ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
El proyectil, la cosa, la bombeta antisónar, quedaba veraniega y cocacolizada en la arena de la playa de El Carmen, en Barbate. Es lo que tiene la playa, que convierte una granada en un tetrabrick o un político en el tío del bombón helado. Al final resultó que era inofensiva, no explotaba ni mataba con esa cobardía de la radiactividad, sino que era uno de esos objetos que hacen la guerra electrónica, que es como la travesura de las batallas, esa parte de lo militar que trata de dejar al enemigo sin televisión o, en este caso, sin sónar. Esto le daba hasta un puntito ecológico, salvador, biosférico: ahora dicen que ese goteo del acero que es el sónar hace suicidarse a las ballenas. La bombeta antisónar, después de todo, resultaba casi un homenaje a los tristes cetáceos, viniendo también a morir solidariamente a la playa. Pero uno piensa que, en realidad, no era este proyectil tan inocente. Los que hemos hecho la mili sabemos que hasta el perol del cuartel tiene su simbología, y esta bombeta lo que nos enseñaba era la fealdad del hierro de la guerra viniendo a molestar a la gente, añadiendo un zafarrancho de soldados y mirones al otro más simpático del veraneo. La bombeta venía a decirnos que todos los aperos de matar están cercanos y olvidadizos, que hay una suciedad de los ejércitos que va llenando los mares y los subsuelos de una metralla descuidada, que hasta la Seguridad Nacional o la Internacional, tan alegorizadas en estrellas, azules, proas y bocamangas, sueltan sus cagajones y se los encuentra luego un niño haciendo un castillito o un perro que persigue un palo y lo que te trae es una espoleta. Ese terreno en que se encuentran lo militar y lo civil siempre ha tenido regalías y guapuras históricas. A los guardiamarinas de paseo, las muchachas les dan besos, virgos y pastitas. Al Ejército, el Estado le da montes enteros, una costa con cañones, un cuartel con las mejores vistas, una base que deja a un pueblo reducido a una garita, todo con una tradición de gratis total, pues los héroes, como los párrocos, siempre van convidados. Pero esto empieza a no pegar con la globalización ni con el Ejército moderno que quiere montar Trillo, lleno de mancebos, informáticos y gente que hable el serbocroata. Los ayuntamientos, además, están hartos de lo que llaman la servidumbre militar, eso de que un regimiento les deje una bomba en el chiringuito o la mitad del pueblo sin impuestos y que no pase nada. En Rota, que no hace mucho todavía era llamado “territorio de ultramar” por el jefazo de la cosa aeronaval de USA, terminaron presentando una demanda que han ganado en el Tribunal Supremo. También los héroes tienen que pagar el IBI y la basura, como cualquier vecino. Esto es no es más que otra etapa dentro de la necesaria terrenalización del Ejército, que antes estaba formado por arcángeles que pasaban por el mundo civil como atravesando transparentemente un muro, todos como si fueran el Barón Rojo, y ahora nos hemos dado cuenta de que sólo son funcionarios. Los capitanes ya aprendieron que no podían llevarse al recluta a casa para barrer y atender a la mujer, e igual ahora tendrán que aprender a pagar por ensuciar y molestar, como los otros domingueros. Por eso está muy bien lo que ha pedido el alcalde de Barbate después del susto del cacharro que se dejaron en la playa. Compensación por la servidumbre militar y más control en sus juegos de batallitas. Luego, si las niñas quieren invitar o entregarse a los guardiamarinas, es cosa de ellas. |