y su distancia, la caravana de carrozas y lacayos que le separa del vulgo en mobilete. Un cargo político, aunque no haga más que firmar autógrafos o irse a Francia a comer una piriñaca, mide su grandeza con las válvulas del coche, como un cateto que ganó en los cupones. Por eso, mejor que modernizarse en un proyecto o airear sus papeles al pueblo, el político compra un buen coche, que el otro tenía la tapicería maltratada y total, son cuatro o cinco millones que no son suyos. Más se consigna en el presupuesto para bolígrafos, joé. La Diputación es un hangar de cochazos, así que hace de sus plenos una bronca de taxistas y algunos se ponen a gritar “guarra” y “vete a tu casa a fregar”, como en una rotonda. Es que molesta que venga una tipa en Panda a ponerle mala cara a uno en el semáforo por llevar un BMW rugiendo dulcemente como una turbina jabonosa. La envidia. María José García-Pelayo quería decirle a Franquito Román que ya está bien de tanto bacile de coche y tanto decretazo, y salieron el jefe, los validos y los conserjes a llamarla de todo por no respetar la preferencia, por asustar al pueblo, por demagoga y bandolera de la carretera. Ya sabemos que el cambio tranquilo, aquí, se ha quedado en cambiar el Audi por el BMW... tranquilamente. En Andalucía no hace falta cambio, que se tienen todos los despachos bien atrincados, las caballerizas de los palacios relucientes y los palafreneros muy agradecidos. Por eso cuando viene alguien a fastidiarla se saca el brazo por la ventana y se suelta el corte de manga. Anda, una tía que quiere meter la pata y además profanar la imagen del patrón. No, a Román no hay quien le mancille su imagen. Su imagen de marquesito de Berlanga. |