ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Bufones y putas

 

Hay un purismo intelectual que lleva a meterse mucho con los freaks televisivos o revisteros, que en verano quedan divertidos como una teta fuera. Se empeñan en decirnos algunos que nuestra civilización se hunde con Crónicas Marcianas y las turgencias plásticas de Yola Berrocal, que entre las novias que Jesulín tiene amontonadas en las dehesas y la madre de Tamara con la plancha o lo que sea en el bolso, van a terminar incendiando los museos y asesinando con una uña rosa del pie a los académicos y a los violinistas. El pueblo entregado a Tómbola y a tanto zorrón despatarrado les solivianta y hay insignes escritores y columnistas dedicados a cuidar el adjetivo y el desprecio hacia tan insignificantes e inofensivos seres, lo que a uno le hace bastante gracia aunque a ellos les parezca como sostener el bastón nacarado de la intelectualidad.

Es que quieren una Cultura con esa marmoreidad de la universalidad y las mayúsculas, a todo quisque gozando con el programa de Sánchez Dragó. Pero les falta perspectiva. Olvidan que la Cultura elige a sus espíritus como un Pentecostés, que el pueblo numeroso seguirá pendiente de la moza, la taberna y el chiste verde, y que eso es y será una constante en la Historia y en la sociología, sin que se hunda nada. Sobra poner la cañonería del pensamiento español apuntando a unos pobres bufones. Dicen que ya en la V Dinastía egipcia, sobre el 2500 a.C., había un bufón enano brincando por la corte de Dadkeri-Assi, y el Faraón riéndose no paralizó la cultura egipcia ni impidió las pirámides. Tamara, Dinio, Yola Berrocal, Dantés, Arlequín y toda la caterva son bufones con o sin conciencia de serlo. Su arte para hacernos reír es innegable, así que habrá que otorgarles la categoría y la dignidad de su oficio, aparte unos cascabeles.

Tampoco se les reconoce categoría y dignidad a las mediáticas putas que les hacen pareja en el proscenio. Putas, zorrones, golfas, busconas, o, como dice mi amada Rocío, en feliz hallazgo lingüístico, pelargartas, neologismo de gran fuerza, híbrido de pelandusca y largarta (lo que le da más autenticidad) que propongo para su uso universal. Ir entre famosos en el duro ejercicio de abrirse de piernas requiere planificación, aguante, destreza y elasticidad. Hay una ingeniería del pelargarteo que estamos despreciando y que ya ha proporcionado a la Historia grandes hitos, de Cleopatra al caso Profumo, sin olvidar a la Lewinsky. El uso que podríamos darle a nuestras folgonas y renombradas pelargartas nacionales, ahora que nos amenazan conflictos con todo el macherío del Moro, es algo que no ha sido suficientemente considerado. Tenemos aquí neumáticas y retozonas morenazas, ya muy entrenadas en gorditos viciosillos y otros malcasados que, convenientemente acercadas en paracaídas a algún ministro o mandamás de por ahí, seguro que nos daban buenas alegrías diplomáticas. Pero todo esto se nos pierde por los prejuicios y por aguantar la pose.

Que ría el gentío y escalen las pelargartonas tirándose a cantantes de play back o a políticos de pueblo, que es cosa que viene en nuestro carácter y en nuestra tradición de molineras y enanos velazqueños. Y que no se enfurezcan los intelectuales ante la telebasura y la vulgaridad. Es el contraste con las mayorías lo que hace a una élite, mírenlo por ahí. Tenemos aquí meritorios bufones y putas a los que no se les da su justo sitio. Era hora de mostrarles, por fin, respeto y admiración. Sirva para ello esta columna.

 

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