ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Es la guerra

 

Escribo sin saber si esto lo leerá alguien o acabarán todos los paquetes de periódicos en un charco, como muertos bien fajados. Mi librero me cuenta que en la última huelga algunos repartidores de prensa tuvieron que sortear los piquetes yendo por el campo, manchando los periódicos de barro y guerra, pues las huelgas son guerras y unos van de zapadores, otros de lanceros y otros de fusilados. Me sigue contando mi librero que aquellos repartidores de entonces sólo cumplieron con su trabajo después de que la empresa se hiciera cargo de los posibles daños en los vehículos. Así que si está usted leyendo esto, puede que la prensa le haya llegado en tanqueta y dejando una mina reventada en el camino. Mire, por si acaso, si el periódico tiene algún balazo dado o una guita que le cuelga ensangrentada como un tendón.

La huelga es un derecho que se transforma en guerra por su propio principio revolucionario. Quedarse en casa con un tinto o irse pacíficamente a la playa no es manera de sublevarse, sino que hay que tomar la calle, llenarse los cinturones de tuercas, repartir las trincheras y atascar todas las ruedas del país. Esta huelga parte de un desafío al Gobierno, pero donde de verdad va a medir su fuerza es en el combate goyesco de todo el pelotón obrero contra el panadero y el señor del quiosco. Estorbando al mundo, sobrevolando el pueblo y señalando esquiroles es como se hacen las huelgas. A los huelguistas siempre les parece que hay una razón de pobre que supera a la libertad individual, que les suena a cosa muy burguesa. Quizá porque piensan que ponerse delante de un escaparate a meter miedo es la única potestad que les queda frente al contrario, que tiene lobbies y murallones de dinero. Hacer una huelga respetando los servicios mínimos y dejando a cada cual que abra o cierre la cancela de la tienda según le venga en gana les parece que es como hacer una guerra invitando a bailar un vals al enemigo. Es la guerra, pues, y estarán hoy con las pistolas de silicona y los piquetes en flecha.

Creo que era Vargas Vila quien dijo algo así como que la guerra es la desavenencia de muy pocos que causa la muerte y la desgracia de muchos. No hay mentalidad de guerra sin asumir que caerán inocentes y morirán palomas mensajeras. A uno no le gusta nada esto y por ello, en esta guerra de la huelga general, un tendero con un cristal roto o un esquirol acosado en una esquina le parece casi tan triste como un hijo aplastado por un obús. Pero es que andan ciegos en su fuerza y en lo que decíamos de sus razones de pobre, y así el reacio es como una adúltera afgana que hay que lapidar con mucho asco y puntería.

En mi pueblo, los comerciantes me hablan de miedo a los piquetes y de cerrar el negocio para evitarse problemas. Nada me gusta tampoco el miedo, que es por donde empieza a morirse la libertad. He dicho alguna vez aquí mismo que veo razón para el cabreo y hasta para la huelga. Pero esta huelga en guerra, con los sindicatos como generalones manejando las legiones de hambrientos por las plazoletas, asustando a las viudas con estanco, pinchando los neumáticos y patrullando fieramente como halcones con destornillador, me hace sublevarme. Por eso está aquí esta columna, aunque no la vaya a leer nadie o el que la lea haya tenido que buscar el periódico entre sacos de arena, como una cantimplora. Porque uno ama la libertad y eso es incompatible con toda la suciedad de esta guerra.

 

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