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ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Isabel Pantoja quería ser bailaora, como su madre, pero fue tonadillera con relicario y una Dolorosa ante la España que confunde a los toreros y a los cristos. Vivió ella misma una copla, fue para el pueblo una Penélope con el marido muerto. Su viudez de breve princesa enamorada la iluminó por siempre de velas y rejones. Pero rara vez los mitos se sobreponen a sí mismos. Luego, le hicieron chistes de ir con chándal y tacones, de la melena hasta el culo, de las bragas con visillos, del esmalte rosa saltado en las uñas de los pies. Le asignaron todas las vulgaridades del folclorismo, convirtieron a su Paquirrín en un nieto de Omaíta, le sacaron a la sombra de los pinos amistades lésbicas o ambiguas que sonaban a venganza triste contra el amor de hombre que la dejó entre palanganas sola y medio virgen. Y así la vemos en televisión, perseguida por los forrajeros de la noticia, en aeropuertos como hospitales o metiéndose en un coche con celosías, furiosa o somnolienta, pues la acecha todo el morbo del país como la larga cola mujeril de Medinaceli. Isabel Pantoja va ahora inaugurando aviones o rotondas, es la imagen de la Marbella hortera que construyó el GIL para guiris, estafadores y quinielistas, y le han sacado un romance descompensado con el alcalde, Julián Muñoz, delfín de Jesús Gil, que todavía le presta los chalecos y le repasa las sumas. No nos interesa, sin embargo, su amor de soledades encontradas, ni siquiera la curiosidad de que la política se filtre en la prensa del corazón y los besos con mucho bigote anden ahora en la prensa seria. Pero en Marbella todo está municipalizado, los gorriones fichan ante el interventor del Ayuntamiento, cada edificio que se come una plaza tiene sus ligazones políticas y todo el dinero arrugado llega de los mismos circuitos, que son desagües plagados de cocodrilos. Isabel Pantoja, en esta Marbella de cuentas oscuras y números corredizos, tiene porvenir de comisión de investigación. Y eso estropea cualquier romanticismo otoñal. Jesús Gil confundía el bolsillo público y el privado entre gracias de tahúr y canallismo colchonero, eso que ahora canta Sabina inspirado de toses. Marbella ha sido paradigma de esa concepción del municipio como sucursal de otra cosa, tapada con macetones. Y Julián Muñoz, su sucesor o trasunto, que pasó sin transición de ser camarero o algo así a vestir de Loewe, ha heredado eso junto con otros medallones y papeles quemados del gilismo. Si, como asegura la mujer del alcalde, despechada ahora como la emperatriz Octavia, el romance es cierto, no parece que sea un amor de pasión y sangre en cada coito, sino un amor de maduros que se hace más en el restaurante y en la joyería que en la cama. Y esta seducción pobre en hormonas y rica en violinistas y en champán con fresas necesita mucho roce de dinero contra satén. Es necesario que se aclare pronto de qué manera se está utilizando el dinero público para traer a Isabel Pantoja como una miss pasadita a Marbella, y si de esto se está beneficiando el ciudadano o el madrigal de un alcalde enamorado de una sirena morena. A Marbella, tan necesitada de una política decente tras tanto pillaje y chulería, lo único que le hacía falta era patrocinar un idilio de juventudes reencontradas y de última oportunidad que da la vida. Luego, si así lo quiere el destino, que vivan su amor de náutica y calesas, de suites y encaje negro, de rancho y peineta, y que se canten por sevillanas en el lecho. Poco nos importará entonces, estando las cuentas claras, que la Viuda de España haga mejor o peor pareja con semejante personaje. O si le pegan o no, en su cuello de niña artista y mujer doliente, los collares de rubíes y langostinos. |