ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Negar el océano

 

Escribía el otro día el maestro Umbral que, en esto del Prestige, al Gobierno y a su presidente se les está culpando de que exista el Océano Atlántico. A uno, sin embargo, le parece que de lo que se les culpa, más bien, es de negar que exista. En todos los gobiernos, el manual de catástrofes se limita a la negación. Se empieza por negar el petrolero mismo como un buque fantasma o una invasión vikinga; luego se va negando sucesivamente su petróleo o su mierda, pues a lo mejor lo que lleva es un fuel amable que engorda a los peces; después, su pesantez, su volumen o su intención; por último, se termina negando el océano mismo y diciendo que el fuel cayó del cielo como un aguilucho pestoso y dividido, que contra los designios de los dioses ni siquiera Aznar tiene poder y que lo demás es demagogia, deslealtad y felonía.

Es por andar siempre negando lo que se ha visto o lo que se ve luego al rato, que los gobiernos llegan tarde a todas las catástrofes, ya sean el petróleo, la colza o la inflación. Con el Prestige también han ido un susto, o varios, por detrás. Por eso los pescadores de Galicia se han visto recogiendo un engrudo negro con las manos y poniendo como única barrera a un hijo y al luto doble de la esposa, mientras Rajoy elegía corbata y preparaba gracias lacias y macabras para sus comparecencias. Por eso hasta a los estudiantes les ha dado tiempo a terminar el examen, a coger la pala y la guitarra y a recorrerse media España en bus antes de que Trillo mandara al Ejército, que estaba todo adorando banderas como campos de fútbol, a echar mano malamente en el tajo. Pero esto resulta que es demagogia, como sacar sólo pájaros crucificados y marineros muriéndose de pena. Pues no, es sólo constatar que el manual de catástrofes ha funcionado como siempre, mal y tarde, que se podía haber hecho mucho más, que han faltado medios, máquinas, ganas y reflejos, que los políticos funcionan con otro tempo y otras prioridades y que Rajoy parecía un enterrador con corbata rosa y los calzones cagados de chapapote por dentro. Pero a Aznar, ya lo dijo el otro día, hasta sus equivocaciones le parecen grandezas. Eso debe ser la soberbia.

Mientras que en el norte están negros y cabreados, aquí en Andalucía nos queda el peligro de miles de petroleros derrapando por el Estrecho, llamados por ese fuerte pirata que es Gibraltar, donde descansan submarinos radiactivos o buques fondados, como pozas de fango y muerte, muy tranquilos y protegidos. A Gibraltar le da igual porque un vertido como mucho les mancha una farola, que no tienen costa sino paseo marítimo, igual que no tienen patria sino una financiera. Lo malo es que seguramente a Gran Bretaña también le da igual. Ahora que parece que ha cambiado la estrategia del Gobierno, esperemos que dejen de acusar a la oposición de sacar renta política del desastre del Prestige (no es del desastre en sí, sino de las cojeras, torpezas y desmentidos del Gobierno de lo que están sacando renta), y se asegure de que la UE acaba con esos petroleros como féretros y hace que Gibraltar deje de amamantar tiburones y bombas de mierda. A ver qué dice el amiguísimo Toni Blair. Yo me comprometo a convidarlos en Bajoguía, como en sus buenos tiempos, con tal de que lleguen a un acuerdo. Pero, eso sí, que no nos sigan negando el océano, ni echándole la culpa al Hado misterioso. El Gobierno está para asumir sus responsabilidades, que en este caso han sido su imprevisión y sus lentitudes, y para evitar que nos vuelva a cubrir una mar podrida. De los bichitos que se caen de la mesa y se matan, hemos pasado a los hilitos de plastilina, que luego resulta que se suman en toneladas carnívoras y eternas. ¿También nos dirán eso si un día se nos mancha Andalucía de sebo y ruina?

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