ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Desesperanza

 

Estuve en Estepona, con las playas en el porche y el cielo atornillado de grúas, cuando la moción de censura contra el socialista Antonio Barrientos. Por aquel entonces, el PP estaba cristianizando a los hombres del GIL, o eso decía. Aquel proyecto de populismo florista y de municipalización de los grandes negocios que era lo de Jesús Gil empezaba a despedazarse, iban quedando sólo castillos y leproserías por la costa de Cádiz y Málaga. Ya se empezaba a ver que el todavía alcalde de Marbella moriría gotoso y solo, aterido por el frío de los tribunales que es como el de los manicomios, y los hombres que había reclutado para a manejar los pueblos como un estanco le traicionaban y se pasaban al PP haciendo un paseíllo de guapos. Critiqué mucho en su día ese movimiento del PP, que me parecía una técnica de hambre y un consuelo de ir apoderándose pequeñamente de Andalucía empezando por las rotondas y los guardias, porque lo otro lo tenían imposible. Un movimiento que además significaba abrir las puertas del PP a todos los ideólogos del gilismo, que ya tenían en los huesos una política putrefacta y de eso es difícil desprenderse sin abrirse antes el pecho como una gusanera.

En un pabellón o nave construido por Gil Marín, cuyo nombre como de muerto contemplaba todo, venció aquella moción de censura del PP y los ex-GIL bailando agarrados. Se justificó entonces aquella animación por la “situación insostenible” de la cosa municipal. Antonio Caba había dimitido por su imputación, Antonio Barrientos lo había sustituido y hacía como de alcalde farmacéutico, muy ciudadano y declamador. Hubo en el pleno abucheos y caricaturas, y al final salió una alcaldesa calladita, lateral y como vergonzante. Ahora, la Justicia nos viene a decir que el ex alcalde Antonio Caba, en los ratos libres, hacía de abogado de hampón y ayudaba a blanquear dinero negro de la droga. A uno le parecía que la vuelta al poder en Estepona de los que fueron hombres de Gil iba a percochar otra vez la política del municipio, y resulta que ya estaba negra por los otros, pues tener en la alcaldía al asesor de un narco es de las cosas más feas que uno puede imaginar.

Estepona, entre el esbirro de un narcotraficante y unos ex-GIL pensando siempre en ladrillos de oro, nos ejemplifica esa política que demasiadas veces sólo nos da a elegir entre lo malo y lo peor. Salen las corrupciones de todas las siglas y de todas las hechuras, y hasta nos trae a un apologista o rapsoda simpático de la cosa como Antonio Ortega, al que no le pasa nada. Hablaba el otro día Raúl del Pozo de llegar al agnosticismo en política como la más alta clarividencia, pero más que al agnosticismo estamos llegando a la desesperanza y a la desilusión, cuando no directamente al asco. Hay esa sensación en la ciudadanía de que todos son iguales y no merece la pena levantarse del sofá para ir a votar, que eso ya no sirve ni para estirar las piernas. Vemos cómo la abstención acecha a todas las democracias del entorno, y aunque quieran hacernos creer que son sólo los niñatos del botellón que pasan de política, hay mucha más gente que ha terminado creyéndose que lo importante es tener a un cuñado en el Ayuntamiento y que lo demás es teología. Todos los escándalos que nos florecen nos demuestran que no hay mecanismos eficaces contra la corrupción, y por eso se repite y la toman tantos políticos como facilidad primera. Luego, las comisiones de investigación se mueren sobre la mesa como un contable viejo, las fiscalías despachan con el poder de turno y hasta cuando se llega a las más altas instancias de la Justicia nos encontramos con cuotas de partido y jueces de colores. La política se pudre, pero ya no es época de revoluciones y la tarde se pasa mejor con el fútbol y Rociíto, que es lo que ha quedado de la Democracia, eso de igualarnos a todos ante la tele y la siesta.

 

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