DIARIO DE CADIZ |
LAS HORAS TENDIDAS |
Aquello del progreso, que siempre era el sueño de un científico despistado o de un humanista (ya no quedan humanistas, sino burócratas o trincones) se nos ha quedado en desarrollo. El desarrollo es la calavera fea de hierro y andamios que le queda al progreso cuando se le quitan las ideologías y el último aliento de positivismo, bello, frágil y blanco como el de una virgen tísica. El desarrollo no nos trae pensamiento o ciencia, pero sí unos casilleros de dúplex a pie de playa o una imitación del Cubo de Moneo que hace el tonto del pueblo por Feria, y que es lo que nos vende luego el alcalde como modernidad y avance. En Sanlúcar, donde nos protege el dios lar del "desarrollo sostenible", estamos a salvo de muchos maretazos urbanísticos, de esa cementada salvaje contra la naturaleza que produce aberraciones como Atlanterra, villa olímpica para domingueros que traerá densas mareas de grava por la playa. El "desarrollo sostenible" nos pone en paz con la biosfera, nos deja contentos entre verdes y florecillas, nos convierte las ciudades en reservas para un turismo sano de ver pobres en mobilete. Todo gracias a que Sanlúcar tiene la selva de Doñana enfrente. Gracias a sus efluvios hemos espantado a los especuladores y se perpetuarán los jaramagos en los descampados, investidos de entorno natural, de paisaje viviente que admiran las avecillas de paso. Gracias a Doñana seguimos teniendo a Huelva adornada de un lejanismo encantador y como portugués, esa belleza casta que adquieren las cosas cotidianas cuando son, además, inalcanzables. Pues todavía hay algunos que, en vez de dar gracias, quieren compensaciones. Es la misma gente que grita que los dragados del canal se han cargado la playa, sin apreciar el garboso espectáculo de los mercantes camino de Sevilla. Disfrutamos de la bendición de ser un refugio inmaculado de pobreza y aislamiento, respirando los pinos del Coto y las puestas de sol, y todavía se quejan. La gente es que nunca está contenta. |