DIARIO DE CADIZ |
LAS HORAS TENDIDAS |
No ha sentado muy bien entre las cofradías la petición del sínodo diocesano de Cádiz de suprimir en los desfiles procesionales la presencia militar, ese atalaje que le pone a la Semana Santa un acento curvo de hacha, de sable, un repelús de navaja en el barroquismo de la muerte, que va tan bien con sus imágenes. El sínodo recuerda aquella doncellez de la humildad, de la mansedumbre, de amar al prójimo y poner la otra mejilla, y ve que eso no pega nada con calar la bayoneta, con el fragor macho de las armas, los correajes y la soldadesca. Hay una religiosidad íntima y oscura, que quiere silencios y mística, y hay una religiosidad de Imperio, que quiere moñas, balconadas y conquistadores. La primera, ingenua, es la que después se suele encargar de las misiones y los pudrideros de pobres, y la segunda, gloriosa, es la que hace los desfiles y las guerras santas. Sin embargo, no hay ninguna duda de que esta admonición del sínodo diocesano arremete contra la tradición y contra la Historia. Los dioses siempre han tenido sus guerras, unas en el cielo, entre ellos, tirándose teologías y azufres, y otras en la tierra, las que hacían sus hijos mortales contra el que tenía otro dios o contra el que no tenía ninguno. En todos los tiempos, los dioses han utilizado a sus milicias para que les hicieran con sangre el reparto del mundo, aunque también el hombre, demasiadas veces, ha utilizado a los dioses para ponerles nombre y justificación a la patria, al caballo o al fusil, para adornarse o excusarse de rito y santidad cuando el cuerpo le pedía degollar al vecino, un poner. Es indiscutible que la tradición y la Historia están con ponerles escoltas y batallones a los Cristos, con hacer generalas a las Vírgenes, con emulsionar la fe con mucha pólvora y mucho plomo. No hay nada más tradicional, más histórico, más añejo, que una espada que cree servir a un dios. Ni nada más pavoroso. Basta tener memoria... |