ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Con respeto

 

Las Vírgenes ya estaban apuñaladas y los Cristos descoyuntados bastante antes de que llegaran los videojuegos y los niñatos del rol a rematarlos en Internet con el mouse. El puñal de plata que atraviesa el corazón enjaulado de una Virgen, la corona de espinas del Jesús Cristo como de un rey deshollinador, sus llagas y lanzazos para besar, toda esa herrería o tripería de la muerte en que se complace el mundo cofrade ya estaba ahí como soporte mismo de su extraña fe. El cristianismo tuvo que matar al hijo de su dios para ser, para salvarse, para levantar su religión sobre una tumba de gloria y latigazos, o al menos eso dijeron los concilios. Todavía siguen los cristianos alimentándose de su sangre dulce y su cuerpo amable de pan y madera cada domingo, precisamente para no olvidar que su religión empezó con un canibalismo.

Fueron los cristianos los que primero mataron a su Jesús, pues si no, no podían resucitarlo y se quedaban sin religión, sin alma y sin medalla. Ahora, un colgado ha hecho un videojuego macabro de tirotear pasos de Semana Santa, y los capillitas se ofenden quizá porque les parece que sólo ellos pueden matar a Cristo en las calles cada año, entre candelabros y viudas, entre oro y gladiolos. Se puede matar a Cristo, se puede acuchillar artísticamente a la Virgen, se puede incluso disfrutar mirando sus caras de sufrimiento y hasta cantándoles la agonía. Pero todo con respeto y ritual, y sólo como medio para sentirse virtuosos y salvados. De cualquier otra forma, es blasfemia y escándalo. Disparar a unos penitentes de cartón en un juego de ordenador es una obscenidad que no se puede admitir. Por contra, que los penitentes reales se flagelen, carguen con cruces y cadenas y vayan sangrando descalzos o de rodillas porque a su dios le satisface, es hermoso, pío y enternecedor. Se ve aquí claramente dónde está la falta de respeto a la dignidad y a los sentimientos humanos.

A mí, el juego en cuestión me parece una cutrez y una rebeldía siniestra de un cínico. Pero no era del juego de lo que yo quería hablar, sino de eso del “atentado contra los sentimientos religiosos”, que es en lo que se han enfocado rápidamente para quitarlo de en medio, en vez de hacerlo en la violencia, que es lo que parecería más urgente y principal. Como ya he dicho alguna vez, al cristianismo, todo símbolo y apariencia, le escuece más que le derroquen un pasopalio que le rebatan las infinitas contradicciones de su teología. A uno, la apelación al “respeto” le parece un argumento de debilidad. Únicamente impidiendo, no ya el sarcasmo o la irreverencia, sino la simple crítica a sus “santas cosas”, puede seguir a flote el raquitismo de su gran artificio de costumbre, su gran orgullo de dioses huecos y cielos folclóricos. Cuando al creyente se le hace ver su tótem como un palo, cuando sus iconos se descontextualizan, es cuando pierden su fuerza y su magia. Eso les da miedo, pues los demás podrían ver que su religión no es más que una peña del barrio. Por esto sacan lo del “respeto” como una torpe mordaza contra la discrepancia, y que resulta que tiene hasta un artículo del Código Penal amparándolo.

Tienen que darse cuenta algunos de que, para otros, sus banderas pueden ser trapos y sus crucificados, gimnastas. Y que es sano y justo que pueda decirse así, aparte el buen gusto. A muchos nos resulta más inmoral ver al ser humano mostrarse miserable y sufriente ante los dioses que el que se blasfeme contra una estatua, aunque no haya leyes condenando lo primero. Esa anacronía de que exista un delito de “atentado contra los sentimientos religiosos” sólo les debe recordar que su impostura se mantiene por la coacción. Yo me negaré siempre a mirar callado y “con respeto” lo irracional y lo hipócrita. Aunque sigan dictando ‘fatwas’ para que a sus mitos no les descubran la escayola.

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