ZOOM · Luis Miguel Fuentes


San Josemaría

 

Uno, con la poca afición que le tiene a la cosa religiosa, sólo puede imaginarse la catedral de Cádiz rodeada de chirigoteros. Por allí ha visto uno pregones como una eucaristía de guasa, y a todos los ángeles con caja y bombo, con peluca y calcetín, así que lo de la misa que el obispo de Cádiz le va a dar hoy en la Catedral al nuevo santo San Josemaría me parece como algo hecho por el Masa y el Peña (que el dios Momo tenga en su Gloria), en plan “Tres notas con rosario” o “La canonización del siglo”. Me vienen pidiendo desde hace tiempo, que hay gente muy morbosa, algo sobre este nuevo santo infantiloide y marquesón, pero he tenido que vérmelo profanando los santos lugares carnavaleros para que me decida, que es que ya no respetan nada, joé.

Esa gran tropa de santos con que la Iglesia va repellando las bóvedas del Cielo, haciendo como una Capilla Sixtina en carne, no es que a uno le moleste. Es más, me parece un bello refilón pagano del catolicismo, que tiene todos sus ritos y su estrategia orientados hacia un politeísmo de facto, que es lo que triunfa en el pueblo y da un rico y gracioso pintoresquismo. Cuando de joven me planteaba por primera vez estas cosas, recuerdo que me hacía gracia la idea de un muerto esperando como en la sala de un dentista el permiso de la Iglesia para poder acercarse coleguilmente a Dios, igual que me hacía gracia la escena misma del santo cansón intercediendo y convenciendo a un supuesto ens realissimum como si fuera la portera, todo para que a una señora le mejorara la artrosis o la niña aprobara el COU.

No hay en eso de las cabalgatas de santos, pues, nada de teología, sino únicamente política y merchandising, hacer del cura o de la solterona de la comarca una estrella y llevarlos a la selección nacional de los Cielos, que eso siempre mueve gente y autobuses, lo vemos con Escrivá y con Joaquín. Pero un momento. Para aquellos que critican que los ateos hablemos de las santas cosas, repetiremos lo de siempre: Si la Iglesia se limitara a ablandar la mollera de sus fieles, y con sus propios recursos, todo lo suyo me importaría un comino. Lo que ocurre es que, primero, aquí también los ateos pagamos a la Iglesia, como bien explicaba el otro día Eslava Galán. Y la pagamos a través de un Gobierno dócil que le regala un muy mundano millonaje del contribuyente, además de sacar a las ministras con mantilla. Luego, las necedades de la Iglesia nos afectan a todos, que ahí tenemos avances morales y científicos parados por los párrocos y monacillos que hay entremetidos en el poder.

El caso es que Escrivá de Balaguer fue un gurú entre castrense y director de coro que descristianizó el cristianismo saltándose eso fundamental del rico, el ojo de la aguja y el camello, con lo que los grandes adinerados se pueden sentir purísimos dejando el cepillo de la parroquia reventón, que es lo que importa. Básicamente, su doctrina es que cualquier cosa se arregla con un rosario, y así el explotador, el especulador o el usurero (no me hagan decir nombres) pueden salvarse todos los días si miran dulcemente a una Madonna antes de irse al despacho. Todo esto es moralmente asqueroso. Como lo es su vocación de nacionalcatolicismo, su roce solícito con los poderosos o su afán manipulador. El Opus es el talibanismo católico con la primera faz del santo dinero y de un puritanismo ñoño que fabrica vírgenes treintañeras y adultos como trinquetes que apagan la tele cuando sale un muslo.

Si esto se quedara en familia, allá ellos, pero están el Gobierno y los bancos infiltrados de toda esta filosofía de beatonas, hipócritas y estreñidos. Vale que hagan santo a un personaje tan casposo, vale hasta que llegue ahora a la Plaza de la Catedral el espectro de un tío con tan poca gracia. Pero lo que no quiere uno es que empiecen a salir hipotecas o decretos inspirados en ese santo.

 

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