DIARIO DE CADIZ |
LAS HORAS TENDIDAS |
Pacheco se diseñó un Jerez nuevo alrededor del Circuito como si fuera un ágora, o le hizo al antiguo mirar hacia sus curvas, vestirse el mono de la velocidad y de las pegatinas de cigarrillos, tan chulas, para entrar en una modernidad mecánica e internacional, televisiva y coruscante. Todas las casapuertas, todos los recepcionistas, todos los maîtres, todos los caballos bailarines de Jerez tienen el cuello girado hacia el cemento del Circuito como hacia un horizonte de dinero vertiginoso y horterilla, y por eso preparan unos campeonatos muy bien vestidos de folclorismo, con unas niñas azafatas morenazas y flamencas, y hasta les ponen a veces la feria al lado, para que los moteros les adornen la verbena de la cosa etnocentrista con su rugido siux de escapes y alaridos. Pacheco tiene el Circuito bordado en el cuello de la camisa como Pepenúñez eso de Andalucía, que le queda como un anuncio de Catunambú o así. Los moteros vienen con el pañuelo anudado en la cabeza, como si fueran a blanquear, pero luego lo que hacen es tomar la provincia como un ejercito raro y feroz de encaladores. Vienen imitando unos derrapajes de Crivillé o Checa, pero en vendedor de Cuenca o en currito de Castellón, porque es ésta una afición que vive de trasuntos, de caravanas y de espejos. Todos los moteros hacen motociclismo de salón delante de los azogues de los cuñados y los convecinos, como unos maletillas, y luego se reúnen en concentraciones, frente a la silueta silbante de sus héroes, y cuentan aquel acelerón que pegaron saliendo de casa, delante de la quiosquera. Pacheco y los otros hosteleros de la provincia afinan sus cajas registradoras cada vez que asoma la caterva bacilona de los moteros, porque saben que dejan unos duros pringosos pero muy aprovechables, que su gozo de vacada llama a la fiesta, al derroche, al copazo del compadreo. Da pena que la provincia se rinda o prostituya ante tanta grosería, pero poco se puede hacer ante el mandamiento del parné. Retirarse lejos, solamente... |